La escasez de la abundancia

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Darloup
 
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La escasez de la abundancia

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Por Heriberto Florillo

En Colombia, las tiendas de barrio siguen, al parecer, siendo más útiles que los supermercados. Será cuestión de años y de cifras. Las tiendas resisten a su manera las ventajosas ofertas de los almacenes de grandes superficies, que multiplican sus servicios con tecnología de punta y expanden su estrategia de venta abriendo sitios express en el mismo universo de sus rivales.

De acuerdo con un estudio Nielsen, los supermercados muerden cada año un pequeño porcentaje a las ventas de las tiendas y poco a poco se acercan (53-47%) a lo que será un empate técnico. La captación de clientela por parte de los supermercados ha subido, en seis años, un 5%.

Me pregunto cuánto dinero invierten esos grandes almacenes en publicidad, pero a juzgar por lo que uno ve en diarios, radio y televisión, deben superar cualquier cálculo monumental.

Las tiendas invierten cero pesos en anuncios. Hace unos años, la empresa dueña de Águila descubrió que resultaba buena publicidad para su producto pintar esos pequeños pero numerosos puntos de venta con sus colores, de modo que las tiendas perdieron su particular identidad pero se ahorraron a partir de ahí su única inversión en anunciarse.

Lo bueno de las tiendas, para el vecindario, es que venden cantidades mínimas de cualquier producto, algunas los atienden a deshoras y pueden entrar en ellas vestidos con su ropa de casa. Mucha gente se acicala en cambio para ir al supermercado, como antes, para ir a la iglesia.

Desde las tiendas se pulsa lo que ocurre en la manzana y se reconoce uno con la gente del vecindario. Bueno, y en la tienda fían. El tendero, referente excepcional del sector, sabe bien quién es buena o mala paga y, según su sabio criterio, concede o no sus créditos.

De alguna manera, ir a la tienda es, para muchos clientes de supermercado, viajar al pasado. Y no se equivocan. El hombre al otro lado del mostrador lo llama por su nombre y conoce su capacidad de compra. Ni él ni nadie pretende que se lleven de una vez todos los productos que ocupan los estantes y el refrigerador del lugar. Lo que hay ahí, de arriba a abajo, es para todos los del barrio en muchos días. Lo que es un equilibrado principio.

En los supermercados, el cliente, aunque no va tampoco a llevarse todo lo que hay en ese gran espacio, se comporta como mayorista. No compra un solo jabón de los que le gustan, mínimo tiene que llevar seis; ni dos huevos, ni media librita de arroz.

Mientras el supermercado apunta a la despensa de los clientes, a sus ingresos quincenales y a su capacidad de comprar para guardar, la tienda se especializa en satisfacer en cada vecino su escasez, sus necesidades del día.

Algo de nostalgia habita en quienes compramos en supermercados cuando miramos con cierto cariño a las tiendas. O cuando visitamos una. No hay poderosos en ellas (a menos que se trate, ojo, de un capo extorsionista*). Ni siquiera los tenderos, con su camisillas rotas y sus mejillas sin afeitar. En cambio, solo basta fijarse en la altiva prosopopeya de quienes ruedan su carrito y van desocupando felices los estantes rumbo a la caja del gran supermercado.

*La extorsión es un flagelo que amenaza con corromper y destruir gran cantidad de tiendas en todo el país.

Fuente: http://www.elheraldo.co/columnas-de-opi ... cia-171195
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