Educación en Colombia: La letra con plata entra

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Darloup
 
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Educación en Colombia: La letra con plata entra

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Por Jorge Munoz Cepeda

En un país en el que la educación pública es mediocre y la educación privada en los estratos bajos es pésima, la única alternativa que tienen los padres de familia de garantizarles a sus hijos una formación académica decente (aunque en general también deja mucho qué desear) es ingresar al mercado de los colegios privados de los estratos 5 y 6. Este callejón sin salida convierte a los estudiantes no en sujetos a quienes la sociedad les otorga acceso al conocimiento, lo cual forma parte de sus derechos fundamentales, sino en clientes de un servicio que se interrumpe cuando ya no se puede pagar. Así es la cosa, simple y llana como las diáfanas leyes que rigen nuestra economía de mercado, que todos conocen y que nadie puede cuestionar. Un colegio es equiparable, en nuestro medio, con un gimnasio, una clínica estética o una guardería de mascotas.

Los protagonistas de la dinámica mercantil de la educación privada no son los estudiantes y sus talentos, sus aspiraciones y sus sueños, sino los muchos hombres de negocios que se disfrazan de educadores y los incontables educadores que se ven obligados a fungir como empresarios implacables. En este juego comercial los alumnos y sus padres son una minúscula pieza del engranaje que, si no funciona (o sea si no puede pagar) se reemplaza por otra que sí lo haga. Y como somos animales de costumbres, ya no nos asombra ser testigos, cohonestadores o víctimas de esta desnaturalización de la actividad más importante de cualquier sociedad, de la que depende su identidad y su futuro.

Cuando se habla de una educación pública de calidad, que es la obvia solución al monstruo de mil cabezas en el que siempre se convierte un derecho humano sometido a las leyes del mercado, los analistas también cometen el error de abordar el tema como si se tratara de mejorar la vida útil de una batería o de intensificar el sabor de la menta en una crema dental. Y no es así. Las variables son múltiples y complejas porque se tornan cada vez más intangibles en una era en la que ya no basta con transmitir información, lo cual podía en el pasado considerarse como lo fundamental en cualquier proceso de aprendizaje. Ahora la información está en un celular y lo importante es que te enseñen qué debes hacer con ella, cuál debes desechar según tus talentos y tus intereses, cómo puedes subordinar el mero dato a tu intuición, qué tienes que entender para ser solidario, ético, libre. Estos son algunos de los preceptos de la educación moderna, que para ser implementados requieren de aulas con 10 alumnos, colegios a no más de 20 cuadras de la casa, profesores con vocación, formados desde cero a partir de los mismos conceptos que va a transmitir, y mil etcéteras. Y, como es lógico, plata, mucha plata.

La inversión necesaria para revolucionar el sistema educativo público, con el fin de que se convierta en la principal opción de las familias de todos los estratos, implicaría (me dice un funcionario del Ministerio de Hacienda) un retraso de 3 décadas en sectores como el de la infraestructura. No estoy seguro de que sea una locura pagar el precio; pero creo que soy el único. Parece que no nos libraremos de los educadores disfrazados de empresarios implacables y de los estudiantes que no son alumnos, sino clientes.

Fuente: http://www.elheraldo.co/columnas-de-opi ... tra-160459
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