Juan Manuel Santos, personaje del año

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Juan Manuel Santos, personaje del año

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Con el ‘balígrafo’, Santos firma el Acuerdo de Paz. Le observan Ban Ki-moon, izquierda, y Raúl Castro, derecha.


Por Oscár Montes

El Presidente se la jugó por la paz y al final logró el acuerdo con las Farc, proceso en el que también fueron actores Humberto De la Calle, el jefe guerrillero Rodrigo Londoño y el opositor Álvaro Uribe.

La entrega del Premio Nobel de Paz ayer en Oslo, Noruega, fue el broche de oro con el que Juan Manuel Santos cerró su mejor año de gobierno. Recibir ese galardón lo ubica como uno de los líderes de América Latina y su nombre hace parte ya de la historia universal.

El cumplimiento del propósito de Santos de firmar la paz con las Farc –cuestionado por muchos y alabado por otros– lo convierte en el Personaje del Año en Colombia. Y lo es no solo por el Premio Nobel de Paz, sino porque su gestión en ese aspecto es francamente histórica. Un Premio Nobel ha sido, es y será siempre un hecho muy importante, aunque el mismo sea objeto de todo tipo de críticas y cuestionamientos, como ha ocurrido con el de Santos.

Y en el caso de Colombia, el Premio Nobel tiene mayor relevancia, puesto que en toda nuestra historia solo hemos recibido dos: el de Literatura, de Gabriel García Márquez en 1982, y ahora el de Paz, de Juan Manuel Santos.

Con Santos es posible tener muchas diferencias políticas internas y hasta se pueden cuestionar duramente algunas de sus decisiones, pero lo que no se puede desconocer es el alcance del Premio Nobel que le acaban de otorgar en la capital del Reino de Noruega.

Santos es quizás el más aristócrata de los presidentes colombianos de los últimos 30 años. Ninguno como él gozó de los privilegios de pertenecer a una familia connotada, privilegiada y poderosa, como también ocurrió con el expresidente Alfonso López Michelsen. Ambos nacieron en “cuna de oro”.

Una vez en la Presidencia de la República, gracias al pleno respaldo del expresidente Álvaro Uribe, quien lo nombró ministro de Defensa, Santos decidió que su legado –su único legado como Presidente de la República– sería la firma de la paz con las Farc.

En ese empeño, terco a veces; empecinado, siempre, decidió gastar su capital político, propósito que cumplió con creces, pues se trata de uno de los presidentes más impopulares en la historia del país. Y ello no deja de ser una gran paradoja: a Santos lo aclama la comunidad internacional y lo chiflan en algunos lugares de Colombia.

El camino recorrido por Santos ha sido duro. La paz, como derecho fundamental se enfrenta al miedo de unos, al odio de muchos, a la mezquindad política de otros y a la indiferencia del resto.
Hacer la paz con el grupo guerrillero más viejo del país y del mundo –y el más odiado– no es una decisión fácil. Y Santos asumió el reto, teniendo muy claro el costo político que debería pagar por esa osadía.

Dada su trayectoria en las Fuerzas Militares, al pertenecer en su juventud a la Escuela Naval de Cadetes de Cartagena, y ser ministro de Defensa, se creía que su apuesta como gobernante sería la “mano dura” de su antecesor y mentor político. Pero no fue así. Santos le apostó a la paz.

Y para cumplir con esa misión se rodeó de un equipo negociador que supo interpretar muy bien su partitura, encabezado por Humberto De la Calle y Sergio Jaramillo.

Para decirlo en plata blanca: Santos no necesitaba montarse en el potro cerrero de negociar con las Farc. Tenía –como todos sus antecesores– la opción de combatirlas y propinarles algunos golpes, mientras se dedicaba a gobernar.

​Pero no lo hizo. Y ahí radica su osadía y su sentido histórico: Santos decidió gastarse su capital político en el mismo propósito en que todos sus antecesores fracasaron. Ni aquellos que negociaron con las Farc antes que él triunfaron, ni quienes las combatieron con ferocidad lograron derrotarlas. Santos sí lo hizo. Hoy puede decirse que las Farc como grupo guerrillero han dejado de existir y que –como lo dijo él ayer en Oslo– “hay una guerra menos en el mundo”.

El triunfo de Santos debería ser también el triunfo de quienes lo antecedieron. La paz de Santos con las Farc es el resultado de la experiencia de haber negociado con ellas en tiempos de César Gaviria y Andrés Pastrana, pero también es producto de los duros golpes que recibieron durante el mandato de Álvaro Uribe.

​Pero como la historia –al igual que el amor– tiene una gran dosis de injusticia, en la foto de ayer solo aparece Santos. Y él se jugó todo su capital político por esa foto. ¿Quiénes son los otros protagonistas del año?

Álvaro Uribe Vélez, el poder del No

Ya es costumbre que cada vez que se habla de Juan Manuel Santos hay que hablar de Álvaro Uribe. Es lo mismo que sucede con Batman y Robin. Punto. Para hablar del primero hay que mencionar al segundo. En el tema de la paz es igual. Mientras Santos cobra los dividendos de haber firmado la paz con las Farc, Uribe pasa la factura por haber derrotado el Plebiscito de la Paz, que buscaba refrendar mediante consulta popular, el Acuerdo Final de La Habana. El resultado del Plebiscito –aunque lo ganó el No– dejó al país fracturado en dos partes iguales.

Los del No pregonan el “conejazo” por parte de Santos y los del Sí señalan a los uribistas de enemigos de la paz y guerreristas. Esa polarización se trasladará –no cabe duda– a las elecciones presidenciales de 2018. En ellas se dirimirá esta confrontación entre los del Sí y los del No. Uribe sabe que si juega muy bien sus cartas, puede poner en la Casa de Nariño al sucesor de Santos.

El expresidente y actual senador es un “animal político” que nunca se rinde y con una enorme habilidad que lo lleva a triunfar cuando todos apuestan por su derrota, como sucedió con el Plebiscito. Aunque no era el único representante del No, lo cierto es que sí fue el que movilizó la mayor cantidad de votos. Pero, además, sin los golpes propinados por Uribe a las Farc, estas jamás se hubieran sentado a negociar con Santos. Y sin negociación, Santos no sería hoy Nobel de Paz. Eso también hay que decirlo.

Humberto De la Calle, el hombre de La Habana

Cuando Rodrigo Londoño Echeverry, ‘Timochenko’, anunció en el teatro Colón de Bogotá, cuando firmó el acuerdo definitivo con Santos, que las Farc van a trabajar para que en Colombia haya un “gobierno de transición” en 2018, a la inmensa mayoría de los colombianos se les vino un nombre a la cabeza: Humberto De la Calle Lombana. Y es que el jefe del equipo negociador del Gobierno en La Habana es una de las personas que mejor conoce la letra menuda de lo acordado entre el Gobierno y las Farc. El otro es el alto comisionado, Sergio Jaramillo, quien –que se sepa– no tiene vocación política, ni aspiraciones presidenciales. De la Calle sí, aunque se cuida muy bien de hacerlas evidentes.

A De la Calle, ser Presidente de Colombia, le suena. Y le suena bastante, pero lo disimula muy bien. De manera que él quedó muy bien ubicado en el partidor presidencial dentro de los partidos que respaldaron los diálogos de La Habana, que son los respaldarían eso que ‘Timochenko’ llamó un “gobierno de transición”. A ello se suma el respaldo de Santos, que querrá dejar en la Presidencia a alguien que le cuide muy bien su legado y que no le haga conejo, como sucedió cuando Álvaro Uribe lo puso a él a que le cuidara sus “tres huevitos”.

Rodrigo Londoño, ‘Timochenko’, a buscar votos

El jefe máximo de las Farc ha sido testigo de todas las negociaciones de ese grupo guerrillero con distintos gobiernos colombianos. Muy joven y sin ningún mando, estuvo en Casa Verde en los tiempos de Belisario Betancur y de Jacobo Arenas y Manuel Marulanda, Tirofijo. Luego siguió muy de cerca –sin ser protagonista– las negociaciones frustradas de Caracas, Tlaxcala y El Caguán.

De la escuela de Alfonso Cano, prefiere el papel de ideólogo que de combatiente. Después de duros golpes recibidos, con unas fuerzas combatientes diezmadas y con ninguna opción de llegar al poder por la vía armada, ‘Timochenko’ entendió que había llegado la hora de la salida política al conflicto armado. A diferencia de las otras negociaciones, las Farc llegaron a La Habana con la convicción íntima de negociar con el Gobierno. Seguir en la guerra, con todos los factores en contra, era poco menos que un suicidio colectivo. Ahora deberán dejar las botas para salir a buscar votos, tarea nada fácil dado el enorme desprecio que los colombianos sienten por las Farc.

Donald Trump, el nuevo sheriff llega al pueblo

El nuevo presidente de los Estados Unidos es uno de los personajes de 2016, no por lo que hizo, sino por lo que puede hacer. Y en materia de negociación con las Farc puede hacer mucho. A diferencia del demócrata Barack Obama, que respaldó a plenitud los diálogos del gobierno colombiano con las Farc, tanto que nombró un delegado en La Habana, el nuevo presidente de los Estados Unidos, es más halcón que paloma.

Donald Trump es el prototipo del estadounidense que se cree el sheriff del condado, quien puede hacer justicia por mano propia. Su gobierno será de mano dura contra el terrorismo, como sucedió con George W. Bush, quien usó y abusó de la fuerza para combatir a sospechosos de patrocinar y fomentar el terrorismo mundial. En este caso el problema no es combatir el terrorismo, algo en lo que todos estamos de acuerdo, sino en definir la condición de terroristas.

¿Son las Farc terroristas para el nuevo presidente de Estados Unidos, aún después de haber negociado con un gobierno legítimo, como el de Santos? ¿Es Santos auxiliador de terroristas por haber negociado con las Farc? Aunque todo lo anterior parezca absurdo, nada puede sorprender de un Presidente que de candidato dijo que iba a construir un muro para aislar a Estados Unidos de México. ¿No es esa una propuesta absurda?

Fuente: http://www.elheraldo.co/politica/analis ... ano-310212
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