Corrupción

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Darloup
 
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Corrupción

Message : # 8344Message Darloup »

Por Jorge Munoz Cepeda

En los últimos meses hemos hablado hasta el cansancio de nuestro nuevo tema favorito: la corrupción. Pronunciamos la palabra con el énfasis de los acusadores: co-rrup-ción, separando las sílabas para que nuestros interlocutores –quienes invariablemente están de acuerdo con la gravedad del fenómeno, pero no siempre con la identidad de los culpables– entiendan que hemos descubierto algo fundamental y que estamos enojados.

Gracias a la candidez de algunos y al cinismo de otros, nos negamos a aceptar que lo novedoso no es que la corrupción exista, sino que hayamos sido capaces, con la invaluable ayuda de los servicios de inteligencia de otros países, de conocer los detalles de una muy pequeña parte de su capacidad de penetración en el Estado.

La razón fundamental de esta combinación letal entre la ceguera y la complicidad es que todos, de una forma u otra, hemos sido protagonistas de esta manera de ser, que es, junto con la violencia, la característica que mejor nos define, y es por ello que resulta muy difícil apartarse de la podredumbre para juzgarla y condenarla con la autoridad moral de los virtuosos.

De manera que hablar –empujados por un par de casos que los medios de comunicación han decidido privilegiar últimamente– de lo estupefactos que estamos por esta corrupción colombiana que hemos ayudado a madurar, no significa nada. Pronunciar lentamente las tres sílabas de la palabra mágica elegida para esta trimestral tendencia internáutica, es hipócrita y torpe.

Y así estamos desde que somos país aparte: por un lado, hemos llevado por dos siglos nuestro talento innato en corruptelas, mangualas y clientelismos hasta una sofisticación casi perfecta, y al mismo tiempo hemos sido capaces de mantener intacta nuestra cara de asombro cuando la casualidad exhibe a un par de hamponzuelos caídos en desgracia. Dos siglos, además, en que nos acusamos unos a otros de ser los responsables del “cáncer que carcome al país” mientras seguimos votando por los mismos, justificando a los mismos, ponderando las ventajas del avispado, haciendo lo imposible para saltarnos la fila en el banco, sopesando con el contador (un ser que debe ser vivo por naturaleza) la mejor manera de no pagar tanto, deslizando en el bolsillo del policía de tránsito o del mesero de coctel el billete de la comodidad, envidiando en silencio al pillo que coronó con éxito un contrato sin que nadie descubriera sus métodos.
Esta cosa de la que hablamos ahora, y de la que no hablaremos más cuando se agote la novedad, no es el producto del comportamiento impropio de unos pocos. Los pocos desafortunados que señalamos hoy porque no nos queda más remedio, y los miles que no descubriremos jamás, son nuestro reflejo, son los herederos de nuestra perfidia, de nuestra desvergüenza y de nuestra indolencia.

No nos mostremos enojados con ellos, los que prometen delatar a un par de sus cómplices a cambio de uno años menos de prisión. En todo caso, nuestra cólera tiene que apuntar hacia nosotros mismos, porque los hemos parido, los hemos alimentado, los hemos puesto en el poder, y lo volveremos a hacer.

Fuente: https://www.elheraldo.co/columnas-de-op ... ion-393743
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