La prevención

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Darloup
 
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La prevención

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Por Manuel Moreno Slagter

Vivir en Colombia, o en realidad en cualquier país del tercer mundo, condiciona muchas de nuestras actitudes ante las diversas situaciones que se nos presentan a diario. Esos rasgos característicos de comportamiento nos persiguen siempre, aunque no estemos en el entorno colombiano y aunque nos encontremos en países más civilizados y tranquilos. A veces son gruesos defectos: tratar de imponer nuestra voluntad a cualquier precio, el irrespeto por el prójimo o la enfermiza y permanente intolerancia. Otras veces arrastramos manías más dañinas, conductas criminales o delictivas, cosas ya mucho más graves y que lamentablemente aumentan el estigma que nos hemos ganado.

Creo, sin embargo, que hay manifestaciones más sutiles de la idiosincrasia nacional. En estos casos hablo en primera persona, dado que son aspectos mucho más personales que no trascienden los pensamientos de cada uno.
Algunas de mis sensaciones cuando tengo la oportunidad de visitar otros países, especialmente los más desarrollados que el nuestro, se ven condicionadas por una suerte de prevención general, un estado de alerta que tenemos incrustado en el cerebro y que no nos abandona. No es necesariamente algo malo, pero en algunos momentos nos pueden complicar más allá de lo necesario.

Estamos siempre atentos ante la posible agresión, el engaño y la violencia. Aún en ambientes pacíficos tomamos medidas que suelen ser exageradas, prevenciones que luego se revelan inútiles y fuera de lugar. Habrá quien afirme que siempre será mejor prevenir, pero creo que resulta mejor abandonar esa especie de paranoia que nos alerta siempre, creer que nos van a robar, que intentarán sacar provecho de nosotros, desconfiar de todos y de todo.

Me ha pasado varias veces. Diversas visitas a países del centro de Europa me demuestran que existen sociedades donde la honestidad y el buen juicio son todavía comunes. En un par de ocasiones he dejado objetos valiosos en algunos lugares públicos (celulares, documentos, dinero en efectivo), y hasta ahora siempre los he recuperado. Alguna vez me di cuenta del descuido una hora después y encontré mis pertenencias a resguardo en el restaurante donde había cenado, dejadas ahí por un cliente que las descubrió en el piso.

También me he visto caminando por lugares oscuros e inquietantes a altas horas de la noche, acompañado de todas clase de prevenciones y cuidados, para descubrir que a mi lado pasan niños, jóvenes y ancianos, todos muy tranquilos y sin mayores angustias, como debería ser siempre.

Cuando regreso de esos viajes suelo venir con alguna esperanza. Si se pudo en otro lado se debe poder acá, pienso con no poca ingenuidad. Desconozco cuál debe ser el camino que nos lleve a ese grado de confianza (esa es la clave), pero debemos seguir buscándolo. Uno no debería pasar todo el tiempo a la defensiva, prevenido, la vida se compone de cosas más amables. Esto todavía nos cuesta mucho entenderlo.

Fuente: https://www.elheraldo.co/columnas-de-op ... ion-383841
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