Crítica gastronómica

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Darloup
 
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Crítica gastronómica

Message : # 6523Message Darloup »

Por Thierry Ways

Después de mucho esperar, conseguí ir, por fin, al restaurante de moda del que tanto me habían hablado. Aunque esta columna no suele ocuparse de esos temas, la experiencia fue tan llamativa que quisiera contarla aquí.

Debo reconocer que a mi provincialismo la carta le pareció confusa y compleja. Todos los platos, a primera vista, aparentaban ser recetas conocidas y tradicionales, pero al leer cuidadosamente la descripción se encontraba uno con giros extraños y combinaciones extravagantes que sonaban francamente incomibles. ¿Por qué arruinar un clásico steak a la pimienta con una ración de mermelada de papaya? ¿A quién se le ocurre aderezar con alcaparras encurtidas un postre? ¿Y por qué todos los platos tenían que venir acompañados de algún ingrediente estrafalario: ancas de rana, trocitos de roedor, insectos disecados? Tal vez sean normales en otras culturas, pero a mi me parecieron repulsivos. Mi acompañante miraba la carta en silencio, tan intimidada como yo.

Me propuse elegir lo menos arriesgado para mi más bien conservador paladar. Pero eso sí —le pedí al mesero—, ¿no podría reemplazar las ancas de rana por otra cosa? De mis antepasados franceses no heredé el gusto por los anfibios.
—Lo sentimos, señor —me respondió—, pero a la carta no se le pueden hacer cambios.
—Cómo así, ¿no puedo pedir lo que yo quiera?
—No, el chef se reserva el derecho a modificar el menú.
—¿Podría hablar con el chef, entonces?
—No, ahora mismo se encuentra ocupado.

Comenzaba a exasperarme. Le pregunté por varios ingredientes de la carta que me eran desconocidos.
—Son secretos del chef, señor.

Hemos debido marcharnos en ese momento, pero no me gusta hacer escenas en público. Además, habíamos esperado mucho para conocer el lugar, algunos amigos de confianza nos habían hablado bien de él, ¿no valía la pena darle al menos una oportunidad? Y qué vergüenza pasar por poco sofisticados, dejarse acobardar por las novedades gastronómicas de una cocina de vanguardia. Miré a mi alrededor: los demás comensales cenaban tranquilos, en silencio. No parecían perturbados. Aunque también me pareció que comían sin entusiasmo, sin fijarse mucho en lo que había en la punta del tenedor.

Resignados a la aventura, ordenamos dos menús completos —era la única opción disponible— y, de tomar, una botella grande de agua mineral. La exótica carta no admitía maridaje con vino alguno, y sospechaba que necesitaríamos buenas cantidades de líquido para bajar unos bocados que se anunciaban difíciles de tragar.

Cuando el mesero nos dio la espalda, mi acompañante me hizo notar algo inusual: la carta no tenía precios. Como lo oyen: acabábamos de ordenar la cena más extraña de nuestras vidas, una que no sabíamos si nos iba a gustar, ¡y ni siquiera sabíamos cuánto nos iba a costar la gracia! Mortificados y confundidos, nos quedamos en silencio a esperar lo que saliera de la cocina.

Como ven, los prolegómenos de esa cena fueron tan particulares que no me queda espacio para contarles qué tal estuvo la comida. Habrá que guardar esa historia para otro día. Por lo pronto los dejo con el nombre del restaurante, en caso de que hayan quedado con ganas de conocerlo… o de evitarlo. Curioso nombre tiene el lugar. Se llama “El Plebiscito”.

Fuente: http://www.elheraldo.co/columnas-de-opi ... ica-228301
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