Según el Instituto de Medicina Legal, los 21.513 abusos sexuales a niños y niñas ocurridos el año que acaba de terminar constituyen la cifra más alta de los últimos 20 años. Cada día, 64 menores son sometidos a la tortura.
Escalofriante es un adjetivo que se queda corto ante el aumento exponencial de los casos de violencia sexual contra menores en Colombia.
Según el Instituto de Medicina Legal, los 21.513 abusos sexuales a niños y niñas ocurridos el año que acaba de terminar constituyen la cifra más alta de los últimos 20 años. Diariamente, 64 menores son sometidos a la tortura física y al trauma psicológico implicado en este delito, el más atroz de todos, y muchos de ellos terminan asesinados por sus victimarios.
La radiografía del horror se completa con algunos datos que ya conocemos de sobra: la mayoría de los abusos son cometidos por familiares y amigos cercanos –padres, padrastros, tíos, abuelos, vecinos, compañeros de trabajo, profesores–; 18.262 víctimas fueron niñas y 3.251 niños; 9.896 víctimas de abuso tenían una edad entre 10 y 14 años, 6.015 entre 5 y 9 años, 2.767 entre 0 y 4, y 2.835 de 15 a 17 años.
Las campañas institucionales y de organizaciones privadas, la indignación de los usuarios de redes sociales, las peticiones de pena de muerte y castración química que se promueven desde el Parlamento, la relativa efectividad de los operativos para capturar a los culpables y el endurecimiento de las penas, no parecen tener mayor efecto que el del ruido de una sociedad que, ante esta abrumadora realidad, se queda sin respuestas.
No basta, ya lo hemos dicho desde aquí, con concentrar los esfuerzos en la disuasión penal, con la promesa de atrapar a los delincuentes y con atestar las cárceles de violadores y abusadores. Es necesario ir más allá, reconocer que no hemos sido capaces de proteger a nuestros menores y que estas cifras expresan una enfermedad social que es preciso comprender, desde sus contextos y particularidades, para así poder contar con las herramientas que nos permitan erradicarla definitivamente.
Es urgente buscar soluciones radicales en lugar de contentarnos con paliar, a base de operativos policiales, códigos y sentencias, una situación tan vergonzosa y atroz.
La reciente violación y asesinato de Angie Lorena Nieto, la niña llanera que padeció en manos de uno de los vecinos de su casa el día de Año Nuevo, nos pone a hablar una vez más de lo vulnerables que son nuestros niños ante los depredadores sexuales. Pero, deberíamos hablar de ello todos los días y en todos los escenarios, sin que nuestra protesta se quede en la inútil queja de los impotentes.
Hay que hacer algo juntos, y hay que hacerlo de inmediato. Nuestros niños y niñas nos necesitan hoy más que nunca.
Fuente: https://www.elheraldo.co/editoriales/es ... oco-584815