La miseria detrás del sombrero vueltiao
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La miseria detrás del sombrero vueltiao
La miseria detrás del sombrero vueltiao
Entrelazar la nervadura de la caña flecha para formar la trenza es lo más fácil, mientras que conseguir alimento resulta muy complicado para los tejedores del símbolo nacional que en que se ha convertido el sombrero vueltiao.
Esta prenda artesanal de la cultura zenú, que pasó del resguardo indígena de San Andrés de Sotavento (cobija Sucre y Córdoba), al universo, está dejando a los comercializadores jugosas ganancias, pero un manto de pobreza en la zona donde es fabricado.
La situación es más notorio en los cabildos de Algodoncillo, Pueblecito, El Martillo, Siloé, Achiote, Guaimi y San Jacinto, que corresponden a los municipios de Sampués, Palmito y Sincelejo, en Sucre.
La explotación es para todos; niños, jóvenes y ancianos, quienes trabajan hasta 10 horas continuas en el tejido para ganarse lo equivalente a una libra de carne, así lo asegura Maritza Roquema Suarez, habitante de Pueblecito.
“De nada nos ha servido que el sombrero sea el símbolo nacional si a nosotros nos pagan poco por todo el trabajo que hacemos tejiendo”, añade.
Un artesano gasta en promedio dos horas para lograr un metro de trenza por lo que recibe 450 pesos, eso indica que para poder ganarse la tercera parte del sueldo mínimo diario tiene que tejer 10 horas continuas.
Es por eso que en la mayoría de hogares tienen que emplear a toda la familia, incluyendo a los niños, para así producir lo equivalente al precio de dos libras de arroz, un pequeño bocachico y una panela; con eso se alimentan.
José Teherán, es un niño de 11 años que hace parte del cabildo de Chupundún. Después de cumplir con sus tareas escolares tiene el compromiso de tejer al menos 5 metros de trenza para poder cumplir con el comprador que le anticipa a sus padres el pago.
Esto se repite en casi todos los infantes del cabildo, por eso Marcela Clemente, Samir Contreras, Carlos Ávila, entre otros, llevan la caña flecha en su maletín revuelta con los libros para tejer en horas de recreo. “Ya el señor Pello le pagó a mi papá 9 mil pesos por 10 metros de trenza”, dice Marcela.
Los compradores llegan de otros pueblos para comprarle a los tejedores las trenzas que son utilizadas para darle las vueltas necesarias al sombrero, la mayoría de ellos no saben tejer, mas sí vender el producto a los que cosen y forman las prendas con caña flecha.
Son pocos los tejedores que se dedican a armar sombreros, pues hacerlo también tiene alto riesgo de explotación por los bajos precios que les ofrecen los comerciantes que lo llevan del resguardo al universo comercial.
Un sombrero quinceano, que es el más tradicional en el resguardo, tiene un costo promedio de 25 mil pesos; los clasificados como 21, 27 y 29 pueden costar entre 100 a 140 mil, mientras que en los mercados urbanos los mismos oscilan entre 180 y 600 mil pesos.
Otra razón es que los artesanos rasos no tienen máquinas para coser y pegar las trenzas, por eso solo se limitan a trenzar para vender por metros.
Para estos pueblos tejedores de la prenda artesanal más apreciada por los colombianos y en el exterior, la misma que han lucido deportistas, presidentes, ministros, jerarcas religiosos y hasta reinas de belleza, las condiciones sociales no han cambiado con la declaratoria del sombrero como símbolo nacional.
“Seguimos en la misma pobreza y tal vez peor porque ahora nuestros productos artesanales se los llevan otros que nunca han hecho una trenza”, dice Adelfín Suarez Carvajal, cosedor de sombreros.
“Nos alegramos cuando vemos a los presidentes con el sombrero puesto o cuando los deportistas se retratan con un vueltiao, pero de eso no nos queda nada”, anota la tejedora Berania Basilio.
La mayoría de las casas de la zona presentan ruina, la pobreza y la miseria hacen nidos en los hogares artesanales, es la vuelta que no se ve en el sombrero vueltio, la vuelta que debe dar el gobierno para fijar sus acciones a las comunidades que han conservado un legado artesanal que se ha mantenido en el tiempo y sobre la cabeza de la Nación entera.
Buscan crear fondo
La Asociación de Grupos de Artesanos y Artesanas Zenú está impulsando, a través de los congresistas indígenas, un proyecto de ley que permita la creación de un fondo para los artesanos que lleguen a los 65 años y tienen problemas de visión para tejer como ocurre a menudo en esta zona.
Otra de las propuestas es que el Gobierno Nacional, por medio del Ministerio de Cultura, fije unos precios de sustentación para aplicar en los productos que venden estos artesanos.
Fuente: http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/B ... Seccion=48
Entrelazar la nervadura de la caña flecha para formar la trenza es lo más fácil, mientras que conseguir alimento resulta muy complicado para los tejedores del símbolo nacional que en que se ha convertido el sombrero vueltiao.
Esta prenda artesanal de la cultura zenú, que pasó del resguardo indígena de San Andrés de Sotavento (cobija Sucre y Córdoba), al universo, está dejando a los comercializadores jugosas ganancias, pero un manto de pobreza en la zona donde es fabricado.
La situación es más notorio en los cabildos de Algodoncillo, Pueblecito, El Martillo, Siloé, Achiote, Guaimi y San Jacinto, que corresponden a los municipios de Sampués, Palmito y Sincelejo, en Sucre.
La explotación es para todos; niños, jóvenes y ancianos, quienes trabajan hasta 10 horas continuas en el tejido para ganarse lo equivalente a una libra de carne, así lo asegura Maritza Roquema Suarez, habitante de Pueblecito.
“De nada nos ha servido que el sombrero sea el símbolo nacional si a nosotros nos pagan poco por todo el trabajo que hacemos tejiendo”, añade.
Un artesano gasta en promedio dos horas para lograr un metro de trenza por lo que recibe 450 pesos, eso indica que para poder ganarse la tercera parte del sueldo mínimo diario tiene que tejer 10 horas continuas.
Es por eso que en la mayoría de hogares tienen que emplear a toda la familia, incluyendo a los niños, para así producir lo equivalente al precio de dos libras de arroz, un pequeño bocachico y una panela; con eso se alimentan.
José Teherán, es un niño de 11 años que hace parte del cabildo de Chupundún. Después de cumplir con sus tareas escolares tiene el compromiso de tejer al menos 5 metros de trenza para poder cumplir con el comprador que le anticipa a sus padres el pago.
Esto se repite en casi todos los infantes del cabildo, por eso Marcela Clemente, Samir Contreras, Carlos Ávila, entre otros, llevan la caña flecha en su maletín revuelta con los libros para tejer en horas de recreo. “Ya el señor Pello le pagó a mi papá 9 mil pesos por 10 metros de trenza”, dice Marcela.
Los compradores llegan de otros pueblos para comprarle a los tejedores las trenzas que son utilizadas para darle las vueltas necesarias al sombrero, la mayoría de ellos no saben tejer, mas sí vender el producto a los que cosen y forman las prendas con caña flecha.
Son pocos los tejedores que se dedican a armar sombreros, pues hacerlo también tiene alto riesgo de explotación por los bajos precios que les ofrecen los comerciantes que lo llevan del resguardo al universo comercial.
Un sombrero quinceano, que es el más tradicional en el resguardo, tiene un costo promedio de 25 mil pesos; los clasificados como 21, 27 y 29 pueden costar entre 100 a 140 mil, mientras que en los mercados urbanos los mismos oscilan entre 180 y 600 mil pesos.
Otra razón es que los artesanos rasos no tienen máquinas para coser y pegar las trenzas, por eso solo se limitan a trenzar para vender por metros.
Para estos pueblos tejedores de la prenda artesanal más apreciada por los colombianos y en el exterior, la misma que han lucido deportistas, presidentes, ministros, jerarcas religiosos y hasta reinas de belleza, las condiciones sociales no han cambiado con la declaratoria del sombrero como símbolo nacional.
“Seguimos en la misma pobreza y tal vez peor porque ahora nuestros productos artesanales se los llevan otros que nunca han hecho una trenza”, dice Adelfín Suarez Carvajal, cosedor de sombreros.
“Nos alegramos cuando vemos a los presidentes con el sombrero puesto o cuando los deportistas se retratan con un vueltiao, pero de eso no nos queda nada”, anota la tejedora Berania Basilio.
La mayoría de las casas de la zona presentan ruina, la pobreza y la miseria hacen nidos en los hogares artesanales, es la vuelta que no se ve en el sombrero vueltio, la vuelta que debe dar el gobierno para fijar sus acciones a las comunidades que han conservado un legado artesanal que se ha mantenido en el tiempo y sobre la cabeza de la Nación entera.
Buscan crear fondo
La Asociación de Grupos de Artesanos y Artesanas Zenú está impulsando, a través de los congresistas indígenas, un proyecto de ley que permita la creación de un fondo para los artesanos que lleguen a los 65 años y tienen problemas de visión para tejer como ocurre a menudo en esta zona.
Otra de las propuestas es que el Gobierno Nacional, por medio del Ministerio de Cultura, fije unos precios de sustentación para aplicar en los productos que venden estos artesanos.
Fuente: http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/B ... Seccion=48
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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