Entre el invierno y la corrupción

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Entre el invierno y la corrupción

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Por Horacio Brieva

En 2010, Colombia ha padecido uno de los inviernos más devastadores de todos los tiempos y un nuevo escalamiento de los escándalos por corrupción. ‘Carteles y carruseles de la contratación’, ministros salpicados, un alcalde y su hermano senador puestos en la picota pública por dirigentes de su mismo partido, por presunto enriquecimiento ilícito, hacen parte del mosaico de noticias estridentes que han sacudido al país, a las que se suman –configurando un enfermizo inventario– casos espeluznantes como el crimen de Arauca en el que una niña de catorce años fue violada y asesinada junto a sus hermanos de 6 y 9 años por parte de un subteniente del Ejército.

Viene, por eso, como anillo al dedo, como hecha para la Colombia de estos días, una frase de Adela Cortina, la respetable filósofa española: “Que la vida pública no anda muy sobrada de moral es una obviedad”. Sin embargo, como dice ella, las sociedades no se desmoronan por esto. Siguen viviendo. No son como los organismos vivos que mueren.

Pero, claro está, las sociedades necesitan de la ética, y por una razón que Adela Cortina señala y que es contundente: la ética es necesaria, no solo para vivir bien, sino para sobrevivir. El argumento cortiniano es este: “La apuesta por la ética hace a las organizaciones e instituciones públicas, no sólo legítimas, sino también viables”. La apuesta por la moralidad responde “no solo a un imperativo ético de humanidad, sino también a un imperativo pragmático de supervivencia”, dictado por unos tiempos de economía globalizada en los que los Estados con bajos estándares morales son más débiles y por tanto menos aptos para competir. Es decir, esta es una razón suficiente para que una sociedad abandone la corrupción y le invierta conscientemente a la ética, a la moralidad. Porque solo esa inversión, además, puede hacer posible la justicia social. Al teorizar sobre la rentabilidad de la ética pública, Adela Cortina dice que la “ética es en la vida pública un producto de primera necesidad”.

Ahora: la nuestra podría ser una sociedad que opte por no ser muy exigente en términos éticos, pero se haría un daño irreparable porque es muy difícil que logre ser viable. Y tendríamos, como insinúa burlonamente Adela Cortina, una democracia que no sería ni participativa, ni representativa. Seguiría funcionando de todos modos, como hasta ahora, “porque la vida de las sociedades no se apaga”, pero con unos “mínimos de ilusión”. Es decir, con precarios niveles de confianza y esperanza.

Los escándalos que se han generado en Colombia desde la administración pública muestran una cosa: que aunque para el ejercicio de la función pública se han recetado y adoptado principios como la transparencia, la honestidad, el desinterés, la integridad, entre otros, todavía no se han convertido en prácticas y convicciones arraigadas que expresen una ética de la Administración Pública, que, según Adela Cortina, no es otra cosa que la ética cívica aplicada al ámbito del Estado.

Un escollo clave que habría que superar en Colombia para derrotar la corrupción en la administración pública es el que la pensadora española define como la “tentación de utilizar el cargo público en beneficio privado”. El día que venzamos esto, le propinaremos un duro revés a la corrupción. Que en 2010 se recrudeció en Colombia, a la que el invierno.

Fuente:
http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/B ... Seccion=52
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