699 mil Rosas
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699 mil Rosas
Por Alberto Martínez
En el último año violaron en Colombia a 46 Rosa Elviras y mataron a por lo menos cuatro. Diariamente.
No todas fueron torturadas y atravesadas por una estaca, en apelación a la táctica que usaba en la Rumania del siglo VI Vlad El Empalador Tepes, quien, haciendo honor al remoquete, llegó a asesinar a 23 mil personas en un solo día.
De contera, tampoco indignaron a los gobiernos ni convocaron marchas ruidosas ni fueron titulares de noticieros.
De tanto repetirse, esos casos entraron a hacer parte del paisaje nacional. Dicho de lamentable forma, no fueron noticia.
Para serlo, tendrían que haber cumplido alguna de las características que esperan de los “hechos novedosos que resultan de interés público”, los teóricos clásicos: ¿Paradójico? ¿Sorprendente? ¿Estremecedor? ¿Trascendental?
Rosa Elvira fue embriagada, golpeada y violada por quien creía era su amigo, que no satisfecho la penetró con el tronco de una rama. Todos nos consternamos con la historia, a la que hicimos, por tanto, notable.
A las otras, no. Por los mismos días en que Rosa Elvira rasgaba los titulares de la prensa y las vestiduras de los funcionarios, Profamilia reveló un estudio sobre violencia sexual, que, aunque sin precisar horizonte de tiempo, daba cuenta de 700.000 mujeres violadas en el país. Ellas también fueron empaladas desde el mismo momento en que alguien decidió accederlas sin su consentimiento, pero no nos indignamos otras 699 mil veces ni un presidente de la República pidió que se pudrieran en la cárcel sus 699 mil violadores.
El reparo, entiéndase, no es por la legítima indignación que causó la brutal agresión. La preocupación, en cambio, es que el caso, que debería servir para develar la problemática, al final termine escondiéndola.
Nuestra sociedad, hay que decirlo, no tiene claro el fenómeno ni ha sido capaz de dimensionarlo. Las estadísticas y los pocos estudios serios realizados muestran que buena parte de los abusos sexuales no implican violencia física, sino coerción, imposición y avances abrumadores que terminan por acallar y mermar la posibilidad de la víctima de decidir sobre su sexualidad.
Pero cuando un amigo, pariente, exmarido, novio, padrastro, padre, jefe, hermano o pariente del marido agrede sexualmente a una mujer, como ocurre en el 90 por ciento de los casos, hasta el propio sistema judicial pregunta si previamente no existió una provocación que indujera al acto de agresión. Como decía Chaplin: la vida es una tragedia cuando se mira en primer plano, pero una comedia cuando se mira a distancia.
Aquel es el mismo argumento de los alcaldes de pueblo que prohíben a sus funcionarias ir al trabajo en minifalda, para no provocar a sus compañeros. O el de algunos comentarios que los lectores dejaron consignados al pie de las noticias sobre la propia Rosa Elvira, según las cuales “las mujeres deben cuidarse más” y “no andar encaramándose en las motos de los amigos”.
Pues, el peligro es ese: que gracias a este frenesí mediático y político por un caso paradójico, sorprendente, estremecedor y trascendental, la violencia física, verbal y psicológica que se ensaña con la dignidad de la mujer termine siendo aceptada como violación, solo si existe un empalamiento.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... osas-70272
En el último año violaron en Colombia a 46 Rosa Elviras y mataron a por lo menos cuatro. Diariamente.
No todas fueron torturadas y atravesadas por una estaca, en apelación a la táctica que usaba en la Rumania del siglo VI Vlad El Empalador Tepes, quien, haciendo honor al remoquete, llegó a asesinar a 23 mil personas en un solo día.
De contera, tampoco indignaron a los gobiernos ni convocaron marchas ruidosas ni fueron titulares de noticieros.
De tanto repetirse, esos casos entraron a hacer parte del paisaje nacional. Dicho de lamentable forma, no fueron noticia.
Para serlo, tendrían que haber cumplido alguna de las características que esperan de los “hechos novedosos que resultan de interés público”, los teóricos clásicos: ¿Paradójico? ¿Sorprendente? ¿Estremecedor? ¿Trascendental?
Rosa Elvira fue embriagada, golpeada y violada por quien creía era su amigo, que no satisfecho la penetró con el tronco de una rama. Todos nos consternamos con la historia, a la que hicimos, por tanto, notable.
A las otras, no. Por los mismos días en que Rosa Elvira rasgaba los titulares de la prensa y las vestiduras de los funcionarios, Profamilia reveló un estudio sobre violencia sexual, que, aunque sin precisar horizonte de tiempo, daba cuenta de 700.000 mujeres violadas en el país. Ellas también fueron empaladas desde el mismo momento en que alguien decidió accederlas sin su consentimiento, pero no nos indignamos otras 699 mil veces ni un presidente de la República pidió que se pudrieran en la cárcel sus 699 mil violadores.
El reparo, entiéndase, no es por la legítima indignación que causó la brutal agresión. La preocupación, en cambio, es que el caso, que debería servir para develar la problemática, al final termine escondiéndola.
Nuestra sociedad, hay que decirlo, no tiene claro el fenómeno ni ha sido capaz de dimensionarlo. Las estadísticas y los pocos estudios serios realizados muestran que buena parte de los abusos sexuales no implican violencia física, sino coerción, imposición y avances abrumadores que terminan por acallar y mermar la posibilidad de la víctima de decidir sobre su sexualidad.
Pero cuando un amigo, pariente, exmarido, novio, padrastro, padre, jefe, hermano o pariente del marido agrede sexualmente a una mujer, como ocurre en el 90 por ciento de los casos, hasta el propio sistema judicial pregunta si previamente no existió una provocación que indujera al acto de agresión. Como decía Chaplin: la vida es una tragedia cuando se mira en primer plano, pero una comedia cuando se mira a distancia.
Aquel es el mismo argumento de los alcaldes de pueblo que prohíben a sus funcionarias ir al trabajo en minifalda, para no provocar a sus compañeros. O el de algunos comentarios que los lectores dejaron consignados al pie de las noticias sobre la propia Rosa Elvira, según las cuales “las mujeres deben cuidarse más” y “no andar encaramándose en las motos de los amigos”.
Pues, el peligro es ese: que gracias a este frenesí mediático y político por un caso paradójico, sorprendente, estremecedor y trascendental, la violencia física, verbal y psicológica que se ensaña con la dignidad de la mujer termine siendo aceptada como violación, solo si existe un empalamiento.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... osas-70272
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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