Hijos de…

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Darloup
 
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Hijos de…

Message : # 4564Message Darloup »

Por Bertha C. Ramos

Para Mauricio
y María Camila.


“En vez de andar pensando en tus alocadas novelerías, debes ocuparte de tus hijos –replicó-. Míralos cómo están, abandonados a la buena de Dios, igual que los burros.

José Arcadio Buendía tomó al pie de la letra las palabras de su mujer. Miró a través de la ventana y vio a los dos niños descalzos en la huerta soleada, y tuvo la impresión de que solo en aquel instante habían empezado a existir, concebidos por el conjuro de Úrsula”.

Encubierta en la narración de una sencilla escena cotidiana, palpita una palabra que demuestra la intuición con que un escritor hace uso del lenguaje, para depositar, en ese universo ficticio que construye casi a ciegas, su encuentro con las crudezas fundacionales de los humanos. Es genial la sutil y precisa aproximación que hace Gabriel García Márquez en este pasaje de Cien años de soledad, a lo que es la palabra de la madre: un conjuro. Una “fórmula mágica que se dice, recita o escribe para conseguir algo que se desea”, imprescindible para llevar a cabo felizmente una labor de refinada filigrana, como es la formación de un hijo.

Así como en la ficción, José Arcadio tomó conciencia de la existencia de sus hijos mediante el conjuro de Úrsula, y desde entonces “les enseñó a leer y escribir y a sacar cuentas, y les habló de las maravillas del mundo no solo hasta donde le alcanzaban sus conocimientos, sino forzando a extremos increíbles los límites de su imaginación”, para los hijos educados en el jaleo de la vida real, la voluntad de la madre, consignada en su palabra, significa su constitución y en ocasiones su supervivencia.

En el tiempo de los berrinches, los orines y los mocos, de las gracias infantiles y los destellos de inteligencia, urge la presencia de una figura que haga las veces de juez; una persona con autoridad para marcar los linderos entre lo que es bueno y malo, con discernimiento para cotejar ideas y conciliar opiniones razonables, con cierto número de certezas ante las dudas y de fortalezas frente a las derrotas.

Una juez que siente las bases de un comportamiento íntegro y coherente. La madre es el pilar de la familia, y eso mismo la convierte en su talón de Aquiles; su figura es depositaria de la expresión más procaz de que dispone el idioma: hijo de puta. El lenguaje cotidiano le da matices variados, pero, más allá de la muletilla inocua, la expresión hace justicia a aquellos que, con sus actos, borran de un manotazo todo el acervo edificante y todo el caudal amoroso que les fue dado. Qué pena con esas madres cuyos hijos fueron indiferentes a su deseo, desentendidos de sus conjuros. Gente como Josef Fritzl, que secuestró y violó a su hija durante 24 años, o Ariel Castro, el acusado de retener y abusar por 10 años de tres jóvenes en Cleveland. Qué pena con esas madres de bandidos, de asesinos, de corruptos, de tramposos, porque ellos las deshonraron públicamente.

En contraste, hay otros hijos -entre ellos están los míos, que andan rodando por el mundo con su paquete de instrucciones bien apretado debajo del brazo- que hacen del día de hoy, fiesta de la madre, una verdadera celebración; una ratificación del deber cumplido, una secreta victoria que justifica el esfuerzo hecho y sella un acto de amor puro.

Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... -de-110026
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