El abuso de las empleadas domésticas
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El abuso de las empleadas domésticas
Por Lola Salcedo C.
De tanto escuchar sobre abuso sexual, el más común de los delitos cometido contra niños, niñas y mujeres que, además, parecería estar en la genética humana, hemos olvidado que esa palabrota representa muchos comportamientos cotidianos en los hogares colombianos, y lo peor, nos parece naturales, sin consecuencias. Veamos algunas situaciones clásicas que se transmiten de generación en generación con las empleadas domésticas.
En cualquier modalidad: interna o por días, se espera de ellas rapidez, exactitud, complacencia y hasta el arte de la adivinanza. Los patrones les exigen que trabajen más de 12 horas, dándoles apenas tiempo para su alimentación. Si las encuentran sentadas, mirando lejos o leyendo el periódico para descansar, le buscan algo más para que haga, así tenga una faena atroz e inabarcable. Cuando “son como de la familia” les endilgan la maternidad para que cuiden menores mientras hacen oficio; las despiertan en la madrugada, porque llegaron a rematar una fiesta con amigos y esa persona debe volar para satisfacer las órdenes de los alicorados patrones y hasta es posible que algún invitado se le escurra a la cocina a manosearlas. No lo pueden decir, porque entonces se transforman en provocadoras y calumniadoras. De encima, todo el tiempo le piden atención personalizada: un vasito de agua, una limonada, un sanduche, sóbame la espalda, dame masaje en los pies y, además, van de cooterapeutas porque tienen que escuchar las diatribas de ambos cónyuges cuando están pasando malos momentos. Las gritan, les restriegan su estupidez e incapacidad, no les permiten responder, porque es falta de respeto y su descanso es quincenal, siempre que dejen todo solucionado. Eso es abuso.
También lo es el solicitar un trabajo a domicilio (cepillado de pelo, arreglo de uñas, masajes, tintes) y hacer esperar más de una hora a esos trabajadores, todo en medio de la cheveridad, para posteriormente informarles que no tienen el dinero y que la próxima vez les pagan. Y cuando les cobran, siempre es exorbitante el acumulado y dejan en el aire la idea de que los están tumbando. Eso es abuso.
También es abuso obligarlas a ser alcahuetas de las maromas y acciones incorrectas, cargando secretos como la infidelidad que les causan gran estrés emocional. Es abuso, descontarles el valor de utensilios que se rompen porque lavando se les caen o limpiando los tropezaron. Es abuso, imponerles dormir en el cuarto del niño que tiene miedo o de los mayores que necesitan ir al baño acompañados varias veces en la noche. Es abuso no pagarles sus prestaciones cada año.
En fin, se abusa de un gremio imprescindible para la mayoría de los hogares, ya que realiza todos los trabajos que nos aburren, cansan y revuelven el estómago, y se hace en nombre de la confianza, la acogida en casa, “el cariño” (no hay tal) y todo tipo de frases de cajón que sólo esconden nuestra añoranza de la esclavitud y reafirman de manera terrible la segregación, el desprecio por el otro (a), la intolerancia y el ansia de poder.
Fuente: http://elheraldo.co/opinion/columnistas ... cas-110103
De tanto escuchar sobre abuso sexual, el más común de los delitos cometido contra niños, niñas y mujeres que, además, parecería estar en la genética humana, hemos olvidado que esa palabrota representa muchos comportamientos cotidianos en los hogares colombianos, y lo peor, nos parece naturales, sin consecuencias. Veamos algunas situaciones clásicas que se transmiten de generación en generación con las empleadas domésticas.
En cualquier modalidad: interna o por días, se espera de ellas rapidez, exactitud, complacencia y hasta el arte de la adivinanza. Los patrones les exigen que trabajen más de 12 horas, dándoles apenas tiempo para su alimentación. Si las encuentran sentadas, mirando lejos o leyendo el periódico para descansar, le buscan algo más para que haga, así tenga una faena atroz e inabarcable. Cuando “son como de la familia” les endilgan la maternidad para que cuiden menores mientras hacen oficio; las despiertan en la madrugada, porque llegaron a rematar una fiesta con amigos y esa persona debe volar para satisfacer las órdenes de los alicorados patrones y hasta es posible que algún invitado se le escurra a la cocina a manosearlas. No lo pueden decir, porque entonces se transforman en provocadoras y calumniadoras. De encima, todo el tiempo le piden atención personalizada: un vasito de agua, una limonada, un sanduche, sóbame la espalda, dame masaje en los pies y, además, van de cooterapeutas porque tienen que escuchar las diatribas de ambos cónyuges cuando están pasando malos momentos. Las gritan, les restriegan su estupidez e incapacidad, no les permiten responder, porque es falta de respeto y su descanso es quincenal, siempre que dejen todo solucionado. Eso es abuso.
También lo es el solicitar un trabajo a domicilio (cepillado de pelo, arreglo de uñas, masajes, tintes) y hacer esperar más de una hora a esos trabajadores, todo en medio de la cheveridad, para posteriormente informarles que no tienen el dinero y que la próxima vez les pagan. Y cuando les cobran, siempre es exorbitante el acumulado y dejan en el aire la idea de que los están tumbando. Eso es abuso.
También es abuso obligarlas a ser alcahuetas de las maromas y acciones incorrectas, cargando secretos como la infidelidad que les causan gran estrés emocional. Es abuso, descontarles el valor de utensilios que se rompen porque lavando se les caen o limpiando los tropezaron. Es abuso, imponerles dormir en el cuarto del niño que tiene miedo o de los mayores que necesitan ir al baño acompañados varias veces en la noche. Es abuso no pagarles sus prestaciones cada año.
En fin, se abusa de un gremio imprescindible para la mayoría de los hogares, ya que realiza todos los trabajos que nos aburren, cansan y revuelven el estómago, y se hace en nombre de la confianza, la acogida en casa, “el cariño” (no hay tal) y todo tipo de frases de cajón que sólo esconden nuestra añoranza de la esclavitud y reafirman de manera terrible la segregación, el desprecio por el otro (a), la intolerancia y el ansia de poder.
Fuente: http://elheraldo.co/opinion/columnistas ... cas-110103
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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