Veranillo de San Juan
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Veranillo de San Juan
Por Diego Marín Contreras
Tiempos vienen, tiempos van, Veranillo de San Juan. ¿No lo has visto, lector? Está en la luz acezante, trémula, desgarrada de poesía y memoria que bautiza estos días con unos aires que ondean como bellas banderas de las cosas eternas, de lo que verdaderamente importa en esto que llamamos “vida”, como si fuera única, estática, y no múltiple y simultánea.
Como si no fuese esta magia acordada, desde siempre, por los dioses de la atmósfera en el Hemisferio Sur donde nacimos proclives a las artes del encantamiento, esta conjura de la fantasía que traen los vientos alisios, mensajeros del País de las Maravillas, la patria de Alicia, la heroína perpetua de Lewis Carroll, y de los seres que sueñan caer por túneles de tiempo hacia otras dimensiones de la existencia.
Veranillo de San Juan. Para descubrirlo, habría que apartar la mirada zombi del celular, de la pantalla, o como quiera que se llame eso que nos aliena, que nos vuelve aliens de nuestra propia alma, que nos desalma, que nos distrae, nos deshumaniza y nos distancia cruelmente de la verdadera percepción del instante. Porque si la eternidad es, por definición, aquello que no tuvo principio ni tendrá fin, entonces ya estamos en ella, pero no nos damos cuenta, quizá porque vivimos más muertos que vivos.
Porque, para hacerlo, habría que dejar de hablar mal de los otros, mirar el cielo y no el suelo, donde suelen suceder los vanos sucesos, la nadería arrogante y ciega de las vidas de casi todos, esa suma de vanidosas insignificancias que nos atormentan como si fueran relevantes. Habría que salir de nuestra estrecha concepción de lo que es el tiempo, que ni se gana ni se pierde, como nos han enseñado malamente. El cielo, sí, que es más importante que todo eso que denominamos “actualidad”, como lo son los árboles, cuyo temblor de ancianos tiernos dulcifica la mañana con augurios de inéditas esperanzas.
Veranillo de San Juan. Bocas de Ceniza crepuscular, el amanecer desde el ferry en el río Grande de la Magdalena, que parecía un espejo donde el sol se zambullía, San Nicolás, San Roque, la Iglesia del Carmen, el púlpito amenazante, las hostias que me robaba en la sacristía de la Acción Católica, mi madre y mi abuela en el Mercadito de Boston, las sombras de las carrozas sobre el pavimento, el olor de los cueros en la zapatería de Juan Jua, las hortalizas de los chinos, las cometas, las luces de Caracas, las velitas de Barranquilla, las patinetas tronando, los trompos girando, como todo esto gira y gira, como esta espiral que no cesa en el centro de mis entrañas.
Y la brisa, metáfora de la felicidad, sí, la brisa chismosa trayendo y llevando mensajes de tantas vidas, de tantos seres, por los socavones de la memoria, que se iluminan de repente y ahí encuentro un filón de oro inagotable que escribe estas palabras más allá de mi simple existir, estas palabras sagradas que me superan con creces, que son bellas banderas de la eternidad ondeante en estos días embrujados por una luz quebradiza como mi corazón al acecho.
Estos días pedagógicos que me recuerdan lo que en verdad es importante en esto que llamamos “vida”, como si fuera única y estática, no múltiple y simultánea, puro arte de encantamiento. Veranillo de San Juan, tiempos vienen, tiempos van.
Fuente: http://www.elheraldo.co/columnas-de-opi ... uan-159033
Tiempos vienen, tiempos van, Veranillo de San Juan. ¿No lo has visto, lector? Está en la luz acezante, trémula, desgarrada de poesía y memoria que bautiza estos días con unos aires que ondean como bellas banderas de las cosas eternas, de lo que verdaderamente importa en esto que llamamos “vida”, como si fuera única, estática, y no múltiple y simultánea.
Como si no fuese esta magia acordada, desde siempre, por los dioses de la atmósfera en el Hemisferio Sur donde nacimos proclives a las artes del encantamiento, esta conjura de la fantasía que traen los vientos alisios, mensajeros del País de las Maravillas, la patria de Alicia, la heroína perpetua de Lewis Carroll, y de los seres que sueñan caer por túneles de tiempo hacia otras dimensiones de la existencia.
Veranillo de San Juan. Para descubrirlo, habría que apartar la mirada zombi del celular, de la pantalla, o como quiera que se llame eso que nos aliena, que nos vuelve aliens de nuestra propia alma, que nos desalma, que nos distrae, nos deshumaniza y nos distancia cruelmente de la verdadera percepción del instante. Porque si la eternidad es, por definición, aquello que no tuvo principio ni tendrá fin, entonces ya estamos en ella, pero no nos damos cuenta, quizá porque vivimos más muertos que vivos.
Porque, para hacerlo, habría que dejar de hablar mal de los otros, mirar el cielo y no el suelo, donde suelen suceder los vanos sucesos, la nadería arrogante y ciega de las vidas de casi todos, esa suma de vanidosas insignificancias que nos atormentan como si fueran relevantes. Habría que salir de nuestra estrecha concepción de lo que es el tiempo, que ni se gana ni se pierde, como nos han enseñado malamente. El cielo, sí, que es más importante que todo eso que denominamos “actualidad”, como lo son los árboles, cuyo temblor de ancianos tiernos dulcifica la mañana con augurios de inéditas esperanzas.
Veranillo de San Juan. Bocas de Ceniza crepuscular, el amanecer desde el ferry en el río Grande de la Magdalena, que parecía un espejo donde el sol se zambullía, San Nicolás, San Roque, la Iglesia del Carmen, el púlpito amenazante, las hostias que me robaba en la sacristía de la Acción Católica, mi madre y mi abuela en el Mercadito de Boston, las sombras de las carrozas sobre el pavimento, el olor de los cueros en la zapatería de Juan Jua, las hortalizas de los chinos, las cometas, las luces de Caracas, las velitas de Barranquilla, las patinetas tronando, los trompos girando, como todo esto gira y gira, como esta espiral que no cesa en el centro de mis entrañas.
Y la brisa, metáfora de la felicidad, sí, la brisa chismosa trayendo y llevando mensajes de tantas vidas, de tantos seres, por los socavones de la memoria, que se iluminan de repente y ahí encuentro un filón de oro inagotable que escribe estas palabras más allá de mi simple existir, estas palabras sagradas que me superan con creces, que son bellas banderas de la eternidad ondeante en estos días embrujados por una luz quebradiza como mi corazón al acecho.
Estos días pedagógicos que me recuerdan lo que en verdad es importante en esto que llamamos “vida”, como si fuera única y estática, no múltiple y simultánea, puro arte de encantamiento. Veranillo de San Juan, tiempos vienen, tiempos van.
Fuente: http://www.elheraldo.co/columnas-de-opi ... uan-159033
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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