Los dueños de la moral
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Los dueños de la moral
Por Abelardo De La Espriella
En Colombia cualquier persona se cree con el derecho de erigirse como el juez ético de sus congéneres. El colombiano tiene la perversa costumbre -arraigada como ninguna otra- de pontificar sobre lo divino y lo humano, haciendo juicios de valor sobre el actuar de los demás que, en su severidad e inclemencia, son asimilables a los veredictos inapelables de otros tiempos, en donde los reyes eran dueños de la verdad revelada y podían disponer libremente de la vida de sus súbditos.
Nos encanta señalar y estigmatizar, injuriar y atropellar, calumniar y denigrar. Vemos la paja en el ojo ajeno, pero la viga gigantesca que tenemos en los nuestros pasa desapercibida. Nos sentimos con el derecho de inmiscuirnos en la vida de otros, como si la nuestra estuviera limpia de pecados y equivocaciones.
En este país nos escandalizamos porque una mujer confiesa públicamente que “vendía” su cuerpo, como medio para subsistir, pero nos acostumbramos indolentemente a la tragedia, a la guerra y al dolor.
Si, como sociedad, sintiéramos la misma indignación que produjo la conducta de Dania Londoño con los agentes del Servicio Secreto, por la miserable situación de la gente más pobre, por el cáncer de la corrupción y por el espiral de violencia que padecemos hace más de medio siglo, este país sería diferente y la luz al final del túnel se vería con mayor claridad.
Nuestra sociedad es absolutamente decadente porque tiene las múltiples caras de la falsedad y la hipocresía. Somos vergonzantes, pensamos una cosa y hacemos otra. La doble moral se convirtió en la regla general.
Mientras muchos se rasgan las vestiduras por lo que consideran inaceptable e inmoral, tienen una doble vida, en la que la infidelidad, el homosexualismo, el alcoholismo, el dinero mal habido y el consumo de drogas son el pan de cada día.
En público, condenan a los narcotraficantes, pero en la clandestinidad acuden, desesperados, a los brazos de la cocaína. Hay muchas personas que aparentemente son heterosexuales, y, sin embargo, llevan a sus camas gente del mismo sexo. Hombres y mujeres que defienden a grito herido el matrimonio le son infieles a sus parejas y hacen de la promiscuidad una religión. Los curas hablan de amor al prójimo y abusan de inocentes niños, y los que no lo hacen encubren a quienes sí. No importa de dónde viene la plata, si con ella se pueden comprar finas marcas.
Hay mujeres que aguantan maltratos y vejámenes por no perder las condiciones de vida que acaudalados maridos les ofrecen. Y hay otras que venden a sus hijos en matrimonio al mejor postor, sin que medie para nada el amor.
Se prohíja al delincuente si tiene muchos verdes, se agasaja y ensalza al político que se roba la salud y la educación, y todo el mundo quiere hacer parte de su corte de bufones. Me quedo con Dania, que saca “provecho” de su cuerpo, y no con aquellos que esquilman las finanzas públicas para mantenerse en el poder y saciar sus ambiciones.
No voy a justificar lo que Dania y otras mujeres de su misma condición hacen. Ese no es el camino correcto, sin duda. Sencillamente, creo que nadie se prostituye por gusto: las causas de dicho comportamiento son la falta de oportunidades y la pobreza extrema en la mayoría de los casos. Intuyo que es peor aquel que compra placer por dinero que aquel que lo vende por necesidad.
No tenemos autoridad para recriminarla, no podemos ser los censores morales de la sociedad, y ella tiene todo el derecho a enderezar el rumbo, a levantarse, a una segunda oportunidad.
Quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra; quien no se haya equivocado que proteste con vehemencia; quien no se arrepienta de un proceder inadecuado seguramente no es humano.
Hay distintas formas de prostitución, y en este país hay más putas de lo que parece.
La ñapa: Se fue un gran colombiano y excepcional ser humano, Ricardo Eastman de la Cuesta. Paz en su tumba.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... oral-66240
En Colombia cualquier persona se cree con el derecho de erigirse como el juez ético de sus congéneres. El colombiano tiene la perversa costumbre -arraigada como ninguna otra- de pontificar sobre lo divino y lo humano, haciendo juicios de valor sobre el actuar de los demás que, en su severidad e inclemencia, son asimilables a los veredictos inapelables de otros tiempos, en donde los reyes eran dueños de la verdad revelada y podían disponer libremente de la vida de sus súbditos.
Nos encanta señalar y estigmatizar, injuriar y atropellar, calumniar y denigrar. Vemos la paja en el ojo ajeno, pero la viga gigantesca que tenemos en los nuestros pasa desapercibida. Nos sentimos con el derecho de inmiscuirnos en la vida de otros, como si la nuestra estuviera limpia de pecados y equivocaciones.
En este país nos escandalizamos porque una mujer confiesa públicamente que “vendía” su cuerpo, como medio para subsistir, pero nos acostumbramos indolentemente a la tragedia, a la guerra y al dolor.
Si, como sociedad, sintiéramos la misma indignación que produjo la conducta de Dania Londoño con los agentes del Servicio Secreto, por la miserable situación de la gente más pobre, por el cáncer de la corrupción y por el espiral de violencia que padecemos hace más de medio siglo, este país sería diferente y la luz al final del túnel se vería con mayor claridad.
Nuestra sociedad es absolutamente decadente porque tiene las múltiples caras de la falsedad y la hipocresía. Somos vergonzantes, pensamos una cosa y hacemos otra. La doble moral se convirtió en la regla general.
Mientras muchos se rasgan las vestiduras por lo que consideran inaceptable e inmoral, tienen una doble vida, en la que la infidelidad, el homosexualismo, el alcoholismo, el dinero mal habido y el consumo de drogas son el pan de cada día.
En público, condenan a los narcotraficantes, pero en la clandestinidad acuden, desesperados, a los brazos de la cocaína. Hay muchas personas que aparentemente son heterosexuales, y, sin embargo, llevan a sus camas gente del mismo sexo. Hombres y mujeres que defienden a grito herido el matrimonio le son infieles a sus parejas y hacen de la promiscuidad una religión. Los curas hablan de amor al prójimo y abusan de inocentes niños, y los que no lo hacen encubren a quienes sí. No importa de dónde viene la plata, si con ella se pueden comprar finas marcas.
Hay mujeres que aguantan maltratos y vejámenes por no perder las condiciones de vida que acaudalados maridos les ofrecen. Y hay otras que venden a sus hijos en matrimonio al mejor postor, sin que medie para nada el amor.
Se prohíja al delincuente si tiene muchos verdes, se agasaja y ensalza al político que se roba la salud y la educación, y todo el mundo quiere hacer parte de su corte de bufones. Me quedo con Dania, que saca “provecho” de su cuerpo, y no con aquellos que esquilman las finanzas públicas para mantenerse en el poder y saciar sus ambiciones.
No voy a justificar lo que Dania y otras mujeres de su misma condición hacen. Ese no es el camino correcto, sin duda. Sencillamente, creo que nadie se prostituye por gusto: las causas de dicho comportamiento son la falta de oportunidades y la pobreza extrema en la mayoría de los casos. Intuyo que es peor aquel que compra placer por dinero que aquel que lo vende por necesidad.
No tenemos autoridad para recriminarla, no podemos ser los censores morales de la sociedad, y ella tiene todo el derecho a enderezar el rumbo, a levantarse, a una segunda oportunidad.
Quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra; quien no se haya equivocado que proteste con vehemencia; quien no se arrepienta de un proceder inadecuado seguramente no es humano.
Hay distintas formas de prostitución, y en este país hay más putas de lo que parece.
La ñapa: Se fue un gran colombiano y excepcional ser humano, Ricardo Eastman de la Cuesta. Paz en su tumba.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... oral-66240
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !