La increíble historia de un pez llamado Óscar

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Darloup
 
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La increíble historia de un pez llamado Óscar

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A pesar de su nombre coloquial, casi nadie sabe de su historia de fondo. Este pez, de gesto inexpresivo y colores vivos, es una de las víctimas más asediadas por las mafias que trafican especies acuáticas y cuyo material genético ha sido copiado al otro lado del mundo. Esta es la crónica detrás de los acuarios, como nadie se la había contado.


Por Enrique Patiño y Liliana Arias

Se llama Óscar. Vive entre 55 galones de agua dulce, la cantidad mínima que necesita este pez de labios gruesos y un tamaño de pargo rojo que en ocasiones alcanza los 30 centímetros. Es considerado por muchos una atracción en los acuarios más sofisticados del mundo y su fama es tan grande que tiene fanáticos en la red y es un tesoro en países como Singapur, Malasia, Japón y Filipinas. Allí, este pez fue modificado genéticamente para que tuviera colores más llamativos que enamoraran a los clientes. Un dato adicional: es colombiano.

Antes de que el desprevenido Óscar se diera cuenta, entró al comercio de las más de mil millones de unidades de peces que se comercian en Oriente desde tecnificados centros de producción y formó parte de la impresionante cifra de 5.000 millones de peces que se trafican al año en todo el planeta. Es un lucrativo negocio de trata de animales que, según anota la Interpol, les genera a las mafias una cifra cercana a los 17.000 millones de dólares al año.

Pero, ¿cómo llegó Óscar al otro lado del mundo para ser vendido en Europa y Estados Unidos a un equivalente de 25.000 pesos por cada pez recién nacido? Para saberlo, hay que contar la historia desde el inicio.

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El pez Óscar es capturado legal e ilegalmente en el Orinoco, envasado en bolsas y botellas plásticas y enviado a Bogotá para su exportación.


El momento de la captura

El primero de los quince años de vida promedio tras una pecera de Óscar comienza a primera hora de la mañana. A las 4 a.m. salen del departamento del Guainía grupos de pescadores en canoas a motor. Surcan el río Inírida, llegan al río Guaviare y encuentran el gran caudal del Orinoco, que los une, 267 kilómetros más arriba, con Puerto Carreño. En Inírida no hay nada más que los ríos para sobrevivir. Y en el río están los peces.

Y para sus habitantes son sinónimo de riqueza relativa, aunque por cada bolsa no les paguen sino para la gasolina del bote y el diario, apenas entre 1.800 y 2.000 pesos por unidad. Lanzan las nasas y los capturan en bolsas plásticas. Ahí cae Óscar. Aunque la pobreza predomine en la región, entre 1995 y 2005 la exportación de peces generó ingresos en el país por 49,2 millones de dólares, de los cuales el 88% provenía de especies extraídas de la Orinoquía y, en especial, de Inírida. En los años setenta, Colombia fue el tercer país exportador de peces ornamentales del planeta. Pero quedó rezagado. Porque hoy, aunque las exportaciones de la industria colombiana de peces ornamentales generan 8 millones de dólares, la ironía es que la mayoría de los peces “auténticamente colombianos” ya no son nuestros, sino que nacen en instalaciones comerciales de Vietnam, Filipinas, Malasia o Singapur.

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En países como Malasia, India o Taiwán, el pez Óscar es alterado genéticamente para hacerlo más atractivo.


Pero Óscar aún no ha llegado allá. Por ahora, es capturado en Colombia, y pasa a ser una más de las 400 especies de agua dulce que existen en el país y que llenan el 96% del total de peces que vemos en los acuarios. El pez, desconcertado en su bolsa, se dirige a Inírida junto a decenas de otros, y se convertirá en uno más de las 21 millones de especies acuáticas que exporta el país.

Como el pez Óscar es capturado sin supervisión estatal alguna, la bolsa en la que se bambolea durante el trayecto de regreso ya no está tan llena como en otros tiempos de abundancia. Porque las consecuencias de la pesca natural ya se ven. O no se ven, para ser precisos: la presión ejercida durante casi cincuenta años de pesca ornamental está teniendo un fuerte impacto en sus poblaciones. En 2010, una resolución cerró la pesca de la arawana azul por la grave disminución de la población. Cuando se hace difícil capturarlos, los pescadores usan explosivos para aturdir los peces. O usan tóxicos vegetales como la rotenona amazónica, que envenena las especies y no tiene efecto en los humanos. A los más bellos y exuberantes ejemplares los transportan en botellas plásticas hasta la capital del Guainía. Algunos como la arawana azul, en peligro de extinción y vedada para la pesca, pero comercializada por el mercado ilegal a 40 dólares la unidad, es buscada con voracidad y vendida ilegalmente a través de la frontera.

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Especies de mar como el pez payaso no pueden ser vendidas. En Colombia, su trafico está prohibido.


Peor suerte que Óscar corre la arawana plateada, vista como símbolo de abundancia en Japón, que se ha reducido drásticamente por el método cruel que se emplea para pescarla: se asesina al macho, que protege a sus cerca de cien crías dentro de la boca, y se las saca para venta ornamental. Las cuencas también sufren: para sacar peces de sus escondites se rompen las piedras en las que se ocultan.

De Inírida, el pez Óscar pasa a una bodega de almacenamiento en Villavicencio. De allí es enviado a Bogotá, donde es almacenado en una bodega aún mayor. Cada vez está más solo: cerca del 88% de los peces que provienen del Orinoco (un restante 10% viene del Amazonas), muere en ese proceso largo que implica cambios de clima y manipulación permanente, según estudios ambientales. De los 100 millones de peces que se exportan anualmente desde Sudamérica, nadie sabe calcular con precisión la cantidad de especies muertas. Acolpeces asegura que no hay de qué preocuparse: según ellos, la cifra no supera el 2%.

Óscar vive las duras y las más duras. Es aislado para su venta. Colombia, para controlar sus poblaciones, decidió emitir en 2011 una resolución que obliga a cumplir con cuotas globales de pesca, y que al año solo permite exportar 23.000 rayas, 625.000 arawanas plateadas (en 1999 se exportaron 1.150.000 ejemplares, una cifra alarmante), 180.000 cuchas reales, 33.000 cuchillos, 3.000 cuchillos osa y 26.000 tigritos, entre muchas otras. Él no entra en esa sumatoria de 21.124.000 peces ornamentales que se pueden extraer del país, de acuerdo con el Incoder.

Porque Óscar es ilegal y está por fuera de las 403 especies de peces aprovechables comercialmente en Colombia y empacadas en bolsas plásticas con oxígeno, metidas dentro de cajas isotérmicas y despachadas a Estados Unidos (38%), Japón (30%) y Alemania (24%). Para él no se expedirán permisos y certificados, no pasará por la lista enviada a la Autoridad Nacional de Acuicultura, no será certificado por el ICA y jamás le dará una revisión final. En Colombia, exportar peces está exento de impuestos, pero para evitar la ilegalidad no se han creado proyectos de inversión productiva. Quizás por eso Óscar sale del país a escondidas.

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Las mafias mueven más de 17.000 millones de dólares en tráfico ilegal de especies marinas y de agua dulce.


Fuga de ADN

Cuando llega al exterior, el pez Óscar no va directamente a un acuario familiar. Llegará a un centro de acopio en el sudeste asiático, desde donde esta especie originaria del Orinoco –que fue introducida por primera vez al mercado global desde Berlín (Alemania)– vivirá la experiencia más extraña de su disparatada vida: lo chuzarán con jeringas y extraerán su material genético para hacer de él un pez más colorido gracias a modificaciones en el ADN que lo hagan más atractivo en el mercado. Otros compañeros de infortunio, como las especies discos amazónicos, vivirán lo mismo que él.

En esa tecnificación, especies como las medakas han recibido hongos del tomate y genes humanos para que metabolicen el fósforo, se propaguen más aprisa, sobrevivan mejor a la dieta vegetal y pasen de ser grises a tener un carnavalesco color anaranjado. El pez escalar o ángel, también natural del Orinoco, se convirtió allí en una especie fluorescente.

Óscar pasará de tener visos naranjas moderados a lucir brillos insólitos. En realidad, la fuga de material genético se da sin recato y sin que los más de 2.500 pescadores que están dedicados a la pesca ornamental en Colombia sospechen que su manera de extraer los peces está fortaleciendo a los asiáticos y reduciendo su sustento y el número de pedidos anuales.

Aunque un país como Malasia exporta 500 millones de peces al año, todavía necesita de ejemplares nativos para conservar el vigor híbrido de la especie. Los compran para mejorar su producción y evitar problemas de consanguinidad y baja variabilidad genética. La opción sería comercializar individuos estériles, pero nadie ha legislado al respecto.

El experto Vladimir Puentes se lamenta: “Nuestros exportadores dañaron el negocio porque no hubo reglas claras en el mercado de animales vivos. En el Sudeste asiático aprendieron a tenerlos en cautiverio, a reproducirlos y lograron que se diera la fuga genética de nuestras especies”. El pez Óscar será pronto una más de las especies que países como Singapur exporta a 82 países del mundo con ganancias que superan, en total, los 100 millones de dólares. India o Taiwán ya asumen el negocio como una fuente de riqueza nacional.

Y Colombia pierde terreno. Acolpeces mismo reconoce que de comercializar casi 30 millones de peces en 2004, en 2013 será ya difícil alcanzar la meta de vender al menos el 70% de los cerca de 21 millones de peces disponibles para exportar. Los 44 miembros exportadores de peces ornamentales aseguran que no hay tráfico ilegal de peces. Y es claro que por su parte no lo hay. Pero las mafias se mueven a sus espaldas, según la Interpol.

Por cierto, el origen colombiano de Óscar quedará borrado para siempre.

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Sacar especies del mar como el pez ángel altera el océano. Pero hay más de 2 millones de acuarios marinos.


Pescando a Nemo

“Pero hay más –dice Puentes–: el mercado de peces de agua dulce es legal. Pero el marino no. Somos de los pocos en el mundo que aún captura peces en el Caribe y el Pacífico, junto con Brasil, Venezuela, Perú y Ecuador”. Así que cuando vea un lugar con especies marinas en sus peceras, no olvide que es ilegal. Se ven lindos, pero no deberían estar ahí.

Porque sacarlos de su hábitat devasta los océanos. Hoy, entre 28 y 44 millones de dólares de las ganancias netas por peces ornamentales corresponden a peces de origen marino capturados ilegalmente y se estima que más de 2 millones de personas en el mundo cuentan con acuarios marinos. “Para hacer investigación sobre poblaciones existentes, los permisos son complicados y desestimulan a cualquiera. Pero para exportar peces ornamentales, las facilidades son grandes. Hay que regular el comercio. Nos debe importar de dónde vienen los peces”, remata Puentes.

Y el pez Óscar viene de Colombia. Pero nadie lo sabrá donde quiera que hoy se encuentre. En un momento dado su registro se pierde porque llega a alguna parte del mundo para formar parte de un acuario, prisionero entre 55 galones de agua y destinado a vivir quince años largos en ese espacio.

Como todos los peces ornamentales, nadie se preguntará de dónde vienen sus colores luminosos y a muy pocos les importará saber de dónde proviene la especie. Óscar, a los ojos del que lo observe, será apenas un silencioso cautivo que no podrá jamás contar su historia de trata ilegal y tráfico de especies. De su origen en las aguas caudalosas de los ríos colombianos y de su paso por los laboratorios tecnificados del otro lado del mundo hasta terminar como pez de ciudad entre cuatro vidrios no se enterará nadie.

Fuente: http://revistas.elheraldo.co/latitud/la ... car-129170
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