Dos oficios que apuntan al ocaso

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Darloup
 
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Dos oficios que apuntan al ocaso

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Jorge Rodríguez, zapatero (derecha) y Rafael Cerquera, mecanógrafo (izquierda).


Por Vanessa Saldarriaga

En diciembre de 2012, de 21 millones de empleados en Colombia, un 51,2% trabajaba en la informalidad, según las cifras reveladas por el Dane. Se estima que 500.000 personas más ingresaron a esta lista en 2013.

Jorge es zapatero y Rafael mecanógrafo. Ambos practican oficios que posiblemente no sobrevivirán al relevo generacional. Aunque ellos estén decididos a no abandonar sus ‘oficinas’ estacionarias, ubicadas en el popular centro de Barranquilla, no quedan muchas personas dispuestas a seguir sus pasos.

La sede del primero está situada cerca de la Plaza de San Nicolás y la del segundo a las afueras de la Registraduría Civil. Ambos llevan más de tres décadas en lo suyo y consideran que la presencia de sus gremios en esta zona ha tenido una significativa influencia en la historia reciente de ‘La Arenosa’.

También sienten que desperdiciaron sus años de juventud sin recibir beneficio alguno.

Entienden que sus trabajos fueron poco retributivos: “No es como en una empresa que te pensiona”, afirma el zapatero, cuyos ingresos solo le dan para vivir el día a día.

Jorge Rodríguez asegura que, actualmente, su gran competencia son “los chinos”.

“Pero están tan lejos que ni siquiera puedo reclamarles”, dice resignado. Para él, los asiáticos, con sus producciones a gran escala que abaratan los costos por unidad, han llevado a que la gente dé un tratamiento de ‘desechable’ a los zapatos. Prefieren botarlos y comprar unos nuevos, aunque el problema podría resolverse “con un poco de pegante y betún”, explica Rodríguez.

Por otra parte, el mecanógrafo Rafael Cerquera señala a internet y a los computadores personales como factores que avanzan en su contra cada año, impulsados por la imparable expansión tecnológica.

Considera que su negocio se adapta a las exigencias de los tiempos modernos, pues la ubicación de un equipo de alta gama en su improvisada carpa podría representar un peligro mayor que el de no tener clientes por varios días: “He pensado en innovar en mi negocio, con tecnología, pero me preocupa la seguridad del objeto y de mi vida”.

Entre tornillos, hojas y días expuestos al agua y al sol, transcurre la vida de estos hombres, para quienes no hay camino diferente que el de seguir en sus respectivos oficios hasta el fin.

Sin embargo, coinciden en que las dinámicas del mercado disminuyen la demanda de sus pericias. Pese a todo, aún ganan lo suficiente como para garantizar la continuidad de sus existencias en 2014.

Un zapatero al que ni el hambre lo visita

En Barranquilla, cuando un zapato está despegado de la suela, se bromea diciendo que este ‘tiene hambre’. Otrora, el destino de dicho calzado era la zapatería, donde se encargaban de ‘pegar’ el problema.

Pero Jorge Rodríguez, propietario de un improvisado taller donde repara calzados desde hace más de 40 años, en la calle 33 con carrera 43, afirma que en la actualidad se reciben pocos clientes en busca de este servicio.

Entre sus manos sostiene una bolsa de cosméticos con el cierre dañado que una señora llevó a reparación, porque últimamente lo que más le piden son trabajos de costura sobre tela. “Aquí se hace de todo. Incluso, tengo ahí una máquina de coser para bolsos más grandes, o para lo que sea”.

Sin embargo, como es de un modelo viejo, la máquina ‘sacó la mano’: se le dañó el motor. El día de la entrevista, se dedicaba a atender su negocio con una aguja de coser.

Para él, la construcción de centros comerciales en la ciudad ha influido en la distancia que han tomado los barranquilleros con relación al centro, lo cual se refleja en la disminución de la demanda de su oficio. “Hace siete años, no cabía la gente y no daba abasto para atender a la clientela”.

De aquellos tiempos le quedan recuerdos y numerosas cicatrices dejadas en sus manos por las grandes agujas para remendar zapatos.

Actualmente, este tipo de encargos se presentan con poca frecuencia. “Hay calzados que se despegan con facilidad y los traen a coser, pero la gente prefiere botarlos y comprar unos nuevos”.

Con motivo de la temporada decembrina, algunas personas se acercaron a su puesto para que cosiera un par de ejemplares. Es tal la habilidad con la que este hombre realiza la actividad, que él afirma que lo puede hacer hasta con los ojos cerrados, aunque hace tan solo un año se enterró en un dedo la aguja por descuido y exceso de confianza.

Jorge aprendió este oficio de su padre, quien lo traía a esta misma esquina, cuando tenía 12 años, para que le llevara los zapatos listos a los clientes. Sin embargo, él nunca quiso hacer lo mismo con alguno de sus dos hijos. “Esto no es rentable porque uno no tiene seguro, primas o prestaciones. Aquí se gana 10, 20 mil diarios, o nada”.

En consecuencia, el legado de su padre —el conocimiento para trabajar con zapatos— tiene sus días contados como generador de ingresos para este zapatero cada vez menos remendón.

Un asesor que no usa internet

La máquina de escribir eléctrica de Rafael fue moderna hace 30 años. El instrumento está conectado a una artesanal instalación eléctrica en la acera de la calle 38 con carrera 45, en donde se sitúa de lunes a sábado, de 8 de la mañana a 5 de la tarde, para estar “a la espera de que se presente un cliente”.

Hace muchos años, tantos que ni él mismo recuerda cuántos con exactitud, estudió cuatro semestres de Derecho en la Universidad Surcolombiana. Desde entonces, realiza asesorías jurídicas y, a partir de los servicios solicitados por el cliente, él establece el costo de su trabajo.

Sin embargo, internet ha sido su mayor contrincante en el mercado: cualquier escolar puede hallar hoy en día en la web la información que este hombre cobra por suministrar.

Pero para Rafael, los artefactos tecnológicos aún no podrán reemplazar la mano del hombre. “Aquí lo que importa es lo que uno sabe, que el cliente se sienta bien atendido porque siempre se necesitarán personas que puedan orientar”, afirma el mecanógrafo.

Este hombre de 60 años de edad agrega que la continuidad de su oficio se basa en la necesidad constante de las personas por recibir asesoría para llenar los requisitos solicitados por determinados procedimientos.

A pesar de la escasez de clientes, insiste en que este tipo de actividades no están realmente condenadas a desaparecer porque en nuestro medio “la gente no está instruida en muchos temas”.

En su improvisado despacho, la calidad del servicio se refleja en los precios. La carta “más básica” puede costar unos tres mil pesos. Pero una acción de tutela, por concepto de asesoría y redacción, puede valer unos $40 mil.

Asimismo, un derecho de petición puede realizarlo por el valor de $20 mil. “Eso lleva implícito el costo de los saberes que uno posee”, manifiesta el hombre, quien lleva más de 35 años dedicado a este oficio en Barranquilla.}

A pesar de todo ese tiempo, este oficinista del andén cree que no tendría problemas en dedicarse a otras labores.

Mientras llegan los compradores, se dedica a afianzar sus destrezas jugando ajedrez, como estrategia para hacerle frente a las horas muertas.

Un compañero de juego llamado Ismael asegura que el mecanógrafo es el mejor en este juego: “Como no llegan con frecuencia los clientes, él aprovecha para practicarlo a diario”.

Fuente: http://www.elheraldo.co/local/dos-ofici ... aso-137426
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