Españoles buscan esposas colombianas

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Españoles buscan esposas colombianas

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Por Alfredo Baldovino Barrios

Inversión de papeles

No es un secreto que se ha venido incrementando el número de mujeres que ven en los medios virtuales la posibilidad de conseguir estabilidad emocional y de mejorar su calidad de vida con un extranjero, aún bajo los continuos finales de consecuencias fatales que últimamente se dan en numerosas latitudes.

Según informe del 20 de marzo de Caracol Radio, alrededor de 800 mujeres en Colombia abandonan anualmente la soltería gracias a la eficacia de las agencias matrimoniales que funcionan en la red.

No obstante, está ocurriendo una situación atípica. Ahora son los españoles los que están pegados a la red en busca de colombianas. La búsqueda de Cupido va acompañada de una poderosa razón: cambiar de domicilio, a consecuencia del desplome del sistema financiero de ese país.

Según la edición del 8 junio de 2013 del periódico El Tiempo, a por lo menos 12 españoles se les expide semanalmente visas de residencia en Colombia, sin incluir a los supuestos turistas cuyo verdadero propósito es quedarse a trabajar.

Pedro buena vida

En la sala de mi casa tengo la oportunidad de conocer el caso de Andrea, de 21 años, casada con un español que le dobla la edad. Quien lleva el hilo de la narración es su hermana Lucía. Por petición de esta última, los nombres de los protagonistas y algunas circunstancias del relato serán ligeramente modificados.

“Andrea conoció a Pedro por internet en noviembre de 2011, aunque nadie en la casa lo supo en su momento —empieza Lucía—. En precarnaval del año siguiente su comportamiento se fue haciendo sospechoso: salía por las tardes y regresaba por la noche sin decirle nada a nadie. El día de La Guacherna, unos amigos y yo la encontramos con el tipo viendo el desfile. De una me cayó mal, no tanto porque fuera mayor que ella, sino por el hecho de que no se hubiera presentado antes en la casa”.

Andrea confesó todo y la madre decidió invitar a almorzar a Pedro y preguntarle quién era él y cuáles sus intenciones. Cuando escuchó la palabra matrimonio, trató de disuadirlo tocando el tema de la diferencia de edades y de la licenciatura en sociales que estaba cursando Andrea. Sin embargo, al enterarse de que Pedro era hijo de una pareja de prósperos comerciantes vascos, y que tenía pensado montar un negocio en Barranquilla, el asunto cambió de color.

“Se casaron a los dos meses —continúa Lucía— pero con un poder que Pedro mandó desde España. Como al mes lo fuimos a recoger al aeropuerto y mi mamá mandó a desocupar el cuarto más grande de la casa para que ellos se acomodaran allí. Pedro se comprometió a pagar una cuota mensualmente para los gastos de arriendo y servicio, y Andrea suspendió el semestre”.

De una mostró lo que era, durmiendo hasta las once de la mañana y mandando a comprar cervezas que bebía frente al televisor mientras tecleaba en los botones de su blackberry. Con una razón y con otra fue posponiendo la apertura del negocio hasta que fue más que evidente que no iba a concretarse. Solo entonces la madre de Lucía se atrevió a insinuarle la idea de que debía conseguir un trabajo.

“La cosa es que él no quería cualquier puestecito. Aspiraba a ganar, como malo, $1.500.000 al mes, a pesar de que no tiene un título universitario. Con decirte que lo llamaron de un restaurante español adonde había llevado la hoja de vida. Entonces le propusieron trabajo como mesero en el que se ganaría más del sueldo mínimo, sin incluir las propinas, y no aceptó”.

Pedro volvió a la misma vida despreocupada de los primeros días. Vivía de sus ahorros y de la mesada que, decía él, le mandaban sus papás desde España. Un día, incluso, se atrevió a llamarla para presentarle por internet a un amigo español que, supuestamente, tenía ganas de conocerla.

“Lo que más me duele es la situación de Andrea. Ella no habla con nadie, pero sé por su mirada que está sufriendo. El tipo la tiene como una empleada de servicio, y ahora último ella ha empezado a hablar como hablan los españoles”, explica Lucía.

Pero el caso de Andrea no es único. Un doctor de la clínica en la que Lucía trabaja como enfermera le contó que a una sobrina le pasó algo similar. La pelada conoció al español por internet y luego se fue a vivir con él a Valladolid. No obstante, allá la situación se puso tan crítica que ahora viven en Barranquilla con la ayuda financiera de la familia de ella.

Lucía no descarta que se trate de un caso diferente, uno donde de verdad sí haya amor.

Del País Vasco al Barrio Abajo

A Néstor Mallada Giner, un español de 34 años nacido en la provincia de Huesca, lo conocí en la Biblioteca de la antigua Aduana, buscando trabajo.

En medio de la conversación mencionó que estaba casado con Alix Santander Niebles, barranquillera de 33 años, residente en el Barrio Abajo. Quince días más tarde concertamos una cita en la sala de lectura y le pregunté cómo conoció a su esposa.

“Eso ya es un cliché —dice Néstor—. Vi su perfil por internet, le escribí un mensaje y ella lo respondió. A las tres semanas empezamos a hablar por Skype y así durante trece meses. Le dije: mira, si lo nuestro llega a funcionar no podrías venirte para España. No tengo un buen trabajo, vivo en casa de mis padres, y las cosas por acá están bastante difíciles. Ella me dijo ‘okay, no hay problema’. Ahorré todo lo que pude ese año, vendí mi coche, y me vine para Barranquilla en diciembre del año pasado”.

Pero la suya no fue una decisión precipitada. Antes de hacer las maletas revisó algunas estadísticas y advirtió que, a diferencia de España, donde el desempleo alcanzaba al 28% de la población, en Colombia la cifra no superaba el 12%. Además, por ser uno de los países latinoamericanos mejor relacionados con los Estados Unidos, su economía se vería favorecida con la firma del Tratado de Libre Comercio y la oferta de trabajo se incrementaría considerablemente.
“Pero cuando llegué al consulado en enero a pedir la visa de residencia me dijeron que no podían entregármela, a menos que fuera a Panamá a tramitar unos papeles o que me casara con una colombiana. Para ser franco, yo tenía pensado casarme con Alix, pero no tan pronto. Sin embargo, le expliqué lo que estaba ocurriendo y ella me dijo ‘Adelante. Casémonos entonces”.

Actualmente, viven en la casa de los familiares de Alix, junto a los dos niños de su anterior relación. Néstor estaba estancado en Ibrún, la ciudad en que vivía desde los cuatro años, y a pesar del calor excesivo de Barranquilla y de la falta que le hacen las montañas y el sabor de la carne del País Vasco, se siente renovado con su nuevo hogar. No tiene quejas del trato que ha recibido por parte de la familia de Alix y de los vecinos en general, aunque nunca falte el tendero que quiera quedarse con sus vueltos cuando escucha su acento español. Es tecnólogo en sistemas, pero confiesa que pocas veces ha ejercido ese cargo. En Ibrún trabajó desbrozando maleza, como comercial de una aseguradora, estibador y dependiente en un supermercado.

Aquí, desde hace una semana ha empezado a trabajar para una firma de seguros.

“Creo que he tenido suerte —declara—, porque en España las cosas están realmente mal. Tres amigos que tenían trabajo cuando yo me vine, ahora están desempleados”.

Le pregunto si conoce más casos como el suyo y me dice que sí. Cuando estuvo gestionando la visa en Bogotá tuvo la oportunidad de conversar con un valenciano y una venezolana que se habían conocido por internet. Más tarde se casaron en España y disfrutaron de una temporada de prosperidad antes de que el banco les quitara la casa. Entonces, regresaron a Bogotá.

Entre los factores que aduce para explicar la afluencia de compatriotas suyos en nuestro país están, en primer lugar, el de las conductas gregarias (empieza a sonar el nombre de un país como destino y todo el mundo quiere ir para allá), la relativa facilidad para conseguir una visa de residente, la hospitalidad de los colombianos y el potencial económico anunciado por la apertura del TLC.

Pero le preguntó qué diferencias encuentra él entre la mujer europea y lo poco que ha podido conocer de la mujer costeña.

“La mujer europea es más fría —concluye—. Exige todo a partes iguales y eso no está mal. La mujer costeña es mucho más comprometida con el hogar, más amorosa, con una mayor capacidad para hacerte sentir especial”.

¿Una historia que se repite?

Para el antropólogo cultural y profesor de literatura de la Universidad del Atlántico Libardo Barros Escorcia, el fenómeno descrito tiene profundas implicaciones sociológicas cuyas raíces hay que buscar en la España imperial.

Efectivamente, hacia el siglo XVI, la brecha entre la aristocracia y las clases populares era tan grande que España carecía de una clase media consistente, capaz de promover un mercado de exportaciones que redundara en un incremento de la economía nacional. La hambruna, las enfermedades, los desaciertos políticos y la corrupción hicieron el resto. Este es el escenario en el que nace un personaje literario harto singular: el pícaro, que ve en la itinerancia y en una variada gama de ardides, la oportunidad de sacar ventaja de los más incautos.

“Cuatro siglos después —apunta Barros Escorcia—, los pícaros vuelven a aparecer en escena, pero ya no van a pie por los caminos a la búsqueda de aventuras, sino que compran tiquetes de avión y fijan su residencia en Latinoamérica, en vista de que en el resto de Europa no les comen cuento”.

A esto, añade, hay que sumar otro factor: el del complejo de inferioridad de los latinos y la engañosa conciencia de superioridad étnica de muchos de los compatriotas de Cervantes. De allí que a las familias de baja extracción social les resulte más ventajoso mezclar los genes de un español al de un miembro de la parentela, aunque no sea adinerado, que hacerlo con un compatriota que se encuentra en las mismas condiciones.

“Hay una frase que las abuelas solían repetir en Soplaviento cuando yo era niño —recuerda Barros Escorcia—: “Vea, mijo, cásese con blanca, aunque sea puta”. Ahí tienes tú resumida en esa frase cuál es la actitud de la gente que no tiene una idea clara de su identidad, hacia este tipo de matrimonios”.

Este, por supuesto, tampoco es un hecho desconocido, si bien no todos los casos admiten el mismo enfoque. Porque es verdad: si las puertas de otros países están abiertas para los colombianos (as) que quieren conformar un hogar en el exterior, no deberían encontrarlas cerradas los que, por las mismas razones, quieran establecerse en nuestro país. Cada quien es libre de enamorarse de quien le venga en gana y no siempre es el oportunismo el móvil de tales matrimonios. Pero existen razones de sobra para adoptar una actitud reticente cuando este fenómeno se masifica. La tendencia a asumir el problema como propio cuando uno descubre en la experiencia ajena, no un acto inocuo nacido de un espíritu aventurero, sino las huellas inequívocas de una ideología dominante de carácter eurocéntrico. En otros términos, como si volviera a repetirse una historia cuyos actos conocemos de antemano.

Fuente: http://revistas.elheraldo.co/latitud/es ... nas-117333
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