El vengador anónimo
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El vengador anónimo
Por Diego Marín Contreras
En el Centro de Barranquilla, un hombre asesina a dos seres humanos y hay quienes lo aclaman como héroe, e invocan sin más, a la topa tolondra, la legítima defensa. ¡Cuál, ¡por Dios!, cuál legítima defensa? Porque sostienen que lo asistía todo el derecho de matarlos: le habían robado a su mujer unos aretes de oro. Y piensa uno: caramba, debían ser los aretes que le faltan a la luna como para justificar un doble homicidio. Hace muchos años, frente a la pantalla de cine, veíamos a Charles Bronson hacer justicia por cuenta propia, en una serie de películas llamadas El vengador anónimo, porque unos depredadores sexuales habían violado y asesinado a su mujer y a su hija. Pero este Bronson criollo, de gatillo rápido, procedió al crimen sin dudarlo un segundo por unos aretes con un barniz dorado. Un baño de sangre por un baño de oro, qué simbólico. Dos vidas por un par de aretes, una por cada oreja. Y la galería aplaude frenética, como en el circo romano. Cómo hemos avanzado.
En un volcán de Tanzania se conservan las huellas de un antepasado de todos nosotros, un homínido que vivió hace 2,5 millones de años. Se ha necesitado ese tiempo, y cinco mil millones de años del planeta Tierra, y catorce mil millones de años del Universo, se han necesitado eras geológicas, catástrofes, glaciales, inundaciones, asteroides, tiempos y más tiempos en la escala cósmica, para que nuestra preciosa humanidad apareciera. ¿Cuánto cuesta la vida de un ser humano, de dos seres humanos? ¿Un par de aretes? No digo: cómo hemos avanzado.
Pero eran delincuentes –sostienen algunos bajo los dictados de una lógica del absurdo–. No, nadie es delincuente, existen conductas delincuenciales; eran dos seres humanos, como tú y como yo, lector, ni más ni menos, con derecho a todo y, más que nada, a la vida. ¿Quién habla en su nombre? Los adjetivos denigrantes: desechable, loco, puta, marica, vicioso, y un largo etcétera, poseen la cuestionable virtud de deshumanizar a quienes resultan incómodos para la sociedad, a la cual no se le ocurre otra solución para ellos que encerrarlos, castigarlos, patearlos, violarlos, degradarlos o asesinarlos, cuando no darles una piadosa muerte psiquiátrica o la sanción farisea de una moralidad esquizoide, porque casi todos hacemos, bajo el amparo de una legalidad aparente, de una ética politeísta, que le rinde culto a los dioses
del poder y el placer –señores comerciantes, ¿no roban ustedes acaso?– lo que esos seres llevan a cabo in extremis, de una manera tan descarnada que es como un espejo donde deberíamos mirarnos. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, o la primera bala, pero puede ser justamente eso: un balazo a la luna del espejo. La imagen fragmentada que resulte es la imagen de la sociedad en que vivimos.
Siempre he visto como una monstruosa injusticia, como una infame cobardía, a esas turbas que persiguen acezantes, como una jauría iracunda que babea con la lujuria de la violencia, a ese infeliz ser humano que se ha robado, por ejemplo, un par de aretes. Lo alcanzan, le dan puños, lo patean, le parten las costillas, lo escalabran, lo someten a las más viles vejaciones, y a eso le llaman justicia. ¿Quiénes son más delincuentes?, me pregunto: ¿el perseguido o sus perseguidores?, ¿quién habla en nombre de los perseguidos?, ¿quién habla en nombre de la vida?, a lo mejor los aretes que le faltan a la luna, o el inmenso mar de donde venimos todos.
Fuente: http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/B ... Seccion=52
En el Centro de Barranquilla, un hombre asesina a dos seres humanos y hay quienes lo aclaman como héroe, e invocan sin más, a la topa tolondra, la legítima defensa. ¡Cuál, ¡por Dios!, cuál legítima defensa? Porque sostienen que lo asistía todo el derecho de matarlos: le habían robado a su mujer unos aretes de oro. Y piensa uno: caramba, debían ser los aretes que le faltan a la luna como para justificar un doble homicidio. Hace muchos años, frente a la pantalla de cine, veíamos a Charles Bronson hacer justicia por cuenta propia, en una serie de películas llamadas El vengador anónimo, porque unos depredadores sexuales habían violado y asesinado a su mujer y a su hija. Pero este Bronson criollo, de gatillo rápido, procedió al crimen sin dudarlo un segundo por unos aretes con un barniz dorado. Un baño de sangre por un baño de oro, qué simbólico. Dos vidas por un par de aretes, una por cada oreja. Y la galería aplaude frenética, como en el circo romano. Cómo hemos avanzado.
En un volcán de Tanzania se conservan las huellas de un antepasado de todos nosotros, un homínido que vivió hace 2,5 millones de años. Se ha necesitado ese tiempo, y cinco mil millones de años del planeta Tierra, y catorce mil millones de años del Universo, se han necesitado eras geológicas, catástrofes, glaciales, inundaciones, asteroides, tiempos y más tiempos en la escala cósmica, para que nuestra preciosa humanidad apareciera. ¿Cuánto cuesta la vida de un ser humano, de dos seres humanos? ¿Un par de aretes? No digo: cómo hemos avanzado.
Pero eran delincuentes –sostienen algunos bajo los dictados de una lógica del absurdo–. No, nadie es delincuente, existen conductas delincuenciales; eran dos seres humanos, como tú y como yo, lector, ni más ni menos, con derecho a todo y, más que nada, a la vida. ¿Quién habla en su nombre? Los adjetivos denigrantes: desechable, loco, puta, marica, vicioso, y un largo etcétera, poseen la cuestionable virtud de deshumanizar a quienes resultan incómodos para la sociedad, a la cual no se le ocurre otra solución para ellos que encerrarlos, castigarlos, patearlos, violarlos, degradarlos o asesinarlos, cuando no darles una piadosa muerte psiquiátrica o la sanción farisea de una moralidad esquizoide, porque casi todos hacemos, bajo el amparo de una legalidad aparente, de una ética politeísta, que le rinde culto a los dioses
del poder y el placer –señores comerciantes, ¿no roban ustedes acaso?– lo que esos seres llevan a cabo in extremis, de una manera tan descarnada que es como un espejo donde deberíamos mirarnos. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, o la primera bala, pero puede ser justamente eso: un balazo a la luna del espejo. La imagen fragmentada que resulte es la imagen de la sociedad en que vivimos.
Siempre he visto como una monstruosa injusticia, como una infame cobardía, a esas turbas que persiguen acezantes, como una jauría iracunda que babea con la lujuria de la violencia, a ese infeliz ser humano que se ha robado, por ejemplo, un par de aretes. Lo alcanzan, le dan puños, lo patean, le parten las costillas, lo escalabran, lo someten a las más viles vejaciones, y a eso le llaman justicia. ¿Quiénes son más delincuentes?, me pregunto: ¿el perseguido o sus perseguidores?, ¿quién habla en nombre de los perseguidos?, ¿quién habla en nombre de la vida?, a lo mejor los aretes que le faltan a la luna, o el inmenso mar de donde venimos todos.
Fuente: http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/B ... Seccion=52
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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