Todo es confrontación y pelea
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Todo es confrontación y pelea
Por Álvaro De la Espriella Arango
Algo se rompió en el tejido social de Colombia en los últimos treinta años. Sin caer en nostalgias costumbristas a las cuales son tan aficionados los mayores, es fácil percibir que la gente antes era más pacífica, tolerante, obediente, tranquila.
El siglo pasado y los años posteriores al grito de la Independencia se caracterizaron por las guerras de todos los calibres, entre radicales, republicanos, liberales, conservadores, todos ellos inmersos en contiendas de carácter político, partidista. Pero en el terruño, en la plaza de cada pueblo, en el hogar, en la obediencia civil, en el respeto, en la solidaridad social, el habitante ciudadano colombiano tenía otra clase de conducta y asumía con otros criterios y comportamientos sus deberes y obligaciones como tal.
Tomemos como ejemplo la idiosincrasia costeña del litoral Caribe, donde hoy vemos una tremenda descomposición social en las actitudes comunitarias, en la tolerancia por el prójimo, en el acatamiento de las normas civiles y cívicas, en una intensa y arraigada tendencia a resolver todo conflicto, pequeño o grande, con confrontaciones, peleas, discusiones, enfrentamientos, que se sumergen en actos de violencia con frecuencia.
Hay en el costeño actual un grave criterio de desobediencia civil para todo, ante todo y con todo. La tolerancia se perdió y el respeto más todavía. Nadie quiere apegarse a la Ley, todos quieren desconocerla, por eso la norma, pequeña o grande, reglamentaria o social se queda parasitaria para que el egoísmo, la individualidad el “yo primero” instale su reinado en toda actitud o proceder. Es impresionante la carencia de solidaridad social, la imposición por la fuerza si se quiere de un punto de vista porque ese es “el mío y yo hago lo que me da la gana porque a mí nadie me obliga”.
Entonces todo termina en pelea. Es ya una cultura arraigada que cada quien quiere lo suyo, y la colectividad como un precepto de coherencia social se pierde automáticamente. Nos decía un profesor chileno recientemente que en la Universidad antes de enseñar la Filosofía del Derecho, que es la misma cátedra que nosotros aquí en Colombia dictamos desde muchos años atrás, él les enseñaba a sus alumnos antes, o pretendía hacerlo, a ser buenos ciudadanos. Y tiene un gran sentido de lógica establecer esa línea divisoria entre el buen ciudadano y el buen profesional, que es una línea integrada e integral como lo afirmó Descartes hace varios siglos: “no se puede racionalizar la estructura sociológica del buen ciudadano si no se entiende que somos parte de una sociedad que todo lo debe compartir”.
En ciudades como Barranquilla, este fenómeno cultural, para denominarlo de una manera subjetiva, es atroz. La ofensa, el insulto, la procacidad están a la orden, cada minuto. Qué tristeza en una ciudad que si se distinguía en algo era por la cordialidad y la confraternidad social.
Esto se acabó. Nuevas fuerzas, nuevos intereses se quieren apoderar de lo que por tradición e historia nos pertenece a quienes aquí tenemos raíces. Como el respeto se ha perdido, cualquiera irrumpe en la comunidad con sus propias reglas y las impone. Si con ello lastima no importa. Es el reinado del egoísmo, de la soberbia, de la altanería, del insulto, de la amenaza y de la traición.
Los caminos para llegar no importan, pero hay que llegar y obtener lo que el “yo” reclama, desea y necesita. Me perdonarán los románticos, esos tantos amigos que tenemos y lo dicen a cada momento, pero “Barranquilla, el mejor vividero del mundo”.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... elea-78823
Algo se rompió en el tejido social de Colombia en los últimos treinta años. Sin caer en nostalgias costumbristas a las cuales son tan aficionados los mayores, es fácil percibir que la gente antes era más pacífica, tolerante, obediente, tranquila.
El siglo pasado y los años posteriores al grito de la Independencia se caracterizaron por las guerras de todos los calibres, entre radicales, republicanos, liberales, conservadores, todos ellos inmersos en contiendas de carácter político, partidista. Pero en el terruño, en la plaza de cada pueblo, en el hogar, en la obediencia civil, en el respeto, en la solidaridad social, el habitante ciudadano colombiano tenía otra clase de conducta y asumía con otros criterios y comportamientos sus deberes y obligaciones como tal.
Tomemos como ejemplo la idiosincrasia costeña del litoral Caribe, donde hoy vemos una tremenda descomposición social en las actitudes comunitarias, en la tolerancia por el prójimo, en el acatamiento de las normas civiles y cívicas, en una intensa y arraigada tendencia a resolver todo conflicto, pequeño o grande, con confrontaciones, peleas, discusiones, enfrentamientos, que se sumergen en actos de violencia con frecuencia.
Hay en el costeño actual un grave criterio de desobediencia civil para todo, ante todo y con todo. La tolerancia se perdió y el respeto más todavía. Nadie quiere apegarse a la Ley, todos quieren desconocerla, por eso la norma, pequeña o grande, reglamentaria o social se queda parasitaria para que el egoísmo, la individualidad el “yo primero” instale su reinado en toda actitud o proceder. Es impresionante la carencia de solidaridad social, la imposición por la fuerza si se quiere de un punto de vista porque ese es “el mío y yo hago lo que me da la gana porque a mí nadie me obliga”.
Entonces todo termina en pelea. Es ya una cultura arraigada que cada quien quiere lo suyo, y la colectividad como un precepto de coherencia social se pierde automáticamente. Nos decía un profesor chileno recientemente que en la Universidad antes de enseñar la Filosofía del Derecho, que es la misma cátedra que nosotros aquí en Colombia dictamos desde muchos años atrás, él les enseñaba a sus alumnos antes, o pretendía hacerlo, a ser buenos ciudadanos. Y tiene un gran sentido de lógica establecer esa línea divisoria entre el buen ciudadano y el buen profesional, que es una línea integrada e integral como lo afirmó Descartes hace varios siglos: “no se puede racionalizar la estructura sociológica del buen ciudadano si no se entiende que somos parte de una sociedad que todo lo debe compartir”.
En ciudades como Barranquilla, este fenómeno cultural, para denominarlo de una manera subjetiva, es atroz. La ofensa, el insulto, la procacidad están a la orden, cada minuto. Qué tristeza en una ciudad que si se distinguía en algo era por la cordialidad y la confraternidad social.
Esto se acabó. Nuevas fuerzas, nuevos intereses se quieren apoderar de lo que por tradición e historia nos pertenece a quienes aquí tenemos raíces. Como el respeto se ha perdido, cualquiera irrumpe en la comunidad con sus propias reglas y las impone. Si con ello lastima no importa. Es el reinado del egoísmo, de la soberbia, de la altanería, del insulto, de la amenaza y de la traición.
Los caminos para llegar no importan, pero hay que llegar y obtener lo que el “yo” reclama, desea y necesita. Me perdonarán los románticos, esos tantos amigos que tenemos y lo dicen a cada momento, pero “Barranquilla, el mejor vividero del mundo”.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... elea-78823
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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