La cultura narco existe
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La cultura narco existe
Por Lola Salcedo Castañeda
Apruébenlo o no los cacaos de los estudios de la cultura, en Colombia existe una cultura narco y ha penetrado todos los estratos socioeconómicos, gremios, instituciones públicas y políticas, medios de comunicación, y la vida tuya y la mía. No hay forma de evadirla, porque está asentada en el mundo de las emociones, gracias a la permanente exhibición de sus costumbres, usos y actitudes en la televisión nacional.
Voy a mencionar algunas de las telenovelas y series que hemos visto durante el último lustro: La Virgen de los sicarios, La vendedora de rosas, María llena eres de gracia, Sin tetas no hay paraíso, El cartel de los sapos, Soñar no cuesta nada, Los protegidos, La viuda de la mafia, Pandillas, guerra y Paz, El capo, Las muñecas de la mafia, La bruja, Correo de inocentes, Tres milagros. Y remata la seguidilla, Escobar, el patrón del mal, al aire cada noche de los niños y adolescentes colombianos.
La vida de los delincuentes más horrendos de la humanidad en el siglo XX está llena de casas suntuosas, mujeres divinas, licor y diversión, carros de envidia y rollos de billete. Justo que cualquier joven aspira a alcanzar, hasta que le matan esa esperanza los clientelistas feudales al robarle la educación, la salud, el empleo. El paso inmediato es buscar a los reales narcotraficantes de toda laya para no perder sus sueños de llegar a ser alguien, así sea con plomo y drogas.
Sumémosle que el país tiene más cirugías estéticas de nalgas y tetas que cualquier otro en el mundo, sin discusión un modelo impuesto por los ‘Cara’e bobo’, ‘Melcocha’, ‘Comemoco’ y demás guacarnacos que gustan de mujeres voluptuosas, exóticas, para mostrar a otros hombres, y como tienen dinero fácil las mandan a construir por el cirujano. Luego, adicionemos el lenguaje traqueto que la tele popularizó, que usamos todos indistintamente en diálogos coloquiales asemejándolo a otros aspectos, con lo que lo hicimos parte de nuestra idiosincrasia (le dieron chumbimba, por lo botaron del empleo). Y por último, ¿qué decir de la violencia indiscriminada en el contacto diario con los otros, una forma atroz de relacionarnos en lo cotidiano? Menú servido.
La televisión es el medio más influyente y penetrante, –como que llega a la habitación, la cocina o el estar familiar, y se instala y nos emboba a toditos–. Aunque reneguemos, ella sobrepasa todo juicio y martilla directo en la emocionalidad de cada quien. Por eso, cuando se le pregunta a niños menores de 16 años, qué quieren ser cuando grandes, ellos responden con decisión: ¡Capo! Y les sobra razón. Los niños y adolescentes aprenden de la televisión esos comportamientos, estilos, lenguajes, actitudes y maneras de ver la vida y la quieren para ellos, porque aunque digan que tienen objetivo didáctico y de recuperación de nuestra historia, el interés de las cadenas se llama raiting y por una décima en el Ibope, son capaces de cualquier modificación del guión que signifique audiencia.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... iste-82039
Apruébenlo o no los cacaos de los estudios de la cultura, en Colombia existe una cultura narco y ha penetrado todos los estratos socioeconómicos, gremios, instituciones públicas y políticas, medios de comunicación, y la vida tuya y la mía. No hay forma de evadirla, porque está asentada en el mundo de las emociones, gracias a la permanente exhibición de sus costumbres, usos y actitudes en la televisión nacional.
Voy a mencionar algunas de las telenovelas y series que hemos visto durante el último lustro: La Virgen de los sicarios, La vendedora de rosas, María llena eres de gracia, Sin tetas no hay paraíso, El cartel de los sapos, Soñar no cuesta nada, Los protegidos, La viuda de la mafia, Pandillas, guerra y Paz, El capo, Las muñecas de la mafia, La bruja, Correo de inocentes, Tres milagros. Y remata la seguidilla, Escobar, el patrón del mal, al aire cada noche de los niños y adolescentes colombianos.
La vida de los delincuentes más horrendos de la humanidad en el siglo XX está llena de casas suntuosas, mujeres divinas, licor y diversión, carros de envidia y rollos de billete. Justo que cualquier joven aspira a alcanzar, hasta que le matan esa esperanza los clientelistas feudales al robarle la educación, la salud, el empleo. El paso inmediato es buscar a los reales narcotraficantes de toda laya para no perder sus sueños de llegar a ser alguien, así sea con plomo y drogas.
Sumémosle que el país tiene más cirugías estéticas de nalgas y tetas que cualquier otro en el mundo, sin discusión un modelo impuesto por los ‘Cara’e bobo’, ‘Melcocha’, ‘Comemoco’ y demás guacarnacos que gustan de mujeres voluptuosas, exóticas, para mostrar a otros hombres, y como tienen dinero fácil las mandan a construir por el cirujano. Luego, adicionemos el lenguaje traqueto que la tele popularizó, que usamos todos indistintamente en diálogos coloquiales asemejándolo a otros aspectos, con lo que lo hicimos parte de nuestra idiosincrasia (le dieron chumbimba, por lo botaron del empleo). Y por último, ¿qué decir de la violencia indiscriminada en el contacto diario con los otros, una forma atroz de relacionarnos en lo cotidiano? Menú servido.
La televisión es el medio más influyente y penetrante, –como que llega a la habitación, la cocina o el estar familiar, y se instala y nos emboba a toditos–. Aunque reneguemos, ella sobrepasa todo juicio y martilla directo en la emocionalidad de cada quien. Por eso, cuando se le pregunta a niños menores de 16 años, qué quieren ser cuando grandes, ellos responden con decisión: ¡Capo! Y les sobra razón. Los niños y adolescentes aprenden de la televisión esos comportamientos, estilos, lenguajes, actitudes y maneras de ver la vida y la quieren para ellos, porque aunque digan que tienen objetivo didáctico y de recuperación de nuestra historia, el interés de las cadenas se llama raiting y por una décima en el Ibope, son capaces de cualquier modificación del guión que signifique audiencia.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... iste-82039
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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