La tierra: vetusto problema

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La tierra: vetusto problema

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Por Ricardo Plata Cepeda

La desigual distribución de la propiedad de la tierra en Colombia es una realidad heredada de la Colonia, prolongada durante toda la República y exacerbada en décadas recientes por el narcotráfico, el paramilitarismo y por la misma guerrilla. Saltándose la álgida discusión de si estas tienen algún mérito democrático para debatir y acordar con el Gobierno políticas públicas de cualquier índole, careciendo de los votos para ello, el tema se coló al primer lugar en la agenda de negociaciones de La Habana y comenzó a entrabar el proceso, como su luenga historia permitía predecir.

Mala cosa. En las negociaciones, al igual que en otros emprendimientos, conviene obtener ‘victorias tempranas’ que inyecten la adrenalina del logro para acometer tareas más arduas. Al abordar de entrada la más espinosa de ellas la perspectiva de una ‘derrota temprana’ puede desanimar a los actores y aburrir a los espectadores. Y eso ya está sucediendo.

Pero ese no es el único peligro. Enfrascados en una discusión de tan vieja data corremos el riesgo de generar soluciones enraizadas en el pasado. Por ejemplo, al aducir que en Colombia el minifundio es más productivo que el latifundio, algunos llegan a la disparatada conclusión de que hay que atomizar las grandes propiedades entre pequeños productores. Por supuesto que hay que apoyar al pequeño propietario, brindándole la oportunidad de crecer en tamaño y de acceder disciplinadamente a crédito y tecnología, pero no es nada fácil garantizar que un labrador eficiente en su pequeña parcela de dos hectáreas, gracias al sudor de su frente y métodos ancestrales, pueda transformarse en el gerente competitivo de veinte hectáreas.

También hay muchas grandes propiedades mal habidas, que deben regresar a sus verdaderos dueños o utilizarse para facilitar el acceso a la tierra. Pero así como hay demasiados latifundios improductivos en Colombia también hay grandes agroempresas palmeras, cañeras, bananeras y madereras mucho más productivas que cualquier pequeño predio, y debería haber más de esas, no menos. El problema social del sector rural requiere fortalecer al pequeño productor y al campesino desposeído, pero el problema de la baja productividad del campo colombiano requiere forzar, con impuestos, y promover, con subsidios a la inversión para todos, la vinculación de las propiedades agrarias de cualquier tamaño a la modernidad y estrechar mecanismos asociativos de beneficio recíproco.

Mientras cumplimos dos siglos de independencia con esta asignación pendiente, en el mismo lapso, en Norteamérica, despensa alimentaria del mundo, la población rural pasó del 95% al 17%, y la fuerza de trabajo dedicada a la agricultura pasó de cerca del 80% al 2,5%, sí, al dos y medio por ciento. Y eso no es posible solo con pequeños productores. Aunque en América Latina con menor intensidad de capital ese nivel puede no ser ni alcanzable ni deseable, todos hemos avanzado en esa dirección. El año pasado la población urbana mundial sobrepasó a la rural por primera vez en la historia, impulsada por el asombroso desplazamiento del campesinado chino a las ciudades en las últimas décadas en pos de su revolución industrial. En Colombia, este año la población rural bajó al 23,6% del total y en el 2011 la participación del valor agregado agropecuario pasó a representar solo el 6,3% del PIB nacional. La urbanización tenaz indica que piezas importantes del rompecabezas del campo están en las ciudades.

Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... lema-99028
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