Manatí, diez horas a ‘fuego’ alto

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Manatí, diez horas a ‘fuego’ alto

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Un grupo de niños de Manatí, en el sur de Atlántico, calman las altas temperaturas echándose agua en un abrevadero.


Por Álvaro Pión Salas

El municipio del sur del Atlántico es considerado el más caluroso del Departamento, de acuerdo con las mediciones del Ideam. Las historias de varios de sus habitantes revelan qué tan cierta es la afirmación.

A las 4:15 de la tarde el sol comienza a darle tregua a los habitantes de Manatí. Aunque el cielo amaneció nublado y amenazando con lluvia, en todo el día no cayó una sola gota de agua en el pueblo del sur de Atlántico, a 80 kilómetros de Barranquilla.

El Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia, Ideam, es el encargado de monitorear el clima, la temperatura y la lluvia, entre otras cosas, en diferentes zonas del país. Por todo el territorio nacional hay unas 3.000 estaciones meteorológicas.

En Atlántico, Barranquilla, Soledad, Sabanalarga y Manatí son los lugares que miden. En un análisis del comportamiento de la temperatura durante el último mes, el Ideam determinó que el municipio sureño es el que registra los índices más elevados de temperatura, llegando a una máxima de 37,8° centígrados.

Según las proyecciones meteorológicas la ola de calor que azota la Región Caribe se extendería hasta finales de mayo, por lo que a los habitantes de Manatí les queda casi un mes de intenso calor. Entre mitos y risas, los residentes van sorteando una realidad paradójica: antes sufrían por una inundación y ahora por una sequía.

6:15 a.m. 25°. Denis Escorcia remueve las brasas de una hornilla sobre la que hierve un aceite. Desde hace 15 años vende fritos, pero “nunca había sido tan difícil como ahora”.

El motivo de su “problema”es que “con el calor que hace y ponerse al fogón es como si uno estuviera en la boca del mismísimo infierno”, lanza la expresión la mujer de 54 años mientras aviva las llamas.

En ese momento la sensación térmica es de 31 grados centígrados. El puesto de comida está ubicado en el barrio el Paso. Ahí tiene su casa de material con techos altos de madera “para que entre el fresco”. Pero durante la mañana el sol se eleva frente a su puerta sin nada que mitigue la fuerza de sus rayos.

“Antes de la inundación tenía dos palitos de matarratón y esto era fresco”, explica Escorcia dibujando en el aire una circunferencia imaginaria del diámetro que alcanzaban, y continúa: “Pero se ahogaron y ahora nos come el calor”.

La mujer fue una de las 120.000 personas que resultaron afectadas por la ruptura del Canal del Dique, el 30 de noviembre de 2010, a tres kilómetros de Santa Lucía en el carreteable que comunica con de la vía Oriental.

Denis Escorcia regresó a su hogar cuando las aguas bajaron, después de haber alcanzado dos metros de alto, pero no volvió a sembrar árboles.

“En la noche la cosa no cambia, me la paso echándome fresco con un cartón porque el abanico solo bota fogaje”, asegura la cocinera.

8:15 a.m. 28°. Desde hace 4 años Martina Muñoz, una mujer sofocada bajo un paraguas multicolor, vende bollos de mazorca biche y limpios en un puente del barrio la Inmaculada.

Señalando hacia un cauce seco recuerda que “hace mucho tiempo que no llueve”, y agrega que “antes porque estábamos inundados y ahora porque no hay ni gota de agua”.

A pesar de esta ironía y lo paradójica de la situación, la vendedora de 60 años no quiere que vuelva a repetirse el desastre ambiental de 2010. Ella dice que “al menos debería caer algo de agua para que se calme la cosa”.

“Yo me pongo a vender desde las 6 de la mañana, pero a las 9 me voy por el resplandor. Eso es lo que da más calor”, comenta Muñoz. A la hora de costumbre recoge su ponchera con los pocos bollos que le quedan y se va para su casa, un lugar más fresco, sin importarle no haber completado la venta.

10:15 a.m. 31°. Manatí es un Municipio con una superficie de 206 kilómetros cuadrados. El terreno es apto para actividades agropecuarias por ser irrigado por cuerpos de agua como el embalse del Guájaro y el Canal del Dique.

Sin embargo, el fuerte verano ha ido secando paulatinamente los cuerpos de agua, dejando a su paso una tierra agrietada.

El sector conocido como Buenos Aires es uno de los pocos que conserva pastizales verdes y uno que otro abrevadero. La zona es silenciosa. Cada persona en la puerta de su casa, bajo los árboles, intenta moverse lo menos posible para no importunar al calor.

Un grupo de niños, entre los cinco y los diez años, interrumpe la calma. En un acuerdo cómplice con las vacas callejeras, los chicos chapotean a la orilla de un jagüey ante la mirada imperturbable de un grupo de rumiantes que tragan agua desde el otro lado. Son compañeros forzosos que intentan aplacar el calor que va en aumento.

12:15 a.m. 33°. El sol llega a su cenit y es el momento en el que el bochorno está en su plenitud. En las calles son pocos los que se aventuran a exponer su humanidad.

Como en un viacrucis, una mujer con una ponchera de pescado camina anunciando su producto. Cada estación en las casas “es un oasis de sombra”, asegura divertida.

Su nombre es Faride Ruiz. Se toma con humor el calor sofocante que tolera y hasta anuncia con una sonrisa que sus mojarras y bocachicos “no dan tanta lidia”.

“Con este sol ya llegan sancochados y solo hay que ponerles el bollo”, afirma entre risas y sigue con la venta.

2:15 p.m. 33°. Luis Sanjuán Orozco es bacteriólogo. Tiene un laboratorio en el pueblo. Él fue uno de los compradores de los pescados de Faride Ruiz.

“Los problemas acá son: mucho salitre, las lomas con yacimientos de yeso, los montes no dejan entrar la brisa y el agua acabó con la arborización”, sentencia Sanjuán.

Manifiesta que dentro de los mitos para justificar el calor en Manatí está el de la cantera de yeso “que hace tiempo no es explotada”. Para los pobladores esa una de las causantes de la “quemazón” que sienten.

4:15 p.m. 31°. La intensidad del sol empieza a declinar. Lentamente los pobladores empiezan a salir del embrujo soporífero de la tarde y se dedican a terminar las labores del día.

Varios de ellos llega hasta la casa de Amparo Castañeda para llevarse “algo frío” a la boca.

La mujer de 48 años tiene una venta de bolis.

“En esta época –explica– me estoy haciendo 50 bolis de ‘kola’ con leche y galleta. Los vendo todos”, asegura. Castañeda recibe los billetes y escarba en un recipiente con monedas para darles los vueltos a los sedientos visitantes.

Así transcurren en Manatí 10 horas de un día con una “llama alta” que les ‘cocina’ a sus pobladores el sueño de conseguir un equilibrio, en el clima y el ambiente, para no vivir entre los extremos de las inundaciones o las sequías.

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Calor en Manatí

Nelson Rangel, geólogo vinculado a la Universidad de Atlántico, explica que la situación de Manatí es similar a la que vive el resto de la Región Caribe, donde la poca vegetación “hace que la sensación de calor aumente, además de que hay un fenómeno como el Niño”. Con respecto al caso del municipio atlanticense, asegura que la incidencia del suelo es “mínima” para que el ambiente sea caluroso. “Lo que realmente importa es recuperar la capa vegetal”, enfatiza.

Fuente: http://www.elheraldo.co/local/manati-di ... lto-194770
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