Liberaciones y celebraciones

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Darloup
 
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Liberaciones y celebraciones

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Por Gaspar Hernández

Colombia tiene no solo la piel de gallina, sino la memoria de una gallina de patio casero costeño. Todo lo celebra, hasta la postura de un huevo (huevito diría un expresidente finquero). Y todo lo olvida, pues pasa el día escarbando en busca de granos y lombrices como si nunca hubiese comido; no se le llena el buche, decía mi abuela María Isabel, experta en sancocho de gallina criolla.

El símil de la ave de corral me ha invadido en estos días de tantas celebraciones nacionales por las liberaciones, a cuenta gotas, de secuestrados por la guerrilla que vencieron la selva y los homenajes por el Primer Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas de la Violencia. Día instituido por el legislador para recordar el 9 de Abril, fecha de luto patrio por el asesinato de El Tribuno del Pueblo; asesinato que inauguró la actual violencia que no acaba a pesar de haber llevado a la tumba a más de cuatro generaciones de colombianos.

La liberación de los secuestrados las hemos celebrados con lágrimas en las pantallas de la televisión mundial y con parranda multicolor. Y recordamos a las miles y miles de víctimas de esta violencia fratricida con una tremenda rumba, bajo la lluvia, en plena Plaza de Bolívar en la fría Capital de la República.

Como si la tragedia fuera un circo. Pero mientras esas celebraciones ocurren en calles y plazas, en el monte y en las montañas siguen cayendo en combate jóvenes soldados como ‘carne de cañón’.

Soldados a quienes no se le ha educado para la guerra, menos para la vida y se enfrentan a la muerte indefensos y desprotegidos por una sociedad que, entre tanta fiesta, los olvida. Es que la guerra nuestra es un gran olvido nacional, nos acordamos de ella por las noticias, pero ni en la escuela ni en la familia que es la República Unitaria, se enseña que estamos en guerra y que la debemos acabar. Solo se habla de ella para ponerle más cero al Presupuesto Nacional para seguir comprando fusiles y balas y más estrellas y soles para el pecho de nuestro Generales que, como Aureliano, no acaban esta guerra, sino que celebran cada batalla como si fuera la final. La vida en Colombia no es un Carnaval como lo cantó Celia, es una violencia que no acaba.

Hasta cuándo vamos a seguir cacareando las victorias parciales contra los violentos, si nos hemos olvidados de los muertos cuyas sepulturas siguen abiertas, ya que de cada soldado liberado, diez son muertos caídos en combates y por cada víctima reparada diez más son registradas en las estadísticas. Es una bola de nieve la violencia en Colombia. Claro, si la hemos convertido en el espectáculo diario en la TV y la hemos escondido en la escuela donde aún, creo, la letra con sangre entra.

Lo afirmo porque nací en el 53 del siglo anterior, año límite del arranque de la violencia declarada que le ha tocado vivir a mi generación y tres más. Y durante este largo tiempo lo que he aprendido son todos los intentos fallidos por lograr la paz y, en mi época escolar, la que todavía no termino, nada se enseñó sobre esa realidad que conocí leyendo la novela colombiana, como tampoco creo que en los textos de ahora haya un capítulo sobre la historia reciente de “La Silla Vacía” en el Caguan.

Por ello soy escéptico y no me gustan las celebraciones espontáneas e instintivas, emocionales, porque no han ayudado a erradicar esta sensación de frustración por la anhelada y esquiva paz. No quisiera que el olvido nos mantenga viva esta piel de gallina que recorre cada día, cada noche, el territorio nacional.

Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... ones-63935
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