La enfermedad colombiana
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La enfermedad colombiana
Por Thierry Ways
Nuestras exportaciones, y buena parte del crecimiento del producto interno, están completamente dominados por la minería, lo que es desaconsejable por varios motivos. Uno de ellos es el daño ambiental: ¿será que el país, que apenas está despertando a su riqueza hídrica y forestal, logra crear las instituciones para protegerla antes de que la termine de estropear la explotación minera? Otro problema es que la economía nacional se ha vuelto dependiente de esas exportaciones, y por tanto vulnerable a las fluctuaciones en la demanda mundial de recursos naturales, en un momento en que todo indica que esa demanda está a punto de contraerse de manera significativa.
Y, como si fuera poco, esa explotación nos deja escasos beneficios, pues las regalías, que son los pagos que hacen las empresas por el derecho a explotar el subsuelo, han sido despilfarradas en tal medida que todo parece prefigurado en aquel episodio de El otoño del patriarca en el que un día llegan unos ingenieros gringos a llevarse el Mar Caribe en lotes numerados, dejando detrás un paisaje lunar.
Además de lo anterior, se asoma la llamada ‘enfermedad holandesa’, que es cuando un boom de exportaciones de recursos naturales aprecia la moneda de un país tanto que vuelve menos competitivas las exportaciones de los demás sectores de la economía. El gobierno reconoce que es un riesgo, pero insiste en que la enfermedad no nos ha llegado. La Asociación Nacional de Exportadores, a través de su presidente, afirma que ya tenemos “el mal bien adentro”. ¿A quién creerle?
Veamos algunos datos. En 2002, el 60% de las exportaciones correspondían a productos industriales y el 30% a productos mineros. Hoy, el 70% son exportaciones mineras y las industriales no llegan ni al 20%. Las exportaciones minero-energéticas, además, vienen creciendo a un ritmo mucho mayor que las otras (algunas de las cuales, como las agrícolas, incluso han decrecido).
Los exportadores llevan años quejándose de la apreciación del peso y, por cuenta de esa misma apreciación, en el mercado interno, los industriales están teniendo que competir con productos importados tan baratos que hay que anticipar una desaparición de buena parte del aparato productivo colombiano en los próximos años. Ese know-how manufacturero —metalmecánico, alimenticio, textil, etc.—, que en algunos casos tomó hasta un siglo construir, está a punto de perderse para siempre.
Si, a pesar de todas las señas, el gobierno sigue insistiendo en que no estamos padeciendo la holandesa, habría que inventarse una enfermedad nueva para los libros de economía —una ‘enfermedad colombiana’, quizá, que a los síntomas de la holandesa le agregara una condición especial: la de que justo cuando el paciente se encuentra inmunodeprimido por varias razones —tasa de cambio, desindustrialización, poca infraestructura, dependencia de las exportaciones primarias—, justo cuando llegan los resultados de los análisis y nos encontramos con que el paciente no estaba tan sano como se creía, ¿qué hacemos? Firmamos tratados de libre comercio con medio mundo y mandamos a ese señor lánguido y afiebrado a que se enfrente a mano limpia con la industria de los países más poderosos del mundo.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/la-enfe ... iana-79282
Nuestras exportaciones, y buena parte del crecimiento del producto interno, están completamente dominados por la minería, lo que es desaconsejable por varios motivos. Uno de ellos es el daño ambiental: ¿será que el país, que apenas está despertando a su riqueza hídrica y forestal, logra crear las instituciones para protegerla antes de que la termine de estropear la explotación minera? Otro problema es que la economía nacional se ha vuelto dependiente de esas exportaciones, y por tanto vulnerable a las fluctuaciones en la demanda mundial de recursos naturales, en un momento en que todo indica que esa demanda está a punto de contraerse de manera significativa.
Y, como si fuera poco, esa explotación nos deja escasos beneficios, pues las regalías, que son los pagos que hacen las empresas por el derecho a explotar el subsuelo, han sido despilfarradas en tal medida que todo parece prefigurado en aquel episodio de El otoño del patriarca en el que un día llegan unos ingenieros gringos a llevarse el Mar Caribe en lotes numerados, dejando detrás un paisaje lunar.
Además de lo anterior, se asoma la llamada ‘enfermedad holandesa’, que es cuando un boom de exportaciones de recursos naturales aprecia la moneda de un país tanto que vuelve menos competitivas las exportaciones de los demás sectores de la economía. El gobierno reconoce que es un riesgo, pero insiste en que la enfermedad no nos ha llegado. La Asociación Nacional de Exportadores, a través de su presidente, afirma que ya tenemos “el mal bien adentro”. ¿A quién creerle?
Veamos algunos datos. En 2002, el 60% de las exportaciones correspondían a productos industriales y el 30% a productos mineros. Hoy, el 70% son exportaciones mineras y las industriales no llegan ni al 20%. Las exportaciones minero-energéticas, además, vienen creciendo a un ritmo mucho mayor que las otras (algunas de las cuales, como las agrícolas, incluso han decrecido).
Los exportadores llevan años quejándose de la apreciación del peso y, por cuenta de esa misma apreciación, en el mercado interno, los industriales están teniendo que competir con productos importados tan baratos que hay que anticipar una desaparición de buena parte del aparato productivo colombiano en los próximos años. Ese know-how manufacturero —metalmecánico, alimenticio, textil, etc.—, que en algunos casos tomó hasta un siglo construir, está a punto de perderse para siempre.
Si, a pesar de todas las señas, el gobierno sigue insistiendo en que no estamos padeciendo la holandesa, habría que inventarse una enfermedad nueva para los libros de economía —una ‘enfermedad colombiana’, quizá, que a los síntomas de la holandesa le agregara una condición especial: la de que justo cuando el paciente se encuentra inmunodeprimido por varias razones —tasa de cambio, desindustrialización, poca infraestructura, dependencia de las exportaciones primarias—, justo cuando llegan los resultados de los análisis y nos encontramos con que el paciente no estaba tan sano como se creía, ¿qué hacemos? Firmamos tratados de libre comercio con medio mundo y mandamos a ese señor lánguido y afiebrado a que se enfrente a mano limpia con la industria de los países más poderosos del mundo.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/la-enfe ... iana-79282
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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