Secretos del ron
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Secretos del ron
Por Heriberto Fiorillo
El ron fue bebida compañera de mi juventud. Tomábamos Tres Esquinas para apostar en fines de semana al que más trago aguantara con los compañeros del colegio, ofrecíamos Ron Medellín que, pensábamos, aflojaba, con cocacola, la voluntad de las muchachas, y mezclábamos en cocteles un famoso licor blanco local que dicen no alcanza a llegar a ron pero es hazañoso pariente del ñeque y del chirrinche, amenizadores de bares y cantinas en el popular Boliche.
Heme hoy aquí, ante ustedes, en medio de una búsqueda que apenas empieza, porque se trata de un universo muy amplio, de innumerables perspectivas. No soy historiador como Gustavo Bell, que ya nos regaló una estupenda conferencia sobre el tema, mucho menos un experto como el profesor Franklin W. Knight, de la Universidad John Hopkins, que ha venido a dictarnos en privado dos charlas magistrales sobre la historia del ron, ni sé el diez por ciento de lo que saben los maestros roneros, como aquella señora guatemalteca traída en cierta ocasión por el Ron Zacapa, para ilustrarnos como nadie sobre las propiedades y calidades de este licor.
Acepten entonces mi trabajo como una obra en marcha, una investigación en proceso que algún día tendrá una lógica interna de gran solidez, por ahora una colcha de retazos que espero no aburra a nadie y, si lo hace, les pido disculpas de antemano.
Hasta hace poco se creía que beber ron sacaba lo peor de ti, una bebida que no era fina sino popular. “Un alcohol de carácter turbulento, un licor caliente e infernal, un trago barato y de mala calidad, con efectos peores, dolor de cabeza y guayabo”. En latitudes más frías se creyó hasta hace algunos años que tomar ron era signo inequívoco de ser pobre.
¿Por qué no queda ron? –pregunta Jack Sparrow en Los piratas del Caribe. ¿Estamos en un sueño?
No –le responden.
Lo suponía –anota Sparrow–. Si fuese un sueño, habría ron.
Cuentan que, en la guerra Española Americana, mientras celebraban su victoria en el The American Bar de La Habana, un capitán de los Estados Unidos decidió combinar su ron cubano con cocacola y le añadió un chorrito de limón, despertando el interés de los demás. Pronto el bar entero estaba bebiendo esta nueva y tentadora combinación. Entonces el capitán propuso un brindis: “¡Por una Cuba Libre!”. La frase, de particular significado político, le dio nombre al coctel recién inventado.
El coctel de vino tinto con alguna cola se dio en muchos países, bajo distintos nombres. Jote en Chile, Calimocho en México, Mochete o Tincola en España, Vino cortado en Uruguay, Bardal en Argentina, Viñoca en Brasil o Vinola en Colombia. De ahí el Ron de Vinola, según Guillermo Buitrago y su conjunto.
La Cueva, el único bar restaurante patrimonio de Colombia, ha sido sitio de tertulia y de ronera para grandes de la pintura, la literatura, la fotografía, el teatro, la música y demás disciplinas artísticas.
Con el ron como parte de una fórmula secreta se preparan en el lugar los Guayubines de Vilá y un coctel de tamarindo y limón inventado por Germán Vargas. La botella de ron les servía para jugar a Guillermo Tell: la ponían en la cabeza del amigo e intentaban romperla con otra que lanzaban contra ella, desde una imprudente distancia.
El histórico cuadro que pintara en 1957 Juan Antonio Roda de sus amigos del Grupo de Barranquilla, alrededor de una mesa, enseña sobre la pared del bar el dibujo de una botella de Ron La Cueva, ojalá uno de los próximos proyectos de la Fundación La Cueva.
(Fragmentos de “El ron nuestro de cada día”, charla en Sabor Barranquilla, 2012).
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... -ron-80051
El ron fue bebida compañera de mi juventud. Tomábamos Tres Esquinas para apostar en fines de semana al que más trago aguantara con los compañeros del colegio, ofrecíamos Ron Medellín que, pensábamos, aflojaba, con cocacola, la voluntad de las muchachas, y mezclábamos en cocteles un famoso licor blanco local que dicen no alcanza a llegar a ron pero es hazañoso pariente del ñeque y del chirrinche, amenizadores de bares y cantinas en el popular Boliche.
Heme hoy aquí, ante ustedes, en medio de una búsqueda que apenas empieza, porque se trata de un universo muy amplio, de innumerables perspectivas. No soy historiador como Gustavo Bell, que ya nos regaló una estupenda conferencia sobre el tema, mucho menos un experto como el profesor Franklin W. Knight, de la Universidad John Hopkins, que ha venido a dictarnos en privado dos charlas magistrales sobre la historia del ron, ni sé el diez por ciento de lo que saben los maestros roneros, como aquella señora guatemalteca traída en cierta ocasión por el Ron Zacapa, para ilustrarnos como nadie sobre las propiedades y calidades de este licor.
Acepten entonces mi trabajo como una obra en marcha, una investigación en proceso que algún día tendrá una lógica interna de gran solidez, por ahora una colcha de retazos que espero no aburra a nadie y, si lo hace, les pido disculpas de antemano.
Hasta hace poco se creía que beber ron sacaba lo peor de ti, una bebida que no era fina sino popular. “Un alcohol de carácter turbulento, un licor caliente e infernal, un trago barato y de mala calidad, con efectos peores, dolor de cabeza y guayabo”. En latitudes más frías se creyó hasta hace algunos años que tomar ron era signo inequívoco de ser pobre.
¿Por qué no queda ron? –pregunta Jack Sparrow en Los piratas del Caribe. ¿Estamos en un sueño?
No –le responden.
Lo suponía –anota Sparrow–. Si fuese un sueño, habría ron.
Cuentan que, en la guerra Española Americana, mientras celebraban su victoria en el The American Bar de La Habana, un capitán de los Estados Unidos decidió combinar su ron cubano con cocacola y le añadió un chorrito de limón, despertando el interés de los demás. Pronto el bar entero estaba bebiendo esta nueva y tentadora combinación. Entonces el capitán propuso un brindis: “¡Por una Cuba Libre!”. La frase, de particular significado político, le dio nombre al coctel recién inventado.
El coctel de vino tinto con alguna cola se dio en muchos países, bajo distintos nombres. Jote en Chile, Calimocho en México, Mochete o Tincola en España, Vino cortado en Uruguay, Bardal en Argentina, Viñoca en Brasil o Vinola en Colombia. De ahí el Ron de Vinola, según Guillermo Buitrago y su conjunto.
La Cueva, el único bar restaurante patrimonio de Colombia, ha sido sitio de tertulia y de ronera para grandes de la pintura, la literatura, la fotografía, el teatro, la música y demás disciplinas artísticas.
Con el ron como parte de una fórmula secreta se preparan en el lugar los Guayubines de Vilá y un coctel de tamarindo y limón inventado por Germán Vargas. La botella de ron les servía para jugar a Guillermo Tell: la ponían en la cabeza del amigo e intentaban romperla con otra que lanzaban contra ella, desde una imprudente distancia.
El histórico cuadro que pintara en 1957 Juan Antonio Roda de sus amigos del Grupo de Barranquilla, alrededor de una mesa, enseña sobre la pared del bar el dibujo de una botella de Ron La Cueva, ojalá uno de los próximos proyectos de la Fundación La Cueva.
(Fragmentos de “El ron nuestro de cada día”, charla en Sabor Barranquilla, 2012).
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... -ron-80051
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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