Falta la plata

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Falta la plata

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Por Heriberto Fiorillo

La gente dejó de dar propinas en España. Solo algunos turistas despistados, acostumbrados a reconocer el diez y hasta el quince por ciento de la cuenta en las grandes ciudades del mundo siguen dejando al despedirse sus euros sobre las mesas de bares y restaurantes. Los españoles en cambio, de Barcelona y de Madrid, reciben su vuelto y se lo llevan al bolso o al bolsillo por completo. “La crisis no está para botar la plata”, dicen mientras te recriminan por querer reconocerle al mesero de turno más de un euro.

En Barcelona, la gente de la calle habla pestes del nuevo gobierno español y encuentra renovados argumentos para su histórico afán separatista. En Madrid hay cierres, despidos y protestas casi todos los días. “Aquí botan obreros, cortan salarios y aumentan los impuestos para darles esos dineros a la banca. ¿Cuándo se ha visto que un gobierno le quite de frente la plata a su pueblo para proteger a los bancos que explotan a todo el mundo?”, la reflexión, palabras más o menos, surge de manera espontánea, una y otra vez, de distintos intelectuales, profesionales y padres de familia. Ahora el Estado parece trabajar para las entidades financieras. Lo mismo sucedió en Estados Unidos e Islandia. Lo mismo al parecer sucederá en Italia y Portugal.

También en estos países, el enorme poder político de la banca y de las grandes empresas les permite influir, de manera decisiva, en las medidas que toman y mantienen los gobiernos, a pesar de que puedan ser contraproducentes y perjudiquen al resto de la sociedad. Un financista, por ejemplo, se vuelve congresista o ministro y entrega los valores del Estado, que son de toda la comunidad, a la banca y al sector privado, donde él regresará.

En países como el nuestro, se critica al Estado desde la empresa privada. Se fustiga a los funcionarios públicos, se les asume maleables, potencialmente corruptos. Para empezar, el Estado no es el gobierno. Este puede cambiar, pero el Estado es la conciencia constitutiva de una sociedad, los principios y las instancias desde las que se juzga y orientan las comunidades. El Estado representa a todas las llamadas fuerzas vivas de un país: es el gobierno, las cámaras, las cortes y, por encima de todo, la ciudadanía. Cuando el gobierno entrega en concesión valores del Estado a la empresa privada, lo suplanta y lo debilita, suplantando y debilitando al país entero. Colombia, por ejemplo, es un país cada vez con menos Estado y más control privado. Con el argumento de la corrupción pública, casi todo lo valioso se ha entregado en concesión a lo privado o está en proceso de hacerse.

Pero no es el Estado lo que está mal. O, mejor, el Estado está mal porque estamos mal en general y la corrupción reina y nos rodea en todas partes. La diferencia, por ejemplo, entre funcionario y empresario es apenas espacial, temporal, relativa. Si nos acercamos con cuidado a la hoja de vida de nuestros congresistas, descubriremos que, en su gran mayoría, son dueños de empresas y, si nos acercamos más, comprobaremos que el capital, su capital, los motiva. Empresario hoy, político mañana o viceversa, capitalista siempre. La diferencia entre el bueno y el malo radica en cuanto la actividad que ese ser humano realiza como funcionario o político se desprende de su individualismo y beneficia también a sus representados, a su ciudad, a su país, al Estado. Si lo hace, habrá entendido con seguridad también, ojalá, cuáles son –en bien de la humanidad– los límites de su negocio.

Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... lata-82613
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