La educación prohibida

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Darloup
 
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La educación prohibida

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Por Claudia Ayola

Cuando Carolina tenía 5 años decidió que había renunciado a la escuela. La pobre creía que era una decisión que podía tomar en libertad, y no se daba cuenta de que se trataba de una condena que debía cumplir por 11 años más.

Ahora tiene 9 y la odia visceralmente. Carolina es una niña sana. Los niños sanos mentalmente detestan la escuela, porque el sistema escolar atenta contra la salud mental de todos. Van infelices, ojerosos, con los ojos llenos de lágrimas y los hombros caídos. Nadie puede ser feliz en un lugar tan dominante, tan lleno de prohibiciones, tan represivo. La escuela es un monstruo que roba cuerpos, que dice cómo sentarnos, a qué horas ir al baño, cómo uniformarnos, y nos obliga a permanecer por horas sentados en una silla haciendo algo que no queremos, mientras la vida trascurre y escasamente la vemos por la ventana.

En estos días las redes sociales se han inundado de La educación Prohibida, una película documental que cuestiona todas las lógicas de la escuela moderna y la manera como se comprende la educación. Hace un rastreo a lo largo de varios países evidenciando experiencias educativas alternativas, que se atreven romper con el paradigma desastroso de la escuela convencional.

Sin embargo, lo triste es que quizás ocurra poco. Freire, Foucault, Montessori, y otros tantos, ya han cuestionado el sistema, y sin embargo, la súper estructura no se modifica, todos seguimos haciéndole el juego. No hay una revolución contundente que nos salve de la desgracia de desperdiciar años de nuestras vidas adoctrinándonos para servirle al sistema, para no hacer preguntas, para no cuestionar.

Los maestros quizá son los más infelices. Absolutamente mal pagos deben ir tristes a enfrentarse todos los días con unos niños inconformes y hastiados. Una maraña de odios, de cantaletas, de malas calificaciones y castigos. Nadie crea ya en la escuela, nadie propone nada nuevo. Los estudiantes cuentan los años, pero los maestros infelices tendrán que pasar el resto de la vida esperando la pensión, dejándose devorar el alma.

No me referiré a las excepciones. Sí, claro, estudiantes transformadores, rectores locos con propuestas nuevas, maestros libres y sonrientes. Existen, pero ese no es el factor común de la condena que hace a tantos infelices.

Los niños no quieren ir al colegio y nadie se pregunta por qué. Quién los va a defender de ese desastre. El tema de la calidad en educación, que tímidamente empieza a preocuparle a nuestros gobernantes, debería preguntarse por lo que siente la infancia que va a rastras, como si desgraciadamente no tuviesen otro camino. La pregunta no es por los resultados de unas pruebas, la pregunta debe ser por sus rostros infelices, por su ansiedad de los domingos en la noche, por la montaña de tareas que les quita tiempo para jugar.

Parece que a nuestros gobiernos no les interesan políticas educativas que fomenten el pensamiento crítico, sino que insisten en mecanizarlos, alienarlos, para que respondamos a las lógicas de producción sin cuestionarlas, para que no nos reconozcamos como sujetos, para que no gritemos nuestra incomodidad, y seamos los oprimidos de siempre, amaestrados, adiestrados, con miedo a pensar.

Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... bida-83680
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