Todo el mundo sabe, todo el mundo ve
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Todo el mundo sabe, todo el mundo ve
Por Thierry Ways
Lo hemos repetido al punto de creérnoslo, “Colombia está de moda”, pero algo debe andar mal, ya que el sentimiento interno no es precisamente de entusiasmo, sino de cierta zozobra. Lo dice la revista Semana en una portada con el título ‘Colombia Pesimista’, y en este espacio yo también he afirmado varias veces que la imagen oficial está desfasada con respecto a la percepción de empresarios y ciudadanos. En un momento en el que el país está en supuesto auge, ¿cómo se explica esa paradoja?
Semana se lo atribuye al fallo de La Haya, que sin duda exasperó a la nación y produjo un rechazo unánime, pero la reacción al fallo es solo una muestra más —consecuencia y no causa— de una vena de inconformismo que se viene agrandando desde mucho antes.
Que los órganos de nuestra sociedad están fallando es una realidad que el maquillaje institucional no puede tapar. Todo el mundo sabe que el sistema de salud se dirige al descalabro: la pregunta es cuándo ocurrirá. Todo el mundo veía que la principal comisionista de bolsa del país iba mal, pero nada se hizo para impedir el colapso. Todo el mundo sabe que la minería, legal e ilegal, está acabando con el medio ambiente, y no se mueve un dedo para impedirlo. La justicia, que antes avanzaba agónica, ahora parece una mosca congelada en ámbar: todos lo vemos, pero no podemos hacer nada.
Todo el mundo sabe que cualquier día lo atracan o lo extorsionan y que nadie va a defenderlo. Todo el mundo ve que el asistencialismo está estropeando a la sociedad, creando las bases para un futuro chavismo a la colombiana, pero nuestros líderes se siguen sirviendo de él con fervor politiquero. De la corrupción ya no hay nada más que decir que todo el mundo ya no sepa, y no solo de la pública sino también la privada, pues sin justicia que los contenga, el contrabando y el fraude hacen de las suyas en el comercio. Y todo el mundo ya está viendo que el proceso de paz con la guerrilla es una trampa para legitimarla ante el mundo. Todo el mundo sabe todas estas cosas, y solo el Gobierno, con sus partes incesantes de optimismo, parece no verlas.
La supuesta prosperidad, la de los eslóganes y las estadísticas, no es que sea ficticia, pero sí limitada. Tanto ahuyentaba nuestra guerra a la inversión que cuando por fin recuperamos, así fuera parcialmente, la seguridad del territorio, la inversión extranjera empezó a llegar a raudales. Esas multinacionales, buena parte de ellas dedicadas al boom minero, mejoran nuestros indicadores económicos, pero son como esas ciudades tan grandes que crean su propio microclima: generan alrededor de sí su propia economía, emplean poderosos abogados que los blindan de las comunidades y del Estado, y usan su poder financiero para modificar la tributación y las leyes a su favor. Construyen y habitan su propia burbuja, aislados del resto. (Y de paso inflan burbujas inmobiliarias que encarecen la vida en las ciudades.)
Eliminemos de los indicadores del país los efectos de la minería y los hidrocarburos y surgirá entonces la verdad que todo el mundo sabe y todo el mundo ve, y que es la explicación del pesimismo: que la realidad es mucho más rala, y nuestras instituciones mucho más débiles y enfermas de lo que se nos está contando.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... o-ve-92232
Lo hemos repetido al punto de creérnoslo, “Colombia está de moda”, pero algo debe andar mal, ya que el sentimiento interno no es precisamente de entusiasmo, sino de cierta zozobra. Lo dice la revista Semana en una portada con el título ‘Colombia Pesimista’, y en este espacio yo también he afirmado varias veces que la imagen oficial está desfasada con respecto a la percepción de empresarios y ciudadanos. En un momento en el que el país está en supuesto auge, ¿cómo se explica esa paradoja?
Semana se lo atribuye al fallo de La Haya, que sin duda exasperó a la nación y produjo un rechazo unánime, pero la reacción al fallo es solo una muestra más —consecuencia y no causa— de una vena de inconformismo que se viene agrandando desde mucho antes.
Que los órganos de nuestra sociedad están fallando es una realidad que el maquillaje institucional no puede tapar. Todo el mundo sabe que el sistema de salud se dirige al descalabro: la pregunta es cuándo ocurrirá. Todo el mundo veía que la principal comisionista de bolsa del país iba mal, pero nada se hizo para impedir el colapso. Todo el mundo sabe que la minería, legal e ilegal, está acabando con el medio ambiente, y no se mueve un dedo para impedirlo. La justicia, que antes avanzaba agónica, ahora parece una mosca congelada en ámbar: todos lo vemos, pero no podemos hacer nada.
Todo el mundo sabe que cualquier día lo atracan o lo extorsionan y que nadie va a defenderlo. Todo el mundo ve que el asistencialismo está estropeando a la sociedad, creando las bases para un futuro chavismo a la colombiana, pero nuestros líderes se siguen sirviendo de él con fervor politiquero. De la corrupción ya no hay nada más que decir que todo el mundo ya no sepa, y no solo de la pública sino también la privada, pues sin justicia que los contenga, el contrabando y el fraude hacen de las suyas en el comercio. Y todo el mundo ya está viendo que el proceso de paz con la guerrilla es una trampa para legitimarla ante el mundo. Todo el mundo sabe todas estas cosas, y solo el Gobierno, con sus partes incesantes de optimismo, parece no verlas.
La supuesta prosperidad, la de los eslóganes y las estadísticas, no es que sea ficticia, pero sí limitada. Tanto ahuyentaba nuestra guerra a la inversión que cuando por fin recuperamos, así fuera parcialmente, la seguridad del territorio, la inversión extranjera empezó a llegar a raudales. Esas multinacionales, buena parte de ellas dedicadas al boom minero, mejoran nuestros indicadores económicos, pero son como esas ciudades tan grandes que crean su propio microclima: generan alrededor de sí su propia economía, emplean poderosos abogados que los blindan de las comunidades y del Estado, y usan su poder financiero para modificar la tributación y las leyes a su favor. Construyen y habitan su propia burbuja, aislados del resto. (Y de paso inflan burbujas inmobiliarias que encarecen la vida en las ciudades.)
Eliminemos de los indicadores del país los efectos de la minería y los hidrocarburos y surgirá entonces la verdad que todo el mundo sabe y todo el mundo ve, y que es la explicación del pesimismo: que la realidad es mucho más rala, y nuestras instituciones mucho más débiles y enfermas de lo que se nos está contando.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... o-ve-92232
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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