Hora de desconfiar
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Hora de desconfiar
Por Javier Darío Restrepo
Los geógrafos estiman que desde 1717, cuando la Nueva Granada abarcaba la audiencia de Quito y la capitanía de Venezuela, hasta hoy, Colombia ha perdido más de la mitad de su territorio. Si en 1908, por ejemplo, perdió 300.000 kilómetros de selva y de ríos, ahora acaba de perder 80.000 kilómetros de mar.
Antes había perdido a Panamá mientras su presidente leía novelas de Paul Bourget y justificaba con cinismo que había comenzado gobernando un país y que a punto de finalizar su gobierno entregaba dos países..
El primer pensamiento que sobreviene ante este despojo progresivo tiene que ver con preguntas como ¿Y dónde estaban los presidentes, y los políticos, y los partidos? ¿Y el congreso qué hacía y dónde estaba el Ejército? ¿Aparte de sentir el retórico “dolor de patria” se hizo algo más? ¿Se le ha pedido cuentas a la “clase dirigente” que, según ese título, dirige la política, la economía, el orden público y, se supone, las relaciones exteriores y las fronteras?
El hecho es que, salvo disposiciones reales en el siglo XVIII que fraccionaron el territorio, en el siglo XX y en el XXI los guardianes de la frontera o estaban dormidos, o fueron incapaces de defender los bienes de todos. Ante un hecho así, ¿se puede seguir confiando en esos administradores del bien común?
Pero no es el único hecho generador de desconfianza. ¿Se puede confiar en esa casta después de leer el informe de la Procuraduría sobre las cárceles?
Gobierno tras gobierno se ha levantado una voz de alarma, como el del ministro Jaime Castro en el gobierno de Alfonso López Michelsen sobre el problema carcelario. Entonces, con 30 mil reclusos, la pregunta era sobre la capacidad para reeducarlos; hoy la pregunta es sobre la capacidad de mantenerlos vivos, no infectados, no desesperados, no animalizados.
Peligra su vida en el hacinamiento, en la falta de atención médica, en la falta de servicios elementales. La expresión popular calza: las cárceles les quedaron grandes al gobierno. Pero con las cárceles aparece la justicia molondra y demasiado pequeña para la magnitud del problema, y aún más empequeñecida por un paro que las autoridades han sido incapaces de resolver. El mismo sistema judicial no responde porque está diseñado para otra sociedad .
Como en el caso de la soberanía territorial, en las cárceles y en la justicia los funcionarios duermen, o son incapaces, o las dos cosas. ¿Se puede confiar en gente así?
No es lo único que le está quedando grande al Gobierno. Cuatro de cada diez usuarios del sistema de salud declaran que el servicio que reciben es mediocre o malo. La corrupción, la incapacidad de los funcionarios, el diseño mismo del sistema de salud, se han vuelto contra los usuarios y demuestran que también este servicio le quedó grande al Gobierno.
El espacio no da para continuar la enumeración y apenas sí es suficiente para concluir que los únicos responsables de esta crisis no son los funcionarios, gobernantes, o políticos.
Elección tras elección, el elector ha actuado como un empresario mediocre o malo. Les ha dado el puesto que actualmente tienen a personas que nunca debieron llegar allí.
Es lo que se piensa cuando se repasan las nóminas de congresistas, concejales, diputados, alcaldes, gobernadores, gerentes. Son personajes a los que uno no les entregaría su negocio particular o familiar, quizá ni la administración de la casa. Y sin embargo son quienes manejan los bienes de todos.
Ante hechos como los que se han enumerado se impone el pensamiento de que generación tras generación los colombianos les hemos depositado nuestra confianza a las personas equivocadas y, a pesar de sus errores, les hemos mantenido a ellos, a sus hijos a la esposa, o al del mismo apellido, un gratuito y dañino voto de confianza. Hoy se han acumulado hechos y razones suficientes para esgrimir un voto de desconfianza.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... fiar-92393
Los geógrafos estiman que desde 1717, cuando la Nueva Granada abarcaba la audiencia de Quito y la capitanía de Venezuela, hasta hoy, Colombia ha perdido más de la mitad de su territorio. Si en 1908, por ejemplo, perdió 300.000 kilómetros de selva y de ríos, ahora acaba de perder 80.000 kilómetros de mar.
Antes había perdido a Panamá mientras su presidente leía novelas de Paul Bourget y justificaba con cinismo que había comenzado gobernando un país y que a punto de finalizar su gobierno entregaba dos países..
El primer pensamiento que sobreviene ante este despojo progresivo tiene que ver con preguntas como ¿Y dónde estaban los presidentes, y los políticos, y los partidos? ¿Y el congreso qué hacía y dónde estaba el Ejército? ¿Aparte de sentir el retórico “dolor de patria” se hizo algo más? ¿Se le ha pedido cuentas a la “clase dirigente” que, según ese título, dirige la política, la economía, el orden público y, se supone, las relaciones exteriores y las fronteras?
El hecho es que, salvo disposiciones reales en el siglo XVIII que fraccionaron el territorio, en el siglo XX y en el XXI los guardianes de la frontera o estaban dormidos, o fueron incapaces de defender los bienes de todos. Ante un hecho así, ¿se puede seguir confiando en esos administradores del bien común?
Pero no es el único hecho generador de desconfianza. ¿Se puede confiar en esa casta después de leer el informe de la Procuraduría sobre las cárceles?
Gobierno tras gobierno se ha levantado una voz de alarma, como el del ministro Jaime Castro en el gobierno de Alfonso López Michelsen sobre el problema carcelario. Entonces, con 30 mil reclusos, la pregunta era sobre la capacidad para reeducarlos; hoy la pregunta es sobre la capacidad de mantenerlos vivos, no infectados, no desesperados, no animalizados.
Peligra su vida en el hacinamiento, en la falta de atención médica, en la falta de servicios elementales. La expresión popular calza: las cárceles les quedaron grandes al gobierno. Pero con las cárceles aparece la justicia molondra y demasiado pequeña para la magnitud del problema, y aún más empequeñecida por un paro que las autoridades han sido incapaces de resolver. El mismo sistema judicial no responde porque está diseñado para otra sociedad .
Como en el caso de la soberanía territorial, en las cárceles y en la justicia los funcionarios duermen, o son incapaces, o las dos cosas. ¿Se puede confiar en gente así?
No es lo único que le está quedando grande al Gobierno. Cuatro de cada diez usuarios del sistema de salud declaran que el servicio que reciben es mediocre o malo. La corrupción, la incapacidad de los funcionarios, el diseño mismo del sistema de salud, se han vuelto contra los usuarios y demuestran que también este servicio le quedó grande al Gobierno.
El espacio no da para continuar la enumeración y apenas sí es suficiente para concluir que los únicos responsables de esta crisis no son los funcionarios, gobernantes, o políticos.
Elección tras elección, el elector ha actuado como un empresario mediocre o malo. Les ha dado el puesto que actualmente tienen a personas que nunca debieron llegar allí.
Es lo que se piensa cuando se repasan las nóminas de congresistas, concejales, diputados, alcaldes, gobernadores, gerentes. Son personajes a los que uno no les entregaría su negocio particular o familiar, quizá ni la administración de la casa. Y sin embargo son quienes manejan los bienes de todos.
Ante hechos como los que se han enumerado se impone el pensamiento de que generación tras generación los colombianos les hemos depositado nuestra confianza a las personas equivocadas y, a pesar de sus errores, les hemos mantenido a ellos, a sus hijos a la esposa, o al del mismo apellido, un gratuito y dañino voto de confianza. Hoy se han acumulado hechos y razones suficientes para esgrimir un voto de desconfianza.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... fiar-92393
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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