La neurótica clase media

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Darloup
 
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La neurótica clase media

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Por José Amar Amar

Observando este fin de año el comportamiento de la gente, especialmente en los centros comerciales, creí haber intuido una nueva teoría de la estructura social.

Me pareció que la sociedad actual está dividida en dos clases sociales. Una minoría inteligente, astuta, que tiene claro que el secreto del poder es saber vender lo que sea: carbón, petróleo, joyas, vestidos, acciones, ilusiones, mentiras… todo es mercadeable.

La otra clase social, a la que pertenecemos la gran mayoría, somos personas de inteligencia media baja, manipulables por la propaganda, que solo nos entusiasma comprar y comprar, hasta el punto que la neuro-economía nos ha demostrado que la excitación por comprar hace el mismo recorrido cerebral de la excitación sexual. Así podemos comprender que, cuando se ha consumado la compra del objeto deseado, queremos adquirir otro y otro, hasta donde el crédito nos alcance.

En la medida en que seguía visitando centros comerciales, me fui dando cuenta de que mi teoría estaba equivocada. Aunque el mundo se ha vuelto tan extraño que hoy una camisa vale menos que una libra de lomo fino, fui observando, por sus vestidos y comportamientos, que la mayoría de los compradores pertenecían a la neurótica clase media.

Como señala Gray Ling, antaño la jerarquía de clases compendiaba genuinas diferencias de poder, privilegios, oportunidades y también riquezas. En el hemisferio occidental, debido al desarrollo del capitalismo industrial, las sociedades dejaron de dividirse entre nobles y siervos, pobres y ricos, emergiendo con fuerza una clase media que es una hija de la democracia. Así, millones de personas, al tener oportunidades de educación, mayor renta y algunas afortunados que se casaron bien, hoy día es posible ascender en las jerarquías de las distinciones sociales.

A pesar de que las sociedades más humanas, más libres, más justas son aquellas donde la gran mayoría de sus habitantes son de clase media, me cuesta soportar la psicología del hombre mediocre, que no es de clase alta ni baja, que hace todo lo posible por demostrar que son ricos a través de una serie de señales externas de estatus, como la calidad de la ropa, relojes costosos, zapatos de diseño, automóviles de clase, y viven escrutando el modo de vida y pertenencias de los demás; no les alegra el éxito de los otros y viven neurotizados por la idea de que hay que ganar más para gastar más, para mostrar más.

Desafortunadamente, como lo pueden contar millones de europeos de clase media, hoy, si se dejan llevar por el consumo suntuario, es mucho más fácil descender que ascender en la escala social.

Durante más de 10 años hemos venido estudiando con un grupo de psicólogos chilenos la conducta del ahorro en niños, y encontramos que los padres de clase media son los que peor educan económicamente a sus hijos. En el estudio en ambos países, vimos la reacción de los niños al romper su alcancía y recaudar el dinero ahorrado: el niño pobre socializaba su ahorro, es decir, se gastaba el dinero en necesidades de la familia. Al niño rico su padre le sugería abrir una cuenta de ahorro o prestárselo a él con interés. El niño de clase media rompía la alcancía y se iba con su madre al centro comercial a gastarse su ahorro en cualquier cosa.

No es deseable contagiar a los niños de la misma neurosis consumista que padecemos nosotros. Enseñarles a ahorrar y el valor del dinero es muy importante y los hará más felices en sus vidas que llenarlos de juguetes u otros objetos que al día siguiente ya no los entusiasman, porque se van contagiando del placer que produce la posesión del objeto y no su valor de uso.

Creo que esta columna la escribí un poco tarde, cuando nuestras tarjetas están ya al límite. La tragedia ya está consumada y la pagaremos en odiosas cuotas mensuales.

Fuente: http://elheraldo.co/opinion/columnistas ... edia-94920
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