
Iván Reales Padilla, su esposa, Nellis Miondiola, y sus tres hijos menores en la sala de la casa de alquiler donde residen en el barrio El Carmen del municipio de Malambo.
Por Carlos Polo
Se dice que en Colombia los héroes sí existen, aunque Iván Reales Padilla no es un soldado de la Patria, ni un bombero o un abnegado policía, o un rescatista voluntario, o un deportista reconocido que lleva en alto la bandera y el escudo por diferentes rincones del planeta. Mucho menos esconde un uniforme ajustado al cuerpo, una máscara, una capa y diferentes accesorios tecnológicos para combatir el mal debajo de su sencillo uniforme de obrero raso.
Reales es un hombre anónimo, común y corriente, de esos que a diario monta en bus, que regatea en el mercado los cien pesitos de más que a veces le cobran por un huevo, que intenta mantener las luces apagadas para que el recibo de la luz no le llegue con esa tremenda tijera intimidante acomodada en el impreso.
Reales es simplemente otro colombiano más que sobrevive con el salario mínimo y viéndolo desde otro punto de vista, los 1 millón 250 mil Ivanes que hoy en día subsisten en este país del Divino Niño con esa suma, según la CUT, los eleva a la altura de superhéroes. Él es uno de esos personajes que no tienen necesidad de ser paladín de la justicia para elevarse a la categoría de mago, de admirable ilusionista que se las arregla con un sueldo que a algunos les da tristeza y que otros consideran que es apenas lo justo.
El Gobierno Nacional, mediante el Decreto 2738 dio a conocer el pasado 28 de diciembre el nuevo salario mínimo de los trabajadores colombianos que quedó establecido en $589.500, luego del eterno pulso anual entre los empresarios y los representantes de los trabajadores, que como siempre terminó en fracaso. El ajuste real en moneda metálica para este 2013 quedó en $22.779 pesos, con un reajuste del 4,02%.
Para Iván que tiene que velar por el bienestar de una esposa y 4 hijos, eso no le la alcanza ni para los confites. “Yo me gasto noventa mil pesos mensuales en bus para ir y venir al trabajo y la verdad esa plata no alcanza ni para los dulces”, dijo.
Reales Padilla, literalmente, mete el hombro para solventar las necesidades de su hogar. A diario sale de la humilde casa de alquiler por la que paga 200 mil pesos mensuales. Una casita humilde incrustada en una esquina de una calle destapada en el barrio El Carmen del municipio de Malambo.
Iván parte con su maletín al hombro a las 7 de la mañana y no vuelve hasta las 8 de la noche, luego de una dura jornada donde le toca cargar bultos. Así se gana la vida en una empresa, él nos pidió que omitiéramos el nombre para que no le trajera después problemas.
Su casa no tiene un solo lujo, ni siquiera un cuadro barato, sin cielo raso y una atmósfera anacrónica que se puede sentir entre los pocos muebles viejos que su difícil economía le ha permitido.
En la sala de la casa donde reside Iván, da la impresión que el tiempo se hubiese congelado en un lugar no específico del pasado. Empotrado en un rincón, emitiendo unas imágenes borrosas de colores difusos, se encuentra un viejo televisor que está muy lejos de los actuales pantalla plana de última generación que solo les falta hablar y recibirte con ‘cariñitos’.
“Yo me gano el mínimo ‘raspao’, pago 200 mil en arriendo, en luz 35, el agua la paga el dueño de la casa, quincenalmente me gasto en la compra 160, y te digo que eso no alcanza porque todos los días hay que completar con una cosa o la otra, fiar en la tienda, más mis transportes que son 90 mil, sin meter el colegio de los pelaos que aunque estén en uno público, hay que meter las meriendas, los libros, los útiles y que queda, nada. Todas las quincenas es el dolor de cabeza para que la plata estire”, anotó con cierto dejo de resignación.
Para Domingo Tovar, presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, el aumento decretado por el Gobierno es pírrico y miserable. “En Colombia el 62% de la población económicamente activa trabaja en la informalidad y eso es demasiado. Son alrededor de 14 millones de personas, que no cumplen con una estabilidad laboral, no tienen un salario fijo, salud, ni riesgos profesionales, prestaciones sociales, ni quien le cotice los aportes correspondientes a pensión, y esos están peor que los que ganan el salario mínimo”, dijo.
Iván tiene una hija de 15 años que terminó el bachillerato. En este momento le colabora a su madre en el cuidado de su tres hermanitos, porque por falta de recursos no ha podido ingresar a la universidad. “Ella puede entrar al Sena, a una universidad pública, pero, ¿y la plata de los transportes y los implementos y los otros gastos? Es que a mí no me queda un peso. Hay que pagar aquí, allá, el vale de la tienda, una ‘culebra’, otra, y a veces se queda hasta debiendo”, aseguró.
“Nosotros siempre buscamos lo más barato para que la plata alcance, nos vamos al mercado a comprar las verduras, a veces voy al matadero a comprar las vísceras, siempre buscando la economía. Con ese aumento tan poquito y encima las cosas cada vez más caras, queda uno es debiendo”, aseguró Nellis Mindiola, la esposa de Iván, quien le colabora no solo con los quehaceres de la casa, sino que cuando puede se pone a vender mantequilla, suero, arequipe, para intentar nivelar los gastos y que las ‘culebras no se los coman vivos’ como ella dice.
Iván vive agradecido porque por lo menos tiene un empleo en el que gana el salario mínimo, aunque mantenga alcanzado, aunque en su casa no se coma carne, ni pescado todos los días y de vez en cuando le toque reemplazarlos con cualquier grano, pero tiene salud y un sueldo fijo, aunque el aumento le parezca un chiste cruel.
“En Colombia un millón doscientos cincuenta mil personas sobreviven con el salario mínimo y prácticamente hay unos 10 millones que ganan menos de eso. Nosotros declaramos este aumento como miserable. Nosotros planteamos un aumento entre el 8 y el 10% que tampoco es una cosa que resuelve de verdad el tema de atender las necesidades básicas, pero por lo menos subiría un tanto el poder adquisitivo de los que hoy en Colombia sobreviven con el salario mínimo”, afirmó Fabio Arias, fiscal Nacional de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT.
La conversación con Iván es interrumpida por una mujer que llevaba hace un tiempo solicitando su presencia en la terraza de la casa, Iván nos deja por unos minutos y en la puerta discute sin acaloramiento con una de sus tantas ‘culebras’ como se designan popularmente a las personas a las que se le debe dinero. “Eso siempre es igual, algunos nos esperan un tiempo y son más calmados, pero otros se molestan y así es que vivimos”, dijo su esposa.
Esa es la realidad de nuestro colombiano promedio, haciendo ‘de tripas corazón’ para que la platica alcance, haciendo malabares con el poquito que le toca, como una especie de equilibrista resignado a su suerte y pegado a una fe y una esperanza ciega, soñando con un futuro mejor.
Fuente: http://www.elheraldo.co/local/se-puede- ... nimo-95284" onclick="window.open(this.href);return false;