País de símbolos
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País de símbolos
Por Thierry Ways
Como se trata de un símbolo patrio, hemos salido a indignarnos y a exigir que el gobierno prohíba la venta de sombreros vueltiaos de imitación, hechos en China, y el gobierno, acucioso en lo que tiene que ver con su imagen, responde. Pero, con el perdón de los fabricantes de los sombreros, cuyo trabajo es de verdad exquisito, esa medida es acomodaticia, patriotera, hipócrita, incoherente e injusta.
No porque los fabricantes artesanales de esos sombreros no merezcan ser protegidos de los fabricantes en serie chinos, cuyos costos son imbatibles en buena medida porque emplean una mano de obra rayana en la esclavitud. (Aunque si la intención de protegerlos fuera sincera habría que protegerlos igualmente de otras imitaciones, similares a las chinas pero hechas en nuestro país, que también compiten con costos bajos y peor calidad.)
No, es porque la decisión del gobierno, tomada a la carrera en respuesta al clamor ciudadano, revela cuán poco preparados estamos para enfrentar la globalización y los tratados de libre comercio que nos pasamos firmando alegremente como si fueran inscripciones a una rifa. No cuán poco preparados en infraestructura e instituciones —eso ya lo sabíamos—, sino cuán poco preparados mentalmente. En los últimos años buena parte del país, incluidos los líderes de la opinión, la política y los gremios, han celebrado cada firma de un nuevo acuerdo de intercambio comercial. Pero parece que buena parte del país no entendió bien qué significaba abrirse al comercio internacional: significaba que nuestros fabricantes de sombreros tendrían que competir con los fabricantes de sombreros chinos.
Por eso es hipócrita esa indignación: ¿no era eso acaso lo que buscábamos? O si no ¿para qué firmar tratados de libre comercio?
Y es incoherente e injusto que ahora imploremos ¡aranceles!, ¡proteccionismo!, ¡prohibición!, cuando la protección a ese sector de la economía no puede estar por encima de la de otros que representan muchos más empleos y que están en riesgo más inminente de desaparecer. Con el precedente de la protección al sombrero vueltiao, todos tendrían que exigir que se les proteja: la industria metalmecánica, los cultivadores de flores y arroz, los productores de pollo y lácteos, los fabricantes de alimentos en general, los textileros, los zapateros de los Santanderes. Todos son más importantes para la economía nacional que los artesanos sombrereros. Pero no son simbólicos.
Y este es un país de símbolos. El presidente se posesiona simbólicamente ante unos mamos en territorio sagrado que luego se parcelará para hacer hoteles. Se firmará un proceso de paz con la guerrilla para desmovilizar simbólicamente a unas cabecillas mientras la tropa engrosa las filas del narcotráfico y las bacrim. Hasta los partidos políticos son simbólicos, como esa ‘U’ del partido reinante, símbolo supremo, tan poderoso —o tan vacuo— que ha servido para representar a todo y a su opuesto, a la vez.
Los símbolos tienen la virtud de que se manipulan y transforman sin tener que desgastarse en la aburridora tarea de alterar la realidad subyacente: más fácil es proteger un sombrero que tomar medidas verdaderas para desatollar la industria. Ojalá que, como en el dicho del ahogado, el sombrero no sea lo único que sobreviva.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... olos-96820
Como se trata de un símbolo patrio, hemos salido a indignarnos y a exigir que el gobierno prohíba la venta de sombreros vueltiaos de imitación, hechos en China, y el gobierno, acucioso en lo que tiene que ver con su imagen, responde. Pero, con el perdón de los fabricantes de los sombreros, cuyo trabajo es de verdad exquisito, esa medida es acomodaticia, patriotera, hipócrita, incoherente e injusta.
No porque los fabricantes artesanales de esos sombreros no merezcan ser protegidos de los fabricantes en serie chinos, cuyos costos son imbatibles en buena medida porque emplean una mano de obra rayana en la esclavitud. (Aunque si la intención de protegerlos fuera sincera habría que protegerlos igualmente de otras imitaciones, similares a las chinas pero hechas en nuestro país, que también compiten con costos bajos y peor calidad.)
No, es porque la decisión del gobierno, tomada a la carrera en respuesta al clamor ciudadano, revela cuán poco preparados estamos para enfrentar la globalización y los tratados de libre comercio que nos pasamos firmando alegremente como si fueran inscripciones a una rifa. No cuán poco preparados en infraestructura e instituciones —eso ya lo sabíamos—, sino cuán poco preparados mentalmente. En los últimos años buena parte del país, incluidos los líderes de la opinión, la política y los gremios, han celebrado cada firma de un nuevo acuerdo de intercambio comercial. Pero parece que buena parte del país no entendió bien qué significaba abrirse al comercio internacional: significaba que nuestros fabricantes de sombreros tendrían que competir con los fabricantes de sombreros chinos.
Por eso es hipócrita esa indignación: ¿no era eso acaso lo que buscábamos? O si no ¿para qué firmar tratados de libre comercio?
Y es incoherente e injusto que ahora imploremos ¡aranceles!, ¡proteccionismo!, ¡prohibición!, cuando la protección a ese sector de la economía no puede estar por encima de la de otros que representan muchos más empleos y que están en riesgo más inminente de desaparecer. Con el precedente de la protección al sombrero vueltiao, todos tendrían que exigir que se les proteja: la industria metalmecánica, los cultivadores de flores y arroz, los productores de pollo y lácteos, los fabricantes de alimentos en general, los textileros, los zapateros de los Santanderes. Todos son más importantes para la economía nacional que los artesanos sombrereros. Pero no son simbólicos.
Y este es un país de símbolos. El presidente se posesiona simbólicamente ante unos mamos en territorio sagrado que luego se parcelará para hacer hoteles. Se firmará un proceso de paz con la guerrilla para desmovilizar simbólicamente a unas cabecillas mientras la tropa engrosa las filas del narcotráfico y las bacrim. Hasta los partidos políticos son simbólicos, como esa ‘U’ del partido reinante, símbolo supremo, tan poderoso —o tan vacuo— que ha servido para representar a todo y a su opuesto, a la vez.
Los símbolos tienen la virtud de que se manipulan y transforman sin tener que desgastarse en la aburridora tarea de alterar la realidad subyacente: más fácil es proteger un sombrero que tomar medidas verdaderas para desatollar la industria. Ojalá que, como en el dicho del ahogado, el sombrero no sea lo único que sobreviva.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columni ... olos-96820
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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