
Cosme Peñate sorprende con su innata sabiduría de hombre de mar.
Una crónica de Andrés Salcedo
Temprano en la mañana, antes de que el sol disuelva la bruma que envuelve el serpenteante litoral atlanticense y cuando ya las aves marinas han iniciado su desafinada coral, Cosme Peñate comienza su diaria batalla por la vida.
Cosme va a cumplir 47 años pero tiene el cuerpo de un gimnasta juvenil. Es fibroso y oscuro como la majagua con que los pescadores de Salgar y Puerto Colombia fabrican sus frágiles canoas. Cuando abandona su humilde casa de madera, que él mismo construyó, Rita Quiroz, su madre, y Gumersinda, su hermana, descaman la pesca del día anterior en el pequeño patio de tierra colindante con la playa. En unas horas, los turistas que visiten la modesta caseta de la familia podrán disfrutar de un fresco menú de pargos, cojinúas, lebranches y mojarras, acompañados de arroz con coco y crujientes patacones de guineo verde.
Cosme Peñate, un filósofo nato al que la gente rodea cuando aparece por la plaza del pueblo luciendo sus vistosos collares, cumple otros oficios que le ayudan a mejorar el presupuesto familiar. Además de pescador y cocinero es albañil, mecánico, carpintero, electricista, conductor de camiones y salvavidas.
Pero el oficio que lo ha hecho famoso, el que lo llena de verdadero orgullo y atrajo mi atención, es el de pescador de cadáveres.
Cosme Peñate me espera a la entrada del muelle, impaciente y dicharachero, devolviendo los saludos que le lanzan desde las aceras.
— Ajá, viejo Cosme, ¿y cómo está la moña? –le grita un cuidacarros, sin dejar de pasar el trapo por el parabrisas de un lujoso automóvil parqueado frente a una de las tantas pescaderías del lugar.
Desde hace veintitantos años, y casi siempre por encargo, Cosme Peñate rescata del mar los cuerpos sin vida que el viento arrastra desde la desembocadura del Río, en Bocas de Ceniza, hasta esta línea costera interrumpida por suaves colinas y matizada de calas recoletas y alborotados cocotales. En todo ese tiempo, ha sacado de las aguas unos ochenta cadáveres y salvado la vida a más de un centenar de turistas y náufragos. Le pregunto cuánto cobra por este trabajo.
— Hermano, cómo se te ocurre, no ves que la mayoría de quienes vienen a pedirme ayuda para que les busque el cuerpo de un pariente, de un amigo, de una llave, son gente pobre, como yo, que no tienen, por decírtelo de una manera macabra, ni donde caerse muertos. La recompensa me las dan el man de allá arriba y las almas de los ahogados, que me conceden los favores que les pido. Ellas son mis protectoras –dice y señala con el brazo el cielo deslumbrante de febrero, surcado de gaviotas y pelícanos.
¿Qué significan esos collares que llevas colgados del cuello?
Tengo un collar por cada muerto que saco. Cuando uno se me revienta es porque ya el alma de ese ahogado ha encontrado la paz, y entonces lo boto sin remordimiento.
¿Por qué se ahoga la gente en estas playas, Cosme?
Hombre, fundamentalmente, por faltarle al respeto al mar. El mar es un man teso, un gran maestro de vida, pero solo para el que se deja enseñar. El mar nos rodea de belleza y nos da vida y sustento, a ti, a mí, a toda esa gente que tira sus redes esperando que piquen las cojinúas y las mojarras. Pero el mar, hermano, es también el mayor monstruo creado por Dios. Con una sola de sus millones de manos le jala una pierna al que lo irrespeta y chácata, se lo devora. El mejor ejemplo de lo que te digo es Roberto Peñate, mi papá, que fue pescador por más de sesenta años y murió de viejo, en su cama, porque siempre fue respetuoso con el mar.
¿De dónde vienen los muertos que tú rescatas?
Bueno, algunos se ahogan por aquí cerquita, entre el muelle y las playas de Sabanilla. Mueren por inmersión, por congestión o desnucados. Otros llegan con la porquería que viene arrastrando el Río desde el interior del país. Muchos de ellos vienen con señales de tortura, no te puedes imaginar lo horrible que es ver esos cuerpos mutilados, mi vale. A veces llega tan solo una cabeza, un brazo, un torso, una pierna. Algunos cadáveres siguen de largo y pueden terminar en Cartagena, arrastrados por el oleaje y el viento. Bueno, están también los vivos a los que rescato del agua, los que le arrebato de las manos al man de allá arriba, con su permiso, claro está. Aunque también ocurre que el Señor es el que me arrebata de las manos al man que estoy salvando de las aguas y ahí, sí, mi hermano, se lo tengo que dejar. Donde manda capitán… tú sabes. Pero cuando logro salvarlo… no joda… no te puedo describir la alegría que se siente al devolver a alguien a este paraíso que, a veces, es la vida.
Entiendo que sientas felicidad cuando le salvas la vida a alguien, pero ¿qué sientes cuando el que sacas es un cadáver?
También felicidad, cuadro, pero es una felicidad diferente, tú sabes. Siento que es un hermano que solo me tiene a mí para llegar a los brazos de Dios. Que somos él y yo solitos en medio de la inmensidad del agua salada. Te garantizo que no siento ni miedo ni asco. Me dan mucho más miedo y asco los vivos que andan pavoneándose por ahí, haciéndole daño a la gente y creyéndose inmortales.
¿Con qué ropa y con qué equipo cumples tu trabajo?
Mira, mi método es simple, tan simple como soy yo. Me zampo al agua en pantalón de baño armado tan solo con una cabuya y una boya de buzo. Llevo también un trapo, una botella de alcohol y un frasquito de Vick Vaporub, para poder aguantar la fetidez. Mis manos, mis brazos y mis piernas son mis herramientas, cuadro. En casos extremos, en un solo día puedo llegar, persiguiendo un cadáver, hasta Caño Dulce y Puerto Velero, a muchos kilómetros de aquí donde estamos tú y yo ahora.
Qué es lo primero que haces cuando entras en contacto con el cuerpo que buscas?
Lo primero que hago es agarrarlo bien fuerte y rezarle en el oído un credo y un padrenuestro. Si el cuerpo está entero, me lo echo al hombro. Si está fraccionado, reúno los miembros que voy encontrando, los amarro y los voy arrastrando por el mar. Una vez en tierra, lo entrego a la autoridad para su identificación. Por lo regular, en Medicina Legal lo esperan los parientes. Son unas escenas terribles que incluso a un man fogueado como yo le parten el alma. Pero a muchos de esos cuerpos no los reclama nadie. Esos ene ene, cuadro, son “mis” muertos, a ellos les brindo todo mi amor. Por eso estoy en paz con todos ellos y nunca me salen en los sueños.
¿Qué enseñanzas te ha dejado el verle tantas veces la cara a la muerte? — Por primera vez se demora en responder y se pone serio.
Lo principal, llavecita, es entender que todos los seres humanos llegamos al mundo con un corazón y hay que saber darle uso. Y luego, comprobar que hay mucha gente que no sabe para qué carajo vino a esta tierra. Todas esas personas sin vida que el mar arroja en mis brazos son seres humanos que gozaron, amaron, odiaron y a algunos de ellos tal vez les faltó humildad.
Hasta el último instante de sus vidas se tomaron muy en serio y se creyeron juanlavé, la última cocacola del desierto. Y fíjate, bastó un solo golpe de ola y suácata, sanseacabó. ¿Sabes cómo es, llavecita?
Fuente: http://www.elheraldo.co/revistas/latitu ... res-102101