3 historias de cómo ganarse la vida

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Darloup
 
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3 historias de cómo ganarse la vida

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Por Carlos Polo

Hoy se celebra la gran fiesta que reivindica los derechos fundamentales de los trabajadores en gran parte del planeta. El primero de mayo es el día en que se conmemora la labor diaria de aquellos que con esfuerzo, entrega y dedicación, se han convertido en el motor y el aliento de una nación. Los trabajadores son esos seres anónimos que con el sudor de su frente y el esfuerzo de sus manos, mantienen en movimiento al mundo. Mientras los Juanes, Pedros, Pascuales, Josefas y Marías que son el músculo y la fibra de nuestra sociedad, continúen con su silenciosa labor la marcha de este mundo hacia el progreso se mantendrá firme.

EL HERALDO en homenaje a esta especial fecha conoció de primera mano tres historias de trabajadores con oficios disímiles entre sí, quienes desde sus propias trincheras personales y desde sus cotidianidades más personales, todos los días, enfrentan con entereza una ardua jornada para conseguir el sustento de sus familias colocando su gota diaria de sudor.

María Encarnación Durán, armada con una escoba y un pala ha sacado adelante a su familia. Luis Javier Hernández, desplazado de la violencia le ha hecho frente a su situación de discapacidad y desde la informalidad lucha a diario por conseguir un disputado pan en las calles de la Arenosa. Nazly Sánchez, con la cultura como única armadura viene representando a su comunidad y hoy es un agente de cambio en su barrio Barlovento y pieza clave en el Museo del Caribe.

Una ‘escobita’ orgullosa de su labor

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María Encarnación Durán lleva 13 años ataviada con su armadura de heroína. Botas negras, overol, guantes protectores, lentes oscuros, tapabocas, una gorra verde esperanza, y en sus brazos trabajadores una pala y una escoba que blande contra la suciedad y el desaseo. Esta barranquillera menuda y valiente, de rizos dorados, es madre cabeza de familia y como ella misma lo indica, a punta de escoba ha podido sacar adelante a sus trillizos, levantar su casa propia sin que el viento, la lluvia y el abrasador sol de esta esquina del Caribe hayan significado mayor problema para su labor. “Yo trabajo en Aseo Técnico, una empresa que trabaja para la Triple A. Me gano un poco más del mínimo, un poquito más de 700 mil pesos. Tengo todas mis prestaciones, hago mis turnos de 8 horas y descanso los domingos”, contó María, que no niega que muchas veces es duro estar a la intemperie, ejercer una labor rutinaria y casi mecánica que pese a todo, a la postre le ha traído grandes satisfacciones.

“Yo cubro tres rutas diferentes: una que cubre unos 3 kilometros y medio, otra 5 y medio y otra cerca de 6. Ahora tengo turno de día de 7:00 a.m. a 3 p.m. A mí me gusta lo que hago, vivo orgullosa de esto porque me ha dado mi casita y a mis hijos no le falta nada”. Hoy mientras algunos se quedan en casa descansando y otros marchan por los derechos del trabajador. María protegida y ‘armada hasta los dientes’, a lo mejor la puedes ver al Norte de la ciudad haciendo lo que mejor sabe hacer, combatir la suciedad ‘organizada’.


Rodando por las calles por su sustento

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La historia de Luis Javier nos enseña la otra cara de la moneda, la cara más dura de este país, el rostro del desplazamiento, la violencia y la necesidad que conduce a las calles, al rebusque y la lucha contra la pobreza. Cuenta este hombre de 38 años que de su tierra, Sabana de Torres en Santander, solo le quedan muy malos recuerdos. “A mi familia completa me la mataron los paramilitares, yo me salvé de milagro pero me dejaron inválido y con placas en la cabeza, brazos, piernas y columna. Allá trabajábamos la tierra y como no teníamos para pagar la ‘vacuna’ se nos vinieron encima”, aseguró este hombre que hoy se gana la vida merodeando entre los semáforos y en plena calle, donde ofrece sus variados productos que van desde confites, chicles hasta muñecos y otros artículos. En Barranquilla, Galvis no solo encontró la distancia justa para iniciar el camino al olvido y cicatrizar las heridas.

“Mire que mi destino estaba en esta ciudad, me conseguí aquí a mi mujer y ahora tengo a mis hijos que son mellizos”. Galvis sale de la pequeña pieza que renta en el barrio Chiquinquirá por 10 mil pesos el día para movilizarse por las calles de Barranquilla de Sur a Norte. “Comienzo desde Chiquinquirá hasta Buenavista y salgo desde las 5 de la mañana hasta las 7 de la noche. El día en que me va bien me ganó entre 50,40 mil pesos, un día regular 25 y un día malo 15 0 10 mil. De ahí tengo que coger pa' la comida, comprar la mercancía, dejarle a los niños pa' el colegio, pagar la pieza”, explicó Galvis.

Íngrid Polo, la mujer con la que comparte hoy su vida, también le colabora vendiendo cigarrillos y confites. “Hay días en que no se vende ni para la comida y toca prestar plata por los niños” dijo Íngrid.

Tanto Luis como Íngrid desconocen la tranquilidad de un sueldo fijo, la seguridad de las prestaciones sociales y las comodidades que ofrece una oficina promedio, sin embargo en ocasiones trabajan mucho más que las establecidas y reglamentarias 8 horas diarias que hoy son un privilegio de los que laboran desde la formalidad. Su guerra cotidiana para conseguir el pan, su rebusque y su diario devenir por esta ciudad nos recuerdan que la lucha por los derechos fundamentales de cada hombre y cada trabajador aún le quedan muchas batallas por librar.


De Barlovento para el Caribe

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Su vida ha transcurrido en sectores que algunos se empeñan en mirarlos como marginales. Nazly Sánchez nació y creció en el Boliche, pero a mediados de los 80 su familia se instaló en el populoso barrio Barlovento un sector que vivió un duro estigma de violencia y microtráfico durante décadas, pero tal como ella misma lo afirma, a su barrio lo cambió la cultura. Sánchez al lado de un grupo de mujeres trabajadoras y versadas en la cultura caribeña sirvieron de enlace entre en ese entonces naciente proyecto del Parque Cultural del Caribe y la comunidad. “Ellos necesitaban un enlace con los barrios aledaños y ahí entramos nosotros a facilitar, a trabajar con el Parque. Cuando ellos fueron a socializar el proyecto en el barrio nosotros enseguida nos pusimos a colaborar. Armamos el pesebre, limpiábamos el jardín, ofrecíamos los grupos culturales del barrio” recordó Nazly, quien hoy en día luce orgullosa su uniforme de trabajo. “El parque nos abrió la puertas a la comunidad de Barlovento. Hoy conmigo trabajan fijos 5 personas del barrio que son los que prestan la seguridad al Parque.

Cuando hay grandes eventos la gente de Barlovento se encarga de toda la seguridad”. Sánchez asegura que gana un poco más del mínimo, que trabaja sus 8 horas diarias normales, pero sobre todo se siente orgullosa de su labor como coordinadora de seguridad y atención al usuario. “La gente que le hace el aseo al Parque son 60 madres cabeza de familia que trabajan por turnos. Nazly vive convencida que gracias a la cultura en su barrio se viene dando positivos cambios para su comunidad.

Fuente: http://www.elheraldo.co/local/3-histori ... ida-108741
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