Perfil de hombre entre torres altas

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Darloup
 
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Perfil de hombre entre torres altas

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Orlando Hernández vende tintos desde hace dieciocho años, con ello se gana 450.000 pesos al mes.


Por Alba Pérez del Río

Para cuando llegó esta advertencia, Orlando Enrique Hernández Manotas ya había matado a uno de los atracadores. Le había descargado cinco certeros balazos.

“Yo trabajaba como vigilante de banco en una sucursal del Paseo Bolívar. El día del atraco parecía como cualquier otro. Pero como a eso de las siete de la noche escuché ruidos.

Me asomé al sótano, y pregunté. ¿Qué pasa ahí? Y oí a alguien decirle a otro: ¡Métele un tiro! ¡Métele un tiro! De inmediato, saqué mi revólver y empecé a disparar. Entonces, fue cuando llegó la Policía porque había sonado la alarma.

Luego, se descubrió que el otro vigilante que trabajaba conmigo estaba encompinchado con un supervisor del propio banco. Y que estaban en lo del atraco. Y claro, se los llevaron detenidos”.

– ¿Y usted se quedó trabajando en ese banco?

“Sí. Por un tiempo. Pero, me trasladaron a otra sucursal. A mí me llegaban noticias de que los otros atracadores andaban preguntando por mí, qué dónde trabajaba. Hasta que un día sonó el teléfono y eran ellos. Preguntaron que si allí trabajaba Hernández. Entonces, pasé mi carta irrevocable. Me retiré. Y me encontré con que no sabía qué hacer. No por lo de trabajar, pues yo he trabajado desde la edad de ocho años. De pequeño yo veía cómo mi mamá lloraba porque no había para comer. Por eso mi hermano y yo nos fuimos a trabajar a una fábrica de arrancamuelas. Por cada cien que envolvíamos nos daban un centavo. Y lo que ganábamos durante el día se lo dábamos a mi mamá para ayudarla a que nos sacara adelante. Solo hice hasta quinto de primaria. Estudiaba de noche y el colegio me lo pagaba yo. En ese tiempo los colegios eran baratos. Luego, quise ser mecánico pero a mi mamá no le alcanzaba. Por eso ella se fue a trabajar a Venezuela. Quería conseguir dinero para levantar una casa. Yo, también me fui para ayudar a levantar la casa, pero al final me regresé porque no tenía la diversión como aquí en Colombia”.

– ¿Cómo se decidió a vender tinto?

“Después de que me retiré del banco, no supe qué hacer. Un día, no sé por qué, me fijé en un muchacho que estaba vendiendo tinto en la calle. Yo tenía mujer y dos hijos que mantener. Y pensé que también podría hacer ese trabajo. Y, desde entonces…”.

– ¿Desde hace cuántos años?

“Como unos dieciocho”.

– ¿Se puede vivir de la venta de tintos?

“Se hace lo que se puede. Ahora, son los hijos los que me ayudan. Me pagan los servicios”.

– ¿Cuánto gana al mes?

“Como unos 450.000 pesos. Bueno… a veces no hay buena venta y prefiero no almorzar para llevar lo que he ganado a casa. Un tinto y un pan hasta llegar a casa”.

– ¿Desde dónde viene usted caminando con el carrito de los tintos?

“Desde la calle 36 con carrera 45. Yo ahí le compro a una cafetería los tintos que vendo. Ellos me dejan el carrito, pero los termos son míos”.

– ¿Qué edad tiene usted?

“Setenta años”.

– ¿Y no se cansa caminando desde allí hasta la carrera 58 con calle 79?

“Me canso. A veces hasta me duermo en el bus de regreso a mi casa. Pero es lo que hay…”.

– ¿Cuál es su jornada diaria?

“Salgo de la cafetería como a las once de la mañana y llego por aquí como a las doce y media”.

– ¿Cuál es su clientela?

“Taxistas de El Golf, Radio Reloj, Andalucía… Porteros de por aquí… También, vendo por Buenavista…”.

– ¿Buenavista? ¿Usted arrastra ese carrito hasta Buenavista?

“Sí. Es que por toda esta zona se vende mejor”.

– ¿A qué horas termina de trabajar?

“Como a las ocho de la noche”.

El sol canicular y el bochorno del mediodía me agotan. Me pregunto de qué color hubiese pintado Van Gogh este cuadro humano que acabo de descubrir. De qué color lo hubiese pintado para transformarlo en algo luminoso, como hizo con su lúgubre habitación de Arlés plasmada en un cuadro que llamó El dormitorio.

El único color que tienen en común el cuadro del holandés y Orlando Enrique Hernández Manotas es el azul de la holgada y sudada camisa de este último.

Aun así, invoquemos al arte. El único que parece tener el poder de transformar la dura realidad.

Fuente: http://www.elheraldo.co/revistas/latitu ... tas-127338
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