Educación para la emoción
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Educación para la emoción
Por Alfredo Sabbagh
Hace unas pocas semanas la ministra de Educación retomó la sugerencia que en su momento formuló el Banco Mundial encaminada a la creación de un grado más en la formación escolar de los niños colombianos. Tanto entonces como ahora, los argumentos pasan por la supuesta inmadurez de los graduandos de colegio, que en promedio no pasan de los 16 años, así como por la falta de una orientación profesional que ayude a disminuir los posteriores niveles de deserción universitaria.
Más allá de debatir sobre lo que significa y cómo se demuestra la madurez, o si la misma va necesariamente ligada con la edad, o incluso si tener claro lo que se quiere ser implica lograr serlo; es imperativo revisar el actual modelo y sus currículos, sobre todo en lo que respecta al apropiamiento y desarrollo de competencias básicas de lectoescritura y capacidad discursiva.
Para todos los que ejercemos la docencia universitaria son evidentes y preocupantes las falencias con que en estas áreas, e independientemente de lo que se entre a estudiar, se enfrentan los primíparos en sus iniciales pasos por los claustros superiores. De hecho, una sencilla revisión del plan de estudio de casi cualquier carrera mostrará cómo el primer semestre se compone básicamente de asignaturas de formación básica que buscan reforzar competencias comunicativas, argumentativas, de razonamiento matemático y de relación con el entorno. Extrapolando, se pudiera llegar a decir que muchos de los actuales primeros semestres universitarios se parecen a la propuesta de grado 12 que se pretende implantar; esfuerzo que las universidades asumen en procura de que este apuntalamiento de competencias se traduzca en el éxito y la retención de sus estudiantes. Por ello, a primera vista suena bien que desde el colegio se fortalezca lo que, en esencia, son competencias básicas que allá corresponden.
Ahora bien, ¿11 grados escolares no resultan suficientes? ¿No valdría la pena analizar en profundidad si el modelo está privilegiando la apropiación memorística de datos sobre la razonada aplicación de los mismos? ¿Aprender a recitar nombres, números, hechos, elementos de la tabla periódica, casos de factorización y silogismos filosóficos asegura el posterior éxito profesional? En un mundo en el que flujo de información y datos supera cualquier capacidad de almacenamiento, ¿Estamos enseñando a saber qué hacer con esos datos?
Estas preguntas, a formularse en colegios y universidades, se acompañan con la permanente reflexión sobre el rol del maestro; rol que debería tender a alejarse del dato para acercarse al ejemplo facilitador. Competir con el WhatsApp y el Twitter se hace más fácil si se conquista el corazón. El oficio de educar requiere de una alta dosis de emoción y de capacidad para emocionar. Llevar de la mano al alumno en la búsqueda y ratificación del gusto por lo que se hace es tan importante como enseñarle a entender y usar los datos que ya sabe encontrar. Porque, y pido prestada una frase que le leí a Mafalda, “Lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría”.
El número de grados no importa. Importará el para qué. Para que emocione el saber, educar para la emoción.
Fuente: http://www.elheraldo.co/columnas-de-opi ... ion-129809
Hace unas pocas semanas la ministra de Educación retomó la sugerencia que en su momento formuló el Banco Mundial encaminada a la creación de un grado más en la formación escolar de los niños colombianos. Tanto entonces como ahora, los argumentos pasan por la supuesta inmadurez de los graduandos de colegio, que en promedio no pasan de los 16 años, así como por la falta de una orientación profesional que ayude a disminuir los posteriores niveles de deserción universitaria.
Más allá de debatir sobre lo que significa y cómo se demuestra la madurez, o si la misma va necesariamente ligada con la edad, o incluso si tener claro lo que se quiere ser implica lograr serlo; es imperativo revisar el actual modelo y sus currículos, sobre todo en lo que respecta al apropiamiento y desarrollo de competencias básicas de lectoescritura y capacidad discursiva.
Para todos los que ejercemos la docencia universitaria son evidentes y preocupantes las falencias con que en estas áreas, e independientemente de lo que se entre a estudiar, se enfrentan los primíparos en sus iniciales pasos por los claustros superiores. De hecho, una sencilla revisión del plan de estudio de casi cualquier carrera mostrará cómo el primer semestre se compone básicamente de asignaturas de formación básica que buscan reforzar competencias comunicativas, argumentativas, de razonamiento matemático y de relación con el entorno. Extrapolando, se pudiera llegar a decir que muchos de los actuales primeros semestres universitarios se parecen a la propuesta de grado 12 que se pretende implantar; esfuerzo que las universidades asumen en procura de que este apuntalamiento de competencias se traduzca en el éxito y la retención de sus estudiantes. Por ello, a primera vista suena bien que desde el colegio se fortalezca lo que, en esencia, son competencias básicas que allá corresponden.
Ahora bien, ¿11 grados escolares no resultan suficientes? ¿No valdría la pena analizar en profundidad si el modelo está privilegiando la apropiación memorística de datos sobre la razonada aplicación de los mismos? ¿Aprender a recitar nombres, números, hechos, elementos de la tabla periódica, casos de factorización y silogismos filosóficos asegura el posterior éxito profesional? En un mundo en el que flujo de información y datos supera cualquier capacidad de almacenamiento, ¿Estamos enseñando a saber qué hacer con esos datos?
Estas preguntas, a formularse en colegios y universidades, se acompañan con la permanente reflexión sobre el rol del maestro; rol que debería tender a alejarse del dato para acercarse al ejemplo facilitador. Competir con el WhatsApp y el Twitter se hace más fácil si se conquista el corazón. El oficio de educar requiere de una alta dosis de emoción y de capacidad para emocionar. Llevar de la mano al alumno en la búsqueda y ratificación del gusto por lo que se hace es tan importante como enseñarle a entender y usar los datos que ya sabe encontrar. Porque, y pido prestada una frase que le leí a Mafalda, “Lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría”.
El número de grados no importa. Importará el para qué. Para que emocione el saber, educar para la emoción.
Fuente: http://www.elheraldo.co/columnas-de-opi ... ion-129809
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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