
Un lugar conocido, quizás por todos los barranquilleros: ‘Venta de cerdo y chicharrones Murillo’, en la calle 45 con 19. (Fotos Aleidys Coll)
Por Ricardo Rodríguez Vives
En el mostrador relucen doradas empanadas de queso, carne y pollo; crujiente chicharrón, aceitoso arroz de cerdo, arepas rellenas de huevo y carne molida. Para los adeptos a la comida criolla y, por demás, en grandes dosis, este lugar repleto de viandas podría ser lo más cercano al paraíso que se imaginen. La dieta, por qué no, podrá esperar otro día.
En el plan que usted quiera: familiar o lugar de desenguayabo, ir a los desayunaderos en la mañana le descomplica la vida a muchos. El tradicional local ‘La Tiendecita’, en la carrera 44 con calle 62, además de tener como atractivo haber sido tertuliadero de Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y demás amigos, exhibe una suculenta carta de delicias, eso sí, no muy apta para cardíacos. Ramón Monchi Blanco y su esposa Marta Bolívar dirigen el negocio.
A esa hora de la mañana dominguera, 9:30 a.m., sólo se veían familias y pequeños grupos de amigos. Sin embargo, Monchi Blanco dice que desde las 5 a.m., hora en que abre ‘La Tiendecita’, acuden en masa trasnochadores felices después de una buena juerga. Llegan a rebajarse la nube etílica con un plato de chispeantes chicharrones con yuca-el favorito de los noctámbulos- y un jugo de naranja o de corozo.
En este lugar, el plato bandera, que son los chicharrones, cuesta diez mil pesos, y la chuleta de cerdo, 15 mil.
Más al norte, en la carrera 43 con calle 84, otro desayunadero famoso es ‘Narcobollo’. A eso de las 10, el lugar bulle de actividad gastronómica. Este local, en un estrato superior, es algo más costoso. El plato más económico cuesta 6 mil pesos. Sin embargo, hay clientela fija y lo importante es la calidad. La familia -formada por Betty Reales, Alicia Nájera, Ana Nájera y María Fernanda Real-, asegura que van con frecuencia al lugar porque “nos encanta la comida. El barranquillero va donde la comida es buena, y además aquí es criolla. Las frituras son de tradición: La carimañola es de verdadera yuca. El cerdo, magro. No digamos que saludable, pero ahí estamos”, alaba Betty Reales.

‘La Tiendecita’ despliega un atractivo surtido de comidas criollas para desayunar.
“Aquí tratamos de mantener el sabor típico de las comidas. Otro de los atractivos de ‘Narcobollo’ es que tenemos más de 150 diferentes tipos de comida que ofrecer”, explica Carlos Molina, propietario.
Entre su menú están, además de la gama de fritos, sustanciosos caldos, tamales, arroces, e incluso, una venta de ponqués.
Pero si la cuestión es degustar cerdo en todos sus matices, entonces hay que bajar hasta el sur, tomando la Murillo, y llegar hasta la calle 45 con 19: ‘Venta de cerdo y chicharrón Murillo’, reza simplemente el local. No tiene un título rimbombante ni especialmente llamativo, pero le basta: el lugar está abierto las 24 horas y presenta clientela noche y día. Quién no ha visto por esta vía -espléndida para muchos, macabra para otros- los cerdos descuartizados en plena calle, a escasos metros de las mesas.
El negocio tiene 35 años de antigüedad, y el dueño actual, Humberto Álvarez, lo adquirió hace ocho. Aunque el lugar funciona como un exitoso desayunadero, y además, vende cerdo crudo por libras, Álvarez dice que en la noche y en la madrugada le va mejor, con los achispados noctámbulos que después de rumbear en Murillo, llegan a paladear un buen chicharrón crocante.
“Sí, nos especializamos en cerdo, pero hay que ver cómo la gente lo pide: que con piel tostada, que otros con gordo, otros prefieren la carne sola”, explica. Aquí, el plato de chicharrón o pulpa de cerdo cuesta 5.500.
De acuerdo a Álvarez, el comerciante solo compra cerdos sacrificados en mataderos certificados por el Invima y avalados por el ICA.