Taxis rosa
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Taxis rosa
Por Bertha C. Ramos
Un sábado al filo del mediodía, avisté la delgada línea que bordea la mala hora. Con afán de liberarme del trajín de la semana y adentrarme en los placeres del descanso, orillada en un andén levanté la mano y, error craso, detuve un taxi. Después de haber indicado mi destino, me entretuve contemplando la ciudad que, en aquellos momentos, sufría su transformación de urbe agitada a serena.
Como ella, yo también me transformaba, cuando advertí que el conductor se salía de la ruta, daba un viraje repentino y tomaba otro rumbo. Creyendo que se debía a una errada interpretación le repetí la dirección, pero él, mientras sacaba un objeto de la guantera, me dijo: “Tranquila doña, me voy a desviar un poco para entregar esta cartera que un señor dejó olvidada”. Al instante protesté: “ni mucho, ni poco” y con una arenga le exigí el respeto que merece un pasajero.
Él no pareció escucharme. Mientras esto sucedía, el taxi seguía rodando hacia un lugar desconocido y comenzaba a sentirme atrapada. Ya buscaba una manera de salirme del embrollo, cuando el conductor, señalando hacia adelante, volvió a hablarme: “Aquel de camisa azul es el señor que me está esperando”. En efecto, algunos metros adelante había un moreno de trenzas (quizá eran rastas) parado en el sardinel. Para entonces las señales de peligro ya habían llegado al cerebro, y la química de mi cuerpo había puesto en movimiento todas las fuerzas armadas que nos asisten internamente ante un apuro.
En respuesta, mis manos habían cobrado autonomía y parecían herramientas de defensa (o de ataque), mis uñas eran navajas, mis piernas se acomodaban como posibles artefactos demoledores. Sin embargo, mi general, mi jefe supremo, mi cerebro, estaba aturdido. No atinaba a darme la orden de entrar en acción. Mientras tanto, el taxi se había detenido y el moreno de las trenzas (o las rastas) abrió la puerta de adelante para sentarse en la otra silla. Una fracción de segundo y mi general reaccionó. Mi cerebro me ordenó dejar el taxi. Saltar. Y eso hice, me bajé como alma que lleva el diablo. Ya había pisado tierra firme cuando el conductor me habló de nuevo:
“Tranquila, ya le llamo un carro a la estación”. Y se fue, mondo y lirondo, con el hombre de las trenzas. No se trataba de un delincuente porque al momento llegó el carro que llamó. Era más bien uno de esos conductores sin escrúpulos. Uno de esos que nos obligan a pensar en los riesgos que corremos los habituales usuarios de taxis, sobre todo si se trata de mujeres.
Por esta razón celebro la buena idea que han tenido en la ciudad de Medellín, de disponer de una flota de taxis exclusiva para uso de mujeres. Según se anuncia, con ayuda de las secretarías de Gobierno y de la Mujer de Medellín, conductores elegidos cuidadosamente recibieron capacitación para brindar seguridad a las usuarias de este servicio, conocido en otros países como ‘taxis rosa’.
Y aunque los vehículos conservarán el tradicional color amarillo, llevarán en el vidrio delantero una letra T rosada que los distinguirá de los demás.
Aplaudo la idea de los paisas, que siguen siendo pioneros. Ojalá funcione bien y se multiplique a lo largo del país, es una excelente alternativa para sacarle el cuerpo a la mala hora.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opini-n/columni ... rosa-49226
Un sábado al filo del mediodía, avisté la delgada línea que bordea la mala hora. Con afán de liberarme del trajín de la semana y adentrarme en los placeres del descanso, orillada en un andén levanté la mano y, error craso, detuve un taxi. Después de haber indicado mi destino, me entretuve contemplando la ciudad que, en aquellos momentos, sufría su transformación de urbe agitada a serena.
Como ella, yo también me transformaba, cuando advertí que el conductor se salía de la ruta, daba un viraje repentino y tomaba otro rumbo. Creyendo que se debía a una errada interpretación le repetí la dirección, pero él, mientras sacaba un objeto de la guantera, me dijo: “Tranquila doña, me voy a desviar un poco para entregar esta cartera que un señor dejó olvidada”. Al instante protesté: “ni mucho, ni poco” y con una arenga le exigí el respeto que merece un pasajero.
Él no pareció escucharme. Mientras esto sucedía, el taxi seguía rodando hacia un lugar desconocido y comenzaba a sentirme atrapada. Ya buscaba una manera de salirme del embrollo, cuando el conductor, señalando hacia adelante, volvió a hablarme: “Aquel de camisa azul es el señor que me está esperando”. En efecto, algunos metros adelante había un moreno de trenzas (quizá eran rastas) parado en el sardinel. Para entonces las señales de peligro ya habían llegado al cerebro, y la química de mi cuerpo había puesto en movimiento todas las fuerzas armadas que nos asisten internamente ante un apuro.
En respuesta, mis manos habían cobrado autonomía y parecían herramientas de defensa (o de ataque), mis uñas eran navajas, mis piernas se acomodaban como posibles artefactos demoledores. Sin embargo, mi general, mi jefe supremo, mi cerebro, estaba aturdido. No atinaba a darme la orden de entrar en acción. Mientras tanto, el taxi se había detenido y el moreno de las trenzas (o las rastas) abrió la puerta de adelante para sentarse en la otra silla. Una fracción de segundo y mi general reaccionó. Mi cerebro me ordenó dejar el taxi. Saltar. Y eso hice, me bajé como alma que lleva el diablo. Ya había pisado tierra firme cuando el conductor me habló de nuevo:
“Tranquila, ya le llamo un carro a la estación”. Y se fue, mondo y lirondo, con el hombre de las trenzas. No se trataba de un delincuente porque al momento llegó el carro que llamó. Era más bien uno de esos conductores sin escrúpulos. Uno de esos que nos obligan a pensar en los riesgos que corremos los habituales usuarios de taxis, sobre todo si se trata de mujeres.
Por esta razón celebro la buena idea que han tenido en la ciudad de Medellín, de disponer de una flota de taxis exclusiva para uso de mujeres. Según se anuncia, con ayuda de las secretarías de Gobierno y de la Mujer de Medellín, conductores elegidos cuidadosamente recibieron capacitación para brindar seguridad a las usuarias de este servicio, conocido en otros países como ‘taxis rosa’.
Y aunque los vehículos conservarán el tradicional color amarillo, llevarán en el vidrio delantero una letra T rosada que los distinguirá de los demás.
Aplaudo la idea de los paisas, que siguen siendo pioneros. Ojalá funcione bien y se multiplique a lo largo del país, es una excelente alternativa para sacarle el cuerpo a la mala hora.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opini-n/columni ... rosa-49226
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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