La tula de la indecencia
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La tula de la indecencia
Por Lola Salcedo Castañeda
Creo que hace mucho tiempo dejamos tirados en trizas los principios, esos que no necesitan ni adjetivo ni adverbio para que constatemos que se trata de las actitudes y acciones que todo ciudadano debe mantener en nombre de la decencia, que no es otra cosa que considerar lo público como un bien sagrado, inalienable e intocable con fines de beneficio personal.
Comenzamos hace décadas, desde los días de las empresas públicas y la universidad, fortines politiqueros. Pero fue el narcotráfico, que a todos nos puso precio, lo que realmente embistió a este país por sus cuatro costados.
El dinero fácil en cantidades imposibles de escribir se infiltró en los entresijos del poder, y no ha quedado estamento, institución, corporación, fundación, sociedad anónima ni oficina de gobierno que no esté intervenida, siempre por el desmedido afán de enriquecimiento que, salvo ganarse la lotería, solo es posible después de largos años de constante esfuerzo y dedicación.
Además trajo una categoría que lo hizo más deseable y casi imposible de rechazar: la inmediatez. La promesa de la ilegalidad es esa, dinero en tula en la puerta de tu casa, ya.
¡Ah! La tula. Elemento indispensable en las negociaciones de todo tipo en el mundo narcotizado en que vivimos y que arrolla a todo tipo de políticos, funcionarios públicos y empleados privados, quienes al hundir la mirada en la bolsa tubular repleta de billetes de toda denominación (dificultad para perseguirlos), pierden el sentido.
Cuentan los que conocen la verdadera historia de esta ciudad porque han sido partícipes, que han visto a los más encumbrados personajes contar billetes con avidez y un brillo casi infantil en la mirada.
Y ha sido esa maldita tula la que ha signado nuestro destino como Nación durante los últimos 40 años, cuando hemos ido desbarrancando cuesta abajo hasta tocar fondo: la única virtud de semejante deterioro social y político es que ya no hay para dónde más caer. Colombia hizo del dinero su paradigma e ícono hace muchos años y en la carrera por obtenerlo hemos ganado bastantes títulos y puestos de honor en las mediciones de corrupción y desigualdad mundiales.
Esa tula, que es el sueño dorado de millones de colombianos sin importar el estrato socioeconómico del soñador, rompió las maneras, costumbres, usos y reglas sociales con que nos organizábamos y borró leyes tan imprescindibles como el valor de la palabra y la importancia de ser justos, decentes e incluyentes.
Ese capital intangible pero verdadero tesoro del patrimonio cultural se diluyó en el torrente del billete. Y mientras tirios y troyanos acudieron a ella, sin siquiera imaginarlo, acabaron untados de la sangre y el dolor de millones de desplazados, exiliados, asesinados, desaparecidos, secuestrados.
De manera que estamos en el vórtice de la indecencia, pero podemos salir y recuperar los principios de la sociedad igualitaria, donde quepamos todos y zanjar la brecha entre ricos y pobres sea objetivo primario para luego sí intentar aguantar el embate de la globalización. Y eso se logra eligiendo mejores políticos y funcionarios públicos: fácil.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opini-n/columni ... ncia-49323
Creo que hace mucho tiempo dejamos tirados en trizas los principios, esos que no necesitan ni adjetivo ni adverbio para que constatemos que se trata de las actitudes y acciones que todo ciudadano debe mantener en nombre de la decencia, que no es otra cosa que considerar lo público como un bien sagrado, inalienable e intocable con fines de beneficio personal.
Comenzamos hace décadas, desde los días de las empresas públicas y la universidad, fortines politiqueros. Pero fue el narcotráfico, que a todos nos puso precio, lo que realmente embistió a este país por sus cuatro costados.
El dinero fácil en cantidades imposibles de escribir se infiltró en los entresijos del poder, y no ha quedado estamento, institución, corporación, fundación, sociedad anónima ni oficina de gobierno que no esté intervenida, siempre por el desmedido afán de enriquecimiento que, salvo ganarse la lotería, solo es posible después de largos años de constante esfuerzo y dedicación.
Además trajo una categoría que lo hizo más deseable y casi imposible de rechazar: la inmediatez. La promesa de la ilegalidad es esa, dinero en tula en la puerta de tu casa, ya.
¡Ah! La tula. Elemento indispensable en las negociaciones de todo tipo en el mundo narcotizado en que vivimos y que arrolla a todo tipo de políticos, funcionarios públicos y empleados privados, quienes al hundir la mirada en la bolsa tubular repleta de billetes de toda denominación (dificultad para perseguirlos), pierden el sentido.
Cuentan los que conocen la verdadera historia de esta ciudad porque han sido partícipes, que han visto a los más encumbrados personajes contar billetes con avidez y un brillo casi infantil en la mirada.
Y ha sido esa maldita tula la que ha signado nuestro destino como Nación durante los últimos 40 años, cuando hemos ido desbarrancando cuesta abajo hasta tocar fondo: la única virtud de semejante deterioro social y político es que ya no hay para dónde más caer. Colombia hizo del dinero su paradigma e ícono hace muchos años y en la carrera por obtenerlo hemos ganado bastantes títulos y puestos de honor en las mediciones de corrupción y desigualdad mundiales.
Esa tula, que es el sueño dorado de millones de colombianos sin importar el estrato socioeconómico del soñador, rompió las maneras, costumbres, usos y reglas sociales con que nos organizábamos y borró leyes tan imprescindibles como el valor de la palabra y la importancia de ser justos, decentes e incluyentes.
Ese capital intangible pero verdadero tesoro del patrimonio cultural se diluyó en el torrente del billete. Y mientras tirios y troyanos acudieron a ella, sin siquiera imaginarlo, acabaron untados de la sangre y el dolor de millones de desplazados, exiliados, asesinados, desaparecidos, secuestrados.
De manera que estamos en el vórtice de la indecencia, pero podemos salir y recuperar los principios de la sociedad igualitaria, donde quepamos todos y zanjar la brecha entre ricos y pobres sea objetivo primario para luego sí intentar aguantar el embate de la globalización. Y eso se logra eligiendo mejores políticos y funcionarios públicos: fácil.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opini-n/columni ... ncia-49323
¡El riesgo es que te quieras quedar! ¡Lo sé, porque me quedé!
Le risque est d'y vouloir rester ! Je le sais, parce que j'y suis resté !
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