Los adioses de 2011: Julio Mario, el magnate sencillo

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Darloup
 
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Los adioses de 2011: Julio Mario, el magnate sencillo

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Santo Domingo Pumarejo, en un centro educativo de Barú.


Por Federico Santodomingo

Una semana antes de la muerte de don Julio Mario Santo Domingo​ me encontré en la Universidad Metropolitana con Tita Cepeda en una conferencia de la investigadora italiana Federica Arnoldi sobre el mejor escritor de Colombia: Álvaro Cepeda Samudio.

Allí, entre nos, nos reímos a carcajada , rememorando el cuento publicado en el Suplemento Dominical del Diario del Caribe y que fuese recogido en su edición por el doctor Posada, su director en aquella época, por el temor a que este se molestase.

Allí Tita remarcaba el goce estético de Julio Mario que junto a su marido Álvaro disfrutaban el buen cine en Barranquilla. Poco tiempo después, en un evento en que el amigo Ricardo Manzur, otrora fogoso orador juvenil en la Universidad del Atlántico para los años 70, hoy prestigioso moldeador de la belleza humana, lanzaba su libro Manejo integral de las quemaduras, editado por la Universidad Simón Bolívar, alguien, al libar la primera y exquisita copa de vino del coctel, me susurró al oído: “sentido pésame, acaba de morir tu pariente, Julio Mario”.

En esa noche en que fue la suya, los hombres, por muy fuertes, poderosos o débiles parten al Hades, una vez más me colocaron a su sombra.

En esta época en que los periodistas evocan la sagrada palabra de los aedas, señalando con sus signos el destino de los hombres, me acordé de Ernesto McCausland​, quien aseguró que me he pasado la vida conviviendo con las dichas y desgracias de llevar el apellido del hombre más poderoso del país, en la prestigiosa revista Soho.

Allí también había un artículo, La sudadera de Santo Domingo, escrita por Luis Palacios. Y la culpa la tienen mis poemas. Aunque no me siento poeta sino un publicista, como es el poeta de hoy.

Saint John Perse​ decía una cosa parecida de los poetas a lo que decían sobre la mujer del César: el poeta no solo debe serlo sino parecerlo. Yo lo dudo de la mujer del César, pero me he ido haciendo a una imagen provinciana que a mí me encanta. No creo mucho en el hombre global. Pero cuando se conoce a un empresario como don Julio Mario, se comprueba en los negocios de este magnate su talla transnacional. Tan es así que su cuento “Divertimento”, que dio origen a un arrebato de censura local, fue escrito en inglés.

Cuando el único que remarcaba en el crecimiento de los trust económicos era Lenin, y la noción del globalismo parecía lejana, estando en un convite cervecero con unos pantagruélicos finlandeses en la ciudad de Moscú, una hermosa ugrofinesa, Ilona , me interrogó: ¿“Eres de los cerveceros?

He sido de los escritores mal visto por los círculos literarios, más amigos de los maestrantes y doctorantes, pero publicitado por los periodistas, mi apellido brilla más en la genealogía que en la poética, como dicen los críticos.

Esta semana, una hermosa estudiante me despepitó el ojo preguntándome: ¿Es usted familia de don Julio Mario Santo Domingo? Insistió,un poco alelada, con esa especie de cara inocente de fisgoneadora de TV: ¿Usted es Santodomingo?

Cuando, felizmente, no tenía noción de la riqueza personal sino de la felicidad del niño y salí para Bogotá a estudiar en un seminario, buscando a Dios, en un instinto místico, comencé a romper este celofán porque cuando salía con el padre Carlos Rivas a visitar familias ilustres de Bogotá, testificaban al cura: ¿de los Santo Domingo, no?, como suelen mascullar con cierta sorna los rolos.

En otra oportunidad me llevaron de vacaciones a una hermosa mansión de Tunja y veía que me atendían en una forma que yo nunca había vivido. Me tendían la cama, acostumbrado a comer lebranche frito con guineo sancochao en mi casa, saboreé la carne blanca del pargo, tan exquisita y de pronto más que el esturión ruso; me embolaban los zapatos, algo que siempre he odiado.

Al despedirme, me aclararon: –Lo hemos atendido como Santo Domingo que es. Y cómo negar que lo soy. Pero la gente me lo dice porque me ven estampa de rico y se desconciertan cuando les digo que soy pobre. Ahora nadie me lo cree, nunca me lo han creído.

En la historia de Ciénaga se habla de un general Santo Domingo, en Mompox, de la nobleza de esta familia proveniente de Panamá.

Si nos atenemos a los rasgos antropométricos, todos nos parecemos. Hay Santodomingos desde Ciénaga hasta Barrancabermeja. Vayamos a Pivijay, al corregimiento Carmen del Magdalena, cuyo sobrenombre es Paraco, y encontraremos este apellido como la verdolaga, de allá era mi abuelo.

Recientemente, un joven me alertó sobre la fortuna de la Moma Santodomingo, quien va a repartir su herencia entre sus parientes directos. Aunque se dicen que estamos señalados por la buena suerte, ojalá estuviese yo para estos días en que estoy en un verdadero crash, al estilo europeo, quebrado.

La idea del hombre rico es muy nueva, Antoine de Monchretien, en el siglo diecisiete, afirmaba que la dicha de los hombres consistía, por encima de todo, en la riqueza. El dinero diviniza los atributos del hombre, profetizaba un economista alemán. Pienso, además, que aunque los ricos sean limitados, ya no solo se concentran en los hombres de negocios sino en actividades en las cuales los comerciantes de Venecia se pondrían la mano en la cabeza.

Pero la utopía permanece. Muy pocos hombres coronan con este tipo de inteligencia material como lo fue don Julio Mario Santo Domingo Pumarejo. Era un ser sin aspavientos, con la chispa de la lucidez a bordo. En sus andanzas con el grupo de esos bohemios brillantes que quieren encasillar como el Grupo Barranquilla, de La Cueva de ayer, y ante el llamado de su padre al mundo, iluminó a Mercurio, aceptando la autoridad paternal: “Mi padre me rescató de la gloria intelectual”. Abandonó la parroquia de la Tiendecita para como Ulises tomar las riendas de los negocios familiares.

La vida me dio el privilegio de ser amigo del maestro Germán Vargas, “el último depredador del Pielroja”, y se lamentaba casi que con lágrimas de la pérdida de un escritor de ficción. En medio de los tragos y su bonhomía, me tiraba su jaculatoria: JM hubiera disfrutado de tu risa, deben ser parientes. En una oportunidad, en uno de los conciertos del edificio de Avianca de la 72, se sentó en primera fila con guayabera blanca y sin medias, mientras sus ejecutivos relucían con sus atuendos que suelen llevar a los clubes a los cuales pertenecían. Me encantó esa parte exótica de su personalidad.

Su hermana Beatriz Alicia me hacía sentir como si fuésemos parientes, me abrumaba con su sencillez, y admiraba su extraordinario parecido con María Paulina, una de mis hijas. Ahora, para rematar, mi hijo, Federico Santodomingo, piloto de aviación, parece un clon de Pablo Gabriel Obregón. Nunca me imaginé, y como siempre ha acontecido en mi vida, que lo fuese a conocer.

En un diciembre, para mi sorpresa, ese mago de la imaginación, ese duende palabrero, escribió un artículo, en varios periódicos, titulado “Don Federico Santodomingo”. Me llamó Álvaro Pupo Pupo y pensó que yo era una ficción creada por las ilusiones de ese extraordinario soñador David Sánchez Juliao.

Comencé a recibir una cerveza especial para los miembros de la familia. Para mi sorpresa, cuando llegaron los celulares fui invitado a conocer al magnate. Casi que no entro por temor, pero un periodista me animó, asegurándome que el otro socio norteamericano tenía una camisa de flores caribeñas como la mía. Allí lo esperamos, me llamaron a un selecto círculo, dialogó con nosotros.

Recuerdo su voz fina, suave, y me dijo lo mismo que el expresidente Alfonso López Michelsen: “Llevas el Santodomingo de primero”. Eso fue todo. Sencillo. Así llegué a conocer a este hombre que, pese a su riqueza orbital, se ha preocupado por el beneficio de los pobres con academias para su formación laboral con la creación de pequeñas empresas, por la libertad de opinión cuando a veces la posesión tiraniza.

Ahí estaba en el mismo edificio donde el maestro Rafael Puyana daba sus conciertos de clavicémbalo a una élite cultural, y asistían, en igualdad de condiciones, los alumnos de mi querido profesor Assa. Ahí también, en ese colegio que forma inteligencias especiales, tiene ahora su mano invisible.

Y Bogotá agradecerá por siempre el edificio que con su mismo nombre brinda altísimos servicios culturales a la nación. Detesto el culto a la personalidad, pero no ha sido por azar que en su honra le puse a uno de mis hijos su nombre planetario, como diría esa luminaria del pensamiento Caribe como fue Abel Ávila Guzmán.

Fuente: http://www.elheraldo.co/documento/julio ... illo-48322
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